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La medida preventiva más importante contra esa enfermedad, insistió el experto en un comunicado de la máxima casa de estudios, es la vacunación para los casos donde la causa del mal son los virus A, B y E.
En nuestro país la hepatitis A tiene mayor prevalencia, no obstante, dijo que van en aumento los casos de la tipo C, aunque aclaró que no se trata de un incremento del mal, sino de su registro, pues hay personas que lo padecen sin saberlo.
Y es hasta el momento en que se les realiza la prueba de tamizaje, porque van a donar sangre, que se percatan que tienen la infección.
En la actualidad hay más diagnósticos. “Si a toda la población se le hiciera el estudio, se encontrarían aún más casos”. De hecho, convendría que la gente realizara una prueba para ver si es portadora; es una manera eficiente de prevenir un futuro daño, porque el tratamiento se iniciaría de forma temprana.
El académico expuso que el término hepatitis se refiere a un proceso inflamatorio del hígado. Las virales, en tanto, son infecciosas, causadas por un virus denominado hepatotropo, es decir, el que selectivamente va al hígado, se instala en él y ahí produce un daño que genera una respuesta inflamatoria.
Los causantes son virus que se han nombrado con letras: A, B, C y E, los cuatro más importantes en el mundo. El primero tiene registros de 1.4 millones de casos al año; el segundo provoca cerca de 350 millones de pacientes con hepatopatía crónica, junto con aproximadamente 600 mil muertes anuales por sus graves consecuencias.
La hepatitis C produce de 130 a 170 millones de personas con infección crónica, y al año más de 350 mil decesos por afecciones relacionadas, como cirrosis y cáncer de hígado, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.
A ellos se suman otros tipos, que no tienen la trascendencia en daño ni en número de personas que enferman: D, F, G y TT, precisó Raúl Romero Cabello.
No todos los virus se transmiten igual. De los cuatro más importantes, dos lo hacen por fecalismo de un individuo infectado, enfermo o no. Las hepatitis A y E se adquieren a través de alimentos, bebidas o utensilios donde se prepara la comida, contaminados por materia fecal humana.
Los otros dos tipos, B y C, se contagian especialmente por fluidos biológicos. El primero, se considera una enfermedad de transmisión sexual, porque el virus está en cantidades muy importantes en los fluidos genitales, y de esa manera se “pasa” de persona a persona. La principal forma de infección de la segunda es a través de la sangre.
En todos los casos, los síntomas son muy similares, porque el daño se encuentra en las células del hígado llamadas hepatocitos, y aunque la sintomatología varía en su evolución, la base es la misma, abundó el experto.
Se trata del cambio de color de la piel y de las mucosas a un tono amarillento, llamado ictericia; cansancio, malestar general, a veces náuseas y vómito, así como cambio de coloración en las excretas, tanto en la fecal, que se hace clara, como de la orina, que se vuelve oscura.
Estos son los datos básicos, pero la evolución es muy variable. Lo más benigno es cursar con los síntomas mencionados durante una o dos semanas, alcanzar un punto máximo y luego descender, hasta que desaparezcan todas las manifestaciones, y el funcionamiento hepático sea normal, explicó Romero.
Por ejemplo, en México es muy común la hepatitis A, sobre todo en niños, donde en términos generales es benigna. No obstante, en adultos hay más probabilidades de complicaciones y de formas más duraderas, hasta una gravísima y mortal, llamada hepatitis fulminante.
La B tiende a durar mucho más tiempo, en la parte clínica, tres o cuatro meses; también puede complicarse para derivar en formas crónicas. “El gran riesgo es que el individuo no tenga evidencias del mal por décadas, y que en ese tiempo se produzca una alteración muy importante en el hígado que lleve a insuficiencia hepática con cirrosis, o a cáncer”.
De hecho, abundó el universitario, el virus de la hepatitis B se considera oncogénico, es decir, que induce el desarrollo de cáncer, con enorme trascendencia en el individuo y la población.
Una madre enferma o portadora puede transmitir la enfermedad a su hijo; lo más grave es que estos individuos desarrollarán en mucho menos tiempo el daño que los llevará a insuficiencia hepática.
Para la hepatitis C, en 90 y hasta 98 por ciento de los casos no hay evidencias en su etapa inicial, y en un alto porcentaje se producen formas crónicas. Los pacientes se percatan hasta que les practican estudios o el daño ya es avanzado y se ha producido insuficiencia.
En este momento, quien tiene más riesgo de adquirir la A y B “somos los que nacimos antes del momento en que ambas inoculaciones se incluyeran en el Programa Nacional de Vacunación”. Por ello, es necesario que quienes no estén protegidos, acudan a vacunarse.
Junto con ello, tener hábitos sanitarios: revisar las condiciones de limpieza donde se expende la comida, lavarse las manos después de ir al baño, así como antes de comer y de preparar los alimentos.
Contra la hepatitis C no existe una vacuna, pero en México la sangre que se dona es segura y cada día es menos probable el riesgo de infección por transfusión. Además, existen las medidas preventivas contra cualquier enfermedad de transmisión sexual, como el Sida: no tener muchas parejas y usar protección.
Recordó que el próximo sábado 28 de julio se conmemora el Día Mundial contra la Hepatitis, fecha del nacimiento de Baruch Samuel Blumberg, descubridor del virus B, quien desarrolló la primera vacuna contra esa enfermedad y ganador del Premio Nobel de Medicina en 1976.
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