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Este 2025 se conmemoran 700 años de la fundación de Tenochtitlán, la ciudad que se convertiría en el corazón del Imperio Mexica y, siglos después, en la Ciudad de México, capital del país. Este aniversario es una oportunidad no solo para celebrar la historia y la riqueza cultural de los pueblos originarios, sino también para reflexionar sobre el proceso histórico que transformó radicalmente el destino de la entonces Mesoamérica de buena parte del Continente: la llegada de Hernán Cortés.
La fundación de Tenochtitlán en 1325 es un hito que marca el comienzo de una de las civilizaciones más avanzadas y complejas de su tiempo. En sus tres siglos de existencia, Tenochtitlán se convirtió en un centro político, económico y cultural que rivalizaba con las grandes urbes del mundo antiguo. Su sistema de chinampas, el uso de una escritura pictográfica avanzada y sus complejas estructuras de gobierno, reflejan el alto grado de desarrollo alcanzado por los mexicas.
Sin embargo, el transcurso de los siglos llevó a un momento de quiebre. El 22 de abril de 1519, Hernán Cortés llegó a las costas de lo que hoy es Veracruz, marcando el comienzo de un episodio que alteraría el curso de la historia. La Conquista de México, como la conocemos, fue un proceso complejo, multicausal y multifacético, que no se reduce simplemente a la llegada de los conquistadores y su posterior dominio militar.
Es fundamental reconocer que la historia de la Conquista de México no puede ser entendida solo desde una perspectiva unívoca, ni como un relato de opresores y oprimidos. Fue también el resultado de una serie de alianzas políticas, rivalidades entre diferentes pueblos indígenas y la complejidad de la lucha por el poder. Muchos pueblos, como los Tlaxcaltecas, se unieron a los españoles debido a sus disputas con los mexicas, buscando un cambio en el equilibrio político que favoreciera a sus intereses. La historia, por lo tanto, no debe verse solo desde la perspectiva de los vencedores ni de los vencidos, sino como un abanico de interacciones, conflictos y cambios profundos que, incluso hoy, siguen moldeando nuestra identidad.
La llegada de los españoles también significó un encuentro de dos mundos con visiones y estructuras profundamente distintas. El mestizaje, que surgió de esa interacción, dio origen a una nueva identidad cultural, fruto de la amalgama entre las tradiciones indígenas y las influencias europeas. Este mestizaje no se limitó solo a lo biológico, sino que se extendió a las prácticas religiosas, el lenguaje, las costumbres, y los saberes. Así, en lugar de una total ruptura, la Conquista se convirtió en un proceso de transformación de la sociedad mexicana, que logró integrarse a la modernidad sin perder sus raíces.
Al conmemorar los 700 años de la fundación de Tenochtitlán, es también necesario mirar hacia el futuro con una visión equilibrada. La historia no puede ser vista desde una sola perspectiva, ni para enaltecer a un grupo ni para denigrar al otro. La Conquista no debe ser vista como un simple enfrentamiento entre el bien y el mal, sino como un episodio complejo en el que se sucedieron innumerables acciones, decisiones y consecuencias que marcaron a América para siempre.
Hoy, como sociedad, tenemos la oportunidad de reconocer la riqueza cultural que prevaleció después de la llegada de los españoles y, al mismo tiempo, de recordar el sufrimiento de aquellos que vivieron la Conquista. Este 700 aniversario de Tenochtitlán debe servir como un momento de reflexión para reconocer la diversidad y complejidad de nuestra historia, así como para continuar avanzando hacia una visión más inclusiva y respetuosa del pasado, que no se limite a la animosidad, sino que también reconozca los procesos de diálogo, resistencia y resiliencia de los pueblos originarios.
El legado de Tenochtitlán no es solo un monumento a la grandeza de una civilización que desapareció, sino también un recordatorio de que las historias no se escriben solo con victorias o derrotas, sino con la participación de todos aquellos que forman parte de una narrativa colectiva. En este aniversario, la historia no se debe ver como un conflicto entre opresores y oprimidos, sino como un proceso de encuentro y transformación mutua, que sigue siendo relevante hoy en nuestra búsqueda de una sociedad más equitativa y plural.