Se casan 46 parejas en cárceles de CDMX
Ah, se me olvidaba, también decía mi querida y añorada abuela, que una comida preparada de mala gana podría hacer daño, que “te aflojaba el estómago”, en pocas palabras, que corrías el riesgo de “empacharte” o que te diera “córrele que te alcanzo…”. Por eso cuando escuche gritar a la mayora, aquella mujer entrada en años y en carnes, con su cabeza envuelta en una gorra blanca de cocinera que exaltaba más sus frondosas mejillas y la ira de su mirada, un escalofrío recorrió mi cuerpo, me acordé de las advertencias culinarias de mi abuela.
Conforme preparaba las comandas de todos los comensales, y yo escuchaba como mandaba a la chin… a los meseros, me arrepentía por haber pedido una torta de huevo, sí una torta de huevo, que iba ser hecha por una cocinera que a cada instante vociferaba y repartía maldiciones a diestra y siniestra.
Me imaginaba que todas sus “malas vibraciones” que salían a través de sus gritos y groserías, irían a parar a mi torta de huevo, torta que en unos momentos más me estaría comiendo…
A punto estuve de llamar al mesero para cambiar mi orden, por aquello que dicen que es dañino comer huevo y hacer corajes o tener un susto, cuando vi como la mayora levantaba su robusto brazo con la cuchara en mano para darle un golpe en la cabeza del mesero, que la apuraba con el platillo de uno de los desesperados comensales.
Al ver la escena cedí en mi deseo de ordenar otra comida que no me fuera “a pegar tan fuerte en el estómago”, pues me dije “yo no seré la causante de que le partan la cabeza o el… perdón, la boca a este cristiano, no fuera a quedar como el caballo blanco”.
Cuando me repuse de la sorpresa que me causó ver a la mayora montada en cólera por el hartazgo, suponía yo, de estar largas horas detrás del “fogón” y parada por mucho tiempo preparando los alimentos de las decenas de parroquianos que entrábamos ahí “muriendo de hambre”, yo ya tenía mi torta de huevo en la mesa. Entonces recordé las máximas de mi abuela… No!!!, si que estaba en grave peligro, pero mi hambre era más y sin piedad le di fin a mi torta de huevo.
Horas más tarde, no sé si fue la casualidad o si las advertencias culinarias de mi abuela eran ciertas, pero tuve conseguir de inmediato un anti diarreico…y me prometí nunca volver a ese viejo y concurrido restaurante de la autopista México-Veracruz.
QMX/