Presidenta hágase cargo/Alejandro Moreno
Olga Bustos Romero se fue este 6 de abril. Hace apenas unas horas. Decenas de académicas y feministas expresaron su pesar, ese que sale a flote, contradictorio, desgajado, que pandea entre la despedida y el reencuentro y nos obliga a reconocer y recoger las huellas de quienes han contribuido a construir en las últimas décadas este amasijo de datos “objetivos” y subjetivos de lo que somos las mujeres del siglo XXI.
Desde la academia y la cotidianeidad de las profesoras universitarias, Olga era diligente y constante; afable y simpática. Siempre tenía una sonrisa atractiva que conseguía contactarnos. Conociendo a quienes trabajaron con ella en la investigación y la búsqueda de respuestas en el trajín del conocimiento y la palabra, puedo imaginarla leyendo e indagando; hirviendo en excitada y febril actividad averiguadora para demostrar cómo las académicas sufren discriminación en las universidades y las mujeres somos maltratadas en los medios de comunicación.
No fue ajena a la política universitaria y organizativa. Llegó a ser la directora del Colegio de Académicas Universitarias (CAU). Fue por mucho tiempo profesora en la Facultad de Psicología y la primera Coordinadora del Centro de Estudios de la Mujer, la primera instancia que en la UNAM impulsó los estudios de género fundada en 1984.
También representó a la facultad de Psicología en la Comisión Calificadora de las Revistas Ilustradas, una dependencia de la Secretaría de Gobernación donde puso en juego sus conocimientos y su interés por cambiar la imagen de las mujeres en los medios. Fue pionera en los estudios de la publicidad discriminatoria y el contenido de las telenovelas, desde una perspectiva feminista.
Recuerdo la emoción que le causó tener en la mesa de discusiones de esa Comisión Calificadora (julio 2012) a los editores de cuanta revista ilustrada ponían a las mujeres sexuadas, como objeto de placer de los otros y cómo esa emoción era legítima, porque creyó siempre en el diálogo y el convencimiento, tenía una enorme disciplina y soñó con cambiarle la cabeza a esos editores movidos sólo por el interés de acumular recursos sin reparar en la dignidad de las mujeres.
Esta fue una de sus más interesantes facetas. Así la conocí, pensando en cómo cambiar el contenido y las imágenes de los medios. Pertinaz en el tema, y tenía esa difícil capacidad profunda de comunicar, por eso mi amiga Tania Meza, excelente comunicadora, la recuerda como una de las catedráticas que más la influyó.
Ella también impulsó la creación de Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM (1992), el espacio más trascendente que presidió la filósofa Graciela Hierro, ahí el trabajo académico buscaba ordenar y difundir los estudios de género; estoy segura que empujó la plataforma que apenas el 8 de marzo lanzó la UNAM para promover y regular la igualdad de mujeres y hombres en esa casa de estudios, presentada con bombos y platillos.
Era una de esas personas incansables. Desde el CAU, impulsó todo tipo de actividades de reflexión y análisis, Congresos y Foros actividades esenciales para el desarrollo de las mujeres en la academia y en la ciencia, tanto en la UNAM como en todo el territorio nacional y en Iberoamérica, como recuerda el comunicado difundido por el CAU y Mujeres y Ciencia, con motivo de su deceso.
Como feminista militante le dolió esta permanente e incalculable enfermedad que devasta a las mujeres: la violencia. Formó parte de un precioso grupo de universitarias que apoyaron en la Cámara de Diputados la investigación sobre el feminicidio en México. Ahí trabajamos juntas.
Ella ideó un marco para analizar el cómo y de qué manera los medios reflejan la violencia contra las mujeres. Desafortunadamente, y tras un inmenso trabajo de seguimiento que hicieron grupos de investigadoras en 10 entidades del país, los resultados fueron desechados del cuerpo de la investigación, sin una explicación convincente y sin base racional. A pesar de que el dato, así sea amarillista, que recogen los medios, pudo correr la cortina del feminicidio en todo el país. Esa indagación ha quedado en el archivo de los olvidos.
Recuerdo que de su impulso, fue en el trabajo del Distrito Federal, donde las investigadoras lograron proponer el más y mejor método de mirar a los medios y definir esta influencia y su impacto social.
Se adhirió a la Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres, que nació tras esa ambiciosa investigación que dio lugar a la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida sin Violencia. Dice Mayela García del CIDEM, que cooperó y aportó inmensidades a esta empresa.
Hoy las académicas feministas se aprestan a reconocerle a Olga Bustos sus contribuciones en este camino continuo de darle rostro a los diques que se levantan, en todas partes, para mantener a las mujeres como adicionales, poco valoradas y discriminadas. Por ello hoy es calificada como pionera de políticas de acción afirmativa para el desarrollo de las mujeres en la UNAM.
Por suerte fue testiga de esa generación de mujeres que vieron nacer lentamente los estudios de la mujer en los centros de reflexión universitaria. Era una mujer afectuosa, cooperadora, generaciones de sus alumnas y alumnos, la recuerdan como todas esas profesoras que dejan huella. Publicó ensayos, investigaciones y decenas de artículos. Dio talleres y conferencias por todo el país e Iberoamérica.
Cooperó en la construcción de las redes de periodistas con visión de género; asesoró las tareas de variados institutos locales de las mujeres para elaborar herramientas para explicarse y explicar cómo funciona la lógica de los medios de comunicación. Ahí nos encontramos más de una vez.
Hoy sus huellas nos acompañaran por siempre. En lo privado construyó esa pareja equilibrada y democrática a la que aspiramos en los tiempos por venir. Disfrutaba viajar, conoció mucho mundo y muchos paisajes; personas, comidas deliciosas, estuvo en la vida sin los atajos de la prepotencia o la displicencia o la envidia. Trabajaba en equipo y era muy generosa. Guardó algunos recuerdos de sus viajes que amorosamente me compartió en regalos y fotografías. La vamos a extrañar, en esta etapa en que estar fuertes, unidas y beligerantes se hace necesario.
Las pérdidas son motivo de lágrimas y nos conducen por un largo proceso de duelo. No obstante la partida de Olga Bustos, como de otras muchas compañeras feministas que se adelantaron, nos llevan a poner a prueba el eros y el thánatos, la alegría y la tristeza, el caos y el orden, la conservación o el cambio. Y parece una verdad inescrutable, eso de que “nada nace ni nada perece. La vida es una agregación; la muerte, una separación”, más que una pérdida dijera Anaxágoras.
Hasta pronto Olga.
QMX/sl