Doble rasero del populismo: Trump, AMLO y la manipulación de los nombres
La violencia sí es como debiera serlo la justicia. Se niega a establecer diferencias entre sus víctimas, con un drama adicional, porque éstas se convierten en productos desechables para sus victimarios y para las fuerzas del orden cuya tarea es preservarles la vida, más allá de la endeble seguridad.
Al leer crónicas o narraciones de los enfrentamientos entre delincuentes y policías y/o militares, causa conmoción el desconocimiento exacto de los términos y la pésima aplicación de los adjetivos. Todavía este fin de semana leí un párrafo en el que el reportero se esfuerza por detallar las muertes indiscriminadas producidas por la balacera. Así estamos.
Lo anterior viene a cuento porque Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México, en entrevista concedida a La Jornada, declara que la tasa de homicidios contra adolescentes creció en el país por arriba de la media nacional, al pasar de 11 a 14.6 casos por cien mil habitantes; destacó que la violencia contra niñas, niños y adolescentes se elevó en los últimos años a causa de la inapropiada estrategia de lucha contra el crimen organizado durante el sexenio de Felipe Calderón.
La realidad es implacable con el gobierno panista 2006-2012, pero considero innecesario ensañarse, pues lo anterior es difícilmente verificable como el señor Pérez García lo afirma, por una sencilla razón: el segmento poblacional al que se refiere es el más endeble, por muchos motivos, incluidos en ellos los sueños rotos.
Afirma la nota de La Jornada: “La guerra del ex mandatario panista hizo mucho más cruda la violencia contra los menores de edad (37 por ciento de la población nacional), prueba de lo cual es que actualmente el crimen organizado focaliza su interés en los jóvenes, niñas y niños con fines de trata y explotación sexual, entre otros delitos que se han convertido en una de sus principales fuentes de ingresos.
“El Estado dejó de atender desde finales de los 80 a los menores, al eliminar programas públicos y recortar el gasto social”, aseveró tras subrayar que mientras Bolivia destina más de 60 por ciento de su riqueza a los niños y adolescentes, México sólo invierte 6 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 37 por ciento de su población total. “De ese 6 por ciento, 5 se va a educación y salud, y sólo uno por ciento a programas sociales dirigidos a los menores, lo cual explica que no existan mecanismos reales para protegerlos”.
El hecho de que el gobierno de Felipe Calderón haya incumplido su mandato constitucional, difiere mucho de la suposición de que el resultado de esas políticas públicas pone en el camino de la violencia y de las balas a ese sector de la población.
El mal se manifiesta de otra manera, como lo advierte mi Demonio de Sócrates: “Políticos y publicistas han entendido que el resorte del gobierno democrático -¿puede incluso que la esencia de lo político?- consistía en considerar la estupidez general como un hecho asumido: ¡Tu imbecilidad y tu resentimiento nos interesan! Detrás de lo cual se perfila un discurso todavía más hipócrita: ¡Tus derechos, tu miseria, tu libertad nos interesan! Los espíritus democráticos han sido domesticados para tragarse todos los sapos… Detrás del interés condescendiente sigue perfilándose la cara del voraz vampiro”.
Esta es la realidad de las estadísticas sobre la violencia.
QMX/gom