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MÉXICO, DF., 18 de octubre de 2014.- La batalla en la ciudad kurda de Kobane, en el norte de Siria, donde el grupo terrorista Estado Islámico (EI) la está asediando desde el 15 de septiembre, ha recrudecido sus combates en los últimos días. A pesar de la resistencia de las guerrillas kurdas, apoyados por la fuerza aérea estadunidense, el EI sigue atacando con fuerza.
Una de las estampas de esta guerra, que está llegando a la frontera con Turquía, son el de las mujeres guerrilleras kurdas. Muchas de ellas están defendiendo en primera línea, la ciudad que vio nacer una revolución que les dio sus derechos. Y eso ocurrió debido a que el dictador sirio Bashar al-Assad, retiró sus tropas de Kobane durante julio de 2012, para enviarlas a la ciudad siria de Alepo, donde los rebeldes del ejército libre disputan una de las últimas batallas cruciales de su guerra civil.
Con el consentimiento que dio al semanario catalán Directa, reproducimos a continuación la carta de Narin, una guerrillera kurda que explica en una emotiva misiva a su madre, la situación en el frente de Kobane.
Estoy bien, madre. Ayer celebramos mis diecinueve años.
Mi amigo Azad cantó una bella canción sobre las madres y pensé en ti y eso me hizo llorar. Azad tiene una voz bonita y él también lloraba mientras la cantaba. Echa de menos a su madre, a quien hace más de un año que no ve.
Ayer atendimos a un amigo herido por dos disparos. No se había dado cuenta de la segunda herida, sólo me señalaba la primera, en el pecho; sangraba por el costado, y le pusimos vendas y le di de mi sangre.
Estamos en el costado este de Kobane, madre, sólo a unos pocos kilómetros entre ellos y nosotros; podemos ver sus banderas negras; escuchamos sus comunicaciones; a veces, no entendemos que dicen porque hablan en otros idiomas, pero sentimos que tienen miedo.
Somos un grupo de nueve milicianos, el más joven, Resho, es de Afrin. Ha combatido a Tal Abyad y, después, se incorporó al grupo. Alan es de Qamishli, de su mejor barrio; ha luchado en Sere Kaniye antes de unirse a nosotros; tiene unas cuantas cicatrices en el cuerpo, dice que son de Avin. El más viejo se llama Dersim, es de las montañas de Qandil, su mujer fue mártir en Diyarbakir y le dejó con dos niños.
Estamos en una casa de la periferia de Kobane. No sabemos casi nada de sus antiguos habitantes, hay fotos en las paredes de un señor mayor y otra de un joven con un lazo negro en el marco, me parece que es un mártir… Hay fotos de Qazi Mohamad, de Mulla Mustafa Barzani, de Apo y un antiguo mapa otomano del Kurdistán.
Hace tiempo que se nos acabó el café y nos hemos dado cuenta que la vida continua siendo bella incluso sin café. Para serte sincera, nunca he tomado un café com el tuyo, madre.
Estamos defendiendo una ciudad pacífica, nunca hemos atacado a nadie, todo lo contrario, hemos acogido a muchos de nuestros hermanos sirios, heridos y desplazados. Estamos defendiendo una ciudad musulmana que tiene decenas de mezquitas. La defendemos de fuerzas bárbaras.
Madre, vendré a verte cuando esta guerra tan fea que nos han impuesto se haya acabado. Vendré con mi amigo Dersim, que tiene que volver a Diyarbakir para reunirse con sus hijos. Todos echamos de menos nuestras casas y queremos volver, pero esta guerra no conoce el significado de la añoranza. Tal vez no vuelva, madre; y si es así, estate segura que, durante todo este tiempo, he soñado que te abrazaba, pero no he tenido suerte.
Si no vuelvo, sé que un día visitarás Kobane y buscarás la casa que ha sido testigo de mis últimos días… Está en la zona este de la ciudad, está medio destruida, tiene una puerta verde acribillada a tiros y verás tres ventanas. La que da al este, encontrarás mi nombre escrito en tinta roja. Detrás de esta ventana, madre, he estado esperando, contando mis últimos momentos mirando la luz del sol que penetra por los agujeros hechos por las balas.
Fue detrás de esta ventana que Azad cantó su bella canción sobre las madres, su voz sonaba bonita cuando decía “te echo de menos, madre”.
Te echo de menos, madre.
Tu hija Narin.