Libros de ayer y hoy
Durante la Semana Santa los mexicanos en el extranjero profesamos en diferente grado la fe cristiana, pero también la identidad nacionalista e ideológica. El Premio Nobel de Literatura, el mexicano Octavio Paz (1914-1998) –31 de marzo conmemoración de su natalicio– describe el pensamiento del paisano de su época en su ensayo El Laberinto de la Soledad (1950), que es muy similar a la de nuestros días.
En aquel entonces el paisano exhibía sus complejos orgullosamente en las esquinas de los barrios pachucos. Ahora hay mujeres y niños que exigen justicia en las calles céntricas de las urbes, o como en el viacrucis del viernes pasado en el barrio de Pilsen en Chicago. Donde se pidió al Señor ilumine a los políticos estadounidenses para que acaben con el calvario de vivir en las “sombras”.
Paz, en su ensayo toma como referencia el trance de la adolescencia. Y escribe: “A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos: entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia”. Y continúa: “igual sucede con los pueblos en trance de crecimiento”.
Lo que describe magistralmente con su laberinto de pensamientos claros y profundos. Como fue la presencia y esencia del mexicano o de origen mexicano en los Estados Unidos. Una lucha de sobrevivencia cuando se buscaba una identidad. Que pudo ser de una manera burda y chocante en los años 50, como lo interpretó Germán Valdés “Tin Tan”, en sus películas cuando hacía el papel de pachuco.
En los días santos las exigencias al derecho de existir en tierra ajena fueron con plegarias tradicionales, acompañando a la interpretación de Cristo en su viacrucis. Pero también junto a la del Che Guevara y figuras prehispánicas que se observan en los muros del barrio. Escépticos en la fe de Dios y creyentes a ultranza, juntos. Unos necesitan de otros para sobrevivir en la tierra prometida.
Coinciden en que la palabra del Che es parecida a la de Jesucristo ya que ambos compartían ideas socialistas.
La mentalidad del mexicano que vivía en EU en los tiempos de Octavio Paz no son los mismos de ahora, ni en volumen ni en acciones, sin embargo, aún se arrastra un cierto resentimiento más por complejos propios que las que nos imputan.
Expresiones que desnudan la identidad ambivalente del paisano actual que se pregunta: ¿Quién soy? ¿De dónde pertenezco? ¿Debo pensar cómo mexicano, estadounidense, pocho, pachuco, chicano o hispano?
El mexicano que vio Paz en el extranjero, en particular en Los Ángeles California, fue al pachuco. Y notó que se auto discriminaba y se rehusaba a ser como los gringos, pero admiraba y envidiaba su estilo de vida, por eso exigía derechos para tener acceso a ese “sueño americano”. Sin embargo, aun así quería ser diferente y lo demuestro su forma de vestir y hablar con lo que se ganó el rechazo, después lo denunciaría como discriminación.
Pero como tampoco se siente cien por ciento mexicano porque es un personaje nuevo en la sociedad norteamericana y mexicana, quiere ser respetado y reconocido como tal. Dejar de ser adolecente aunque todavía no madure para que lo reconozcan como adulto.
Para algunas generaciones de hoy eso está superado. Ya que muchos se han integrado al “american life” pues piensan y hablan como gringos pero su herencia los delata por lo que muchos la desconocen. ¿Por qué? Al parecer el grueso de la comunidad “hispana” está marcada en su mayoría como una sociedad pachuco inculta, no por desconocer las artes plásticas, sino porque reclama derechos partiendo de párrafos bíblicos o amenazas más que por el uso de la razón. Siguiendo el ejemplo de otra raza a la que le han funcionado las manifestaciones de inconformidad con razón o sin ella.
Hay la creencia de que se debe ser exigente o arrebatado para sobrevivir a la discriminación –a veces figurada–para sacar beneficios, al tiempo que el migrante asume el papel de Jesús de Nazaret para exhibir compasión, como también puede levantar el puño izquierdo en señal de amenaza.
Si no se vive en soledad, sí en un laberinto de ideas no muy lejos del pachuco de antaño.
Entre Irse y Quedarse
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.
Octavio Paz
QMX/rf