Libros de ayer y hoy
Desde la aparición histórica de la cesárea segura, la tasa de nacimientos por esta vía rondó siempre más o menos el diez por ciento. Esta aparición histórica es fruto de ciertos y enormes avances de la ciencia médica: la antisepsia, la anestesia y, fundamentalmente, los antibióticos. Por eso puede decirse que la cesárea segura no tiene más de 60 años. Digamos desde la universalización del empleo de la penicilina.
Pero la operación para extraer el producto del vientre de la madre es antigua conocida de la humanidad. Cuando en un embarazo avanzado la madre moría, se extraía al niño para salvar la vida de éste. Y si se practicaba la cesárea aún en vida de la madre, el resultado final era la muerte de la mujer, incapaz de sobrevivir a la hemorragia y a las infecciones.
Ya bien entrado el siglo XIX, con la aparición de la sutura uterina y la aplicación en la herida quirúrgica del yodo como eficaz antiséptico, las cesáreas se hicieron más frecuentes, pero siempre con muy altas tasas de mortalidad: al menos tres de cada cuatro mujeres morían.
Indudablemente la cesárea segura constituyó un importante avance. No sólo cayó la mortalidad por cesárea, sino que este procedimiento posibilitó drásticos descensos en la mortalidad materna y neonatal general. Y esta situación se prolongó hasta principios de los años 60 del siglo pasado. Pero una década más tarde las cesáreas se incrementaron significativamente sin que se produjeran mejoras adicionales en la mortalidad materna y neonatal.
Ya sin ulteriores descensos en la mortalidad materna y neonatal, a partir de 1970 aquella tasa histórica del diez por ciento ha pasado a superar el veinte por ciento. Desde el 21 de Venezuela, el 23 de España, Estados Unidos y Cuba, hasta el 24 de México, el 30 de Brasil y el 40 de Chile.
Frente a esta situación, la Organización Mundial de la Salud ha recomendado que la tasa de nacimientos quirúrgicos no supere el 15 por ciento. Pero en los países de ingresos medios y altos, como los mencionados, son muchas las razones que explican la alta cifra de cesáreas.
Entre éstas se puede citar la percepción que tienen muchos gineco-obstetras de que se trata de un método más seguro que el parto vaginal; la creciente edad de las madres; la mayor capacidad tecnológica para detectar sufrimiento fetal; la preferencia por este procedimiento que manifiestan ciertos sectores de la sociedad, y la también creciente presencia social de los seguros médicos privados. Éstos han ido creciendo como consecuencia directa del abandono y las desinversiones en seguridad social o pública por cuenta del Estado.
Como se ve, hay expertos en pro y expertos en contra de la cesárea. Pero más allá de las opiniones de éstos, es obvio que las sociedades modernas y prósperas se inclinan crecientemente por las cesáreas. Y el asunto, desde luego debe tener una explicación.
Digamos, para empezar, que la utilización de la cesárea está asociada a una mayor prosperidad económica y a una mayor escolaridad de la mujer y del cónyuge y la familia. Y, con toda seguridad, también incide en el aumento de las cesáreas el deseo de cierto número de mujeres de evitarse los sufrimientos y molestias inherentes al parto vaginal.
Una determinada prosperidad económica permite cubrir los costos monetarios, siempre significativos, de una cesárea: hospitalización, cirujano y anestesista.
Ocurre, sin embargo, que el número de cesáreas también es creciente en los sistemas de seguridad social, lo que deja un poco fuera como causal el factor económico. ¿Será que la explicación última se encuentra en la muy humana tendencia a evitar el dolor y el sufrimiento, objetivo asequible en el caso del parto desde la aparición histórica de la cesárea segura hace sesenta años?
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QMX/mf