Libros de ayer y hoy
El Partido Revolucionario Institucional ha entrado en una espiral política que puede en el papel, parecer inteligente, pero que al momento de ser puesta en práctica deja demasiadas dudas en el aire.
Nadie en su sano juicio podría intentar una defensa seria de Andrés Granier y de su grupo. Parece obvia la irresponsabilidad del exgobernador en lo que al manejo de los dineros públicos en aquella entidad se refiere.
Pero de ahí a lanzar juicios sobre el tabasqueño, antes de que las autoridades correspondientes determinen si hay sanciones que aplicar y la magnitud de éstos hay una distancia no menor.
Y esa distancia es la que el PRI parece querer salvar a base de pronunciamientos políticos que, en el mejor de los casos, podrían considerarse como “poco afortunados”.
César Camacho, encargado de la oficina más importante en el PRI, pero no por ello el líder formal del partido gracias a su decisión de llevar a Enrique Peña Nieto al Consejo Político partidista, decidió sin más, hacer pública la corriente, de la que él forma parte importante, que existe en favor de la expulsión del señor Granier del partido de tres colores.
Y claro está, esa es una decisión interna en el PRI. Pero ¿no tendría que tener como sustento la aportación de pruebas que acrediten la culpabilidad de Granier?.
Esta postura de quien aparece como dirigente del PRI, siempre sujeto a las órdenes del verdadero líder del partido que es el Presidente de la República, adolece de serias fallas políticas y de enormes lagunas sobre el cimiento legal que le den vida.
Así, la pregunta del ¿por qué? tendría que que ser acompañada de un ¿para qué?
Y de acuerdo con los acontecimientos nacionales y según el pobre accionar del PRI en esta administración, las respuestas no parecen ser tan complicadas.
Si se toma en cuenta que el PRI enfrenta un proceso electoral complicado en la mitad del territorio nacional, aparece la necesidad del partido en el poder de aparecer ante la sociedad como “diferente” al PRI del pasado.
Y la diferencia más importante a lograr sería, por supuesto, la voluntad actual de impedir las trapacerías de los hombres que con el amparo del partido arriban o han arribado al poder.
Y ¿para qué? Intentar algo así.
Mucho más sencillo que la interrogante anterior. Para poder hacer campaña con una bandera más o menor atractiva a la sociedad.
Poco importa si Granier es o no responsable. Lo que importa es que se vea que el PRI está dispuesto a marcar distancia de sus “malos cuadros” y a expulsarlos de sus filas.
Con ello, el PRI además, buscaría el que la sociedad no note, demasiado, que en la actual administración federal hay poco de que presumir.
Esto es, habría un Pacto por México, pero que aún no se traduce en grandes cambios. Y entre tanto, la mayor parte de las banderas de campaña, estarían lejos de ser algo para presumir.
No habría mejoras en lo que a empleo se refiere, se tendría una inflación al alza, un crecimiento a la baja, aumentos en los precios de la canasta baja y por supuesto, un clima de violencia que no es lo que se dijo que se tendría al cambio de gobierno.
Ante ello, sacrificar a un exgobernador no es un precio elevado y si algo aceptable para que en las campañas no se debate lo que se prometió y lo que no se ha cumplido.
QMX/nda