Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
La muerte de un poeta
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Con sabiduría se habla de la llegada de la justicia a secas:
“Creo que hay una veta más por considerar: si los narcos hacen calles, tiendas y escuelas en sus pueblos con el dinero mal habido, es porque los gobiernos estatales y municipales no cumplen con esa responsabilidad.
Por eso la gente que se beneficia con esas y otras obras, defiende y protege a esa narcoescoria.
Triste situación, porque además el túnel es tan largo, que parece que nunca veremos la luz al final del este. Saludos. Aspiros”.
Faltan todavía cinco, largos, muy largos años. Y mucho por ver del señor de Palacio Nacional.
Mejor hoy, hablar de la poesía como una delicia.
Utilizamos los recuerdos de un escritor, para evocar al bardo nayarita, Amado Nervo. Muerto hace cien años.
En su prosa no había “pobreza de estilo”, sino “sencillez y buen gusto, en superlativo”, y que en la época de los adjetivos él llamó a estos “nuestro tirano” y prefirió el extremo contrario para no caer en “el malabarismo de los giros” literarios.
El 24 de mayo recordamos el centenario luctuoso del poeta, periodista y diplomático Amado Nervo -muerto pocos meses antes de cumplir 49 años- y el 27 de agosto de 2020 celebraremos el sesquicentenario de su natalicio.
Los homenajes comenzaron en enero pasado en Tepic, ciudad que formaba parte de Jalisco en 1870 cuando nació allí este ilustre mexicano.
Y como hace cien años no vivía quien ahora retoma la tecla tras el reclamo de algunos fieles lectores porque había dejado de hacerlo, fue necesario recurrir en una larga jornada de consultas a varias fuentes bibliográficas y hemerográficas para precisar cómo fue la despedida de tan reconocido personaje.
Porque no simplemente murió un día y lo sepultaron al siguiente.
Recurrimos al historiador José Antonio Aspiros Villagómez, nombrado al principio, que en Textos en libertad, nos habla de Amado Nervo en su centenario luctuoso
Su funeral –que superó al multitudinario de Víctor Hugo en París– duró seis meses durante los cuales su cadáver pasó por diversos puertos de la costa atlántica americana, donde recibió homenajes oficiales y populares antes de ser inhumado el 14 de noviembre de 1919 en la Rotonda de los Hombres Ilustres (llamada así entre 1872 y 2003) de la Ciudad de México.
Ello se debió a que Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz -su nombre real- murió en Montevideo víctima de un problema renal cuando era embajador de México ante los gobiernos de Uruguay y Argentina, donde además era muy popular por su trabajo periodístico y sus libros de poemas y prosa.
Por ello, tras su deceso el Congreso uruguayo lo nombró «príncipe de los poetas continentales» y el gobierno de ese país decretó tres días de duelo con la bandera a media asta.
Los restos del autor del conocido poema ‘En paz’ -una suerte de epitafio-, fueron trasladados a México en el crucero de guerra ‘Uruguay’, que hizo el recorrido al frente de naves como el barco argentino ‘9 de Julio’ y otros de Brasil, Venezuela y Cuba.
Dice Gustavo Casasola en su Historia gráfica de la Revolución Mexicana (Trillas, 1992) que los restos llegaron el 13 de noviembre a la capital mexicana a través de Veracruz y fueron velados en la Secretaría de Relaciones Exteriores, que entonces se encontraba en la avenida Juárez, como nuevamente ahora después de estar 40 años en Tlatelolco.
Montaron guardias funcionarios del gobierno y el cuerpo diplomático, y al día siguiente fueron inhumados en la Rotonda luego de varias alocuciones, por cierto reunidas en el libro ilustrado Amado Nervo: Crónica y discursos con motivo de los funerales del poeta nayarita en 1919, del doctor José Sarukán (UNAM, 1995).
El trayecto entre Relaciones Exteriores y el panteón de Dolores -unos nueve kilómetros- fue a pie por el Paseo de la Reforma y dicen las crónicas que la tercera parte la población de una ciudad que tenía entonces 900 mil habitantes, se unió al cortejo fúnebre en el que participaron también los marinos de Uruguay y Argentina que trajeron a México al diplomático.
En cambio, porque acababa de enviudar no estuvo en ceremonia alguna el presidente Venustiano Carranza -quien habría de ser asesinado seis meses después-, pero fue representado por varios de sus ministros, entre ellos los generales Plutarco Elías Calles y Francisco L. Urquizo.
Igual que Víctor Hugo en París, Amado Nervo era muy popular en América y España; no solamente en México
. Era conocido por su trabajo periodístico y por su poesía muy accesible.
Algunos críticos lo consideraron desde cursi hasta elegante, mientras que otros han destacado que, tras la muerte del nicaragüense Rubén Darío, él representaba la corriente del Modernismo, muy afín a la cultura francesa.
Conforme a un texto de la Fundación Zuloaga del País Vasco, “por esas fechas sus poemas fueron recitados por miles de personas y en las librerías se agotaron las ediciones de sus obras”.
Pero, según dijo a su vez el también poeta Juan Domingo Argüelles en un comunicado del Conaculta de 2013, la producción completa de Nervo publicada por la española Editorial Aguilar, “alejó a los lectores de su obra” y era “necesaria una antología lo más completa posible, que supere a aquella”.
Su propuesta era quitar “la hojarasca de palabras inútiles”, incluidos los neologismos.
Tal era, en síntesis muy apretada, aquel personaje que a cien años de su muerte aún se conserva en el interés del ámbito culto, y cuya obra se encuentra lo mismo en Internet que en nuevas publicaciones y fue la figura central del Festival Letras celebrado el pasado enero en Tepic, donde una estatua suya da la bienvenida a los visitantes a esa ciudad.
Concluye así don José Antonio, un escritor que en la mente y su archivo, tiene la historia.