Contexto
Eternidad
Mi alma descansó; el infierno existe, pero la condena ya no es eterna.
El Papa Francisco ha reducido la penalidad del castigo divino a una sentencia temporal. Desde el Vaticano, sin una encíclica o pomposos cónclaves el obispo de Roma continúa su revisión de la iglesia a sus raíces históricas.
El ex Papa Benedicto XVI sentenció cuando estuvo en el trono de Pedro: “El infierno existe y es eterno” y ahora, su sucesor afirma que la Iglesia “no condena para siempre”.
Ciertamente, los tiempos han cambiado. Han quedado atrás el infierno de Comala, de Juan Rulfo o la teología de Borges, que eran una mera literatura fantástica.
La mayoría de las religiones, de alguna manera se han inventado su infierno. En el caso de las cristianas, desde la católica hasta las más de 3,000 variantes registradas ante la Secretaría de Gobernación (sectas decían las abuelas) han creado ese lugar imaginario que les ha permitido, en connivencia con algunos gobernantes, el chantaje y la sumisión de los pueblos.
Cómo es posible la existencia de religiones después de toda la riada de maldades, torturas, hogueras, imposición de la Cruz a sangre y fuego, el holocausto amerindio con la matanza de millones en nuestro continente; pederastia, muerte de niños iraquíes, afganos, palestinos; crímenes en el nombre de Dios.
Gracias al terror al más allá, la gente sencilla se doblega y acepta el enorme poder que tienen los dirigentes religiosos de todas las creencias sobre los mortales.
Siempre había un as bajo la manga: el Infierno como castigo eterno.
Por mi se va a la ciudad doliente
Por mi se va al dolor eterno…
Quienes entren, perded toda esperanza
Per me si va nella città dolente,
per me si va nell’eterno dolore…
Lasciate ogni speranza voi ch’intrate
Puerta del infierno de Dante
Hasta el siglo III, las Escrituras defendían la doctrina de la apocatástasis según la cual Dios –como en la parábola del Hijo Pródigo- perdona siempre. Con San Agustín, en el siglo VI aparece el concepto de “condena eterna” de un Dios tirano, vengativo, sediento de castigo. Y en contrario, San Gregorio Niceno expresaba en ese tiempo: la llama durará mientras sea necesaria para destruir cualquier mal que pueda quedar, esto es, transitoria.
Hoy, Francisco ha cambiado la historia; ya no existe el castigo único, inapelable y sin retorno. La Iglesia, la que representa, es de misericordia y perdón y sus puertas están abiertas para el pecador, en ella “no condena a nadie para siempre”. Ha dado un salto de siglos, ha regresado a las primeras comunidades cristianas aún empapadas de la doctrina del misericordioso nazareno que llegó “a salvar y no a condenar”.
Contrario a la sentencia del Infierno de Dante, aún hay esperanza.