Abanico
Los políticos mexicanos suelen solazarse en la tradición de su quehacer y en la persistencia para repetir errores. Caen en el absurdo de considerar que ellos harán bien las mismas políticas públicas en las que otros fracasaron. Se conducen como únicos y auténticos descubridores del hilo negro.
Hay, en el Senado de la República, una comisión para defender la vida de los periodistas. A los informadores continúan ejecutándolos, lo que no debiera causar azoro, pues México es un país en guerra interna, declarada por el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa en contra de un desdibujado enemigo, identificado para todo como delincuencia organizada.
Lo cierto es que parece más una guerra civil, una lucha constante por los espacios de poder político, en la que por fuerza hay bajas y, entre éstas, hay periodistas, que deben ser considerados como corresponsales de guerra cuando tratan de los temas específicos de la contienda armada entre el Estado y unos delincuentes organizados difíciles de encontrar, cuya cabeza más destacada es el barón de la droga Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Continuarán ejecutando periodistas mientras la intensidad de la guerra continúe, y mientras las autoridades aparenten desconocer que también están inmersas en un conflicto de otra índole, perfectamente descrito por Simone Weil.
“Así hay, en la misma esencia del poder, una contradicción fundamental que, propiamente hablando, le impide existir; aquellos a los que se llama amos, siempre obligados a reforzar su poder, so pena de vérselo arrebatar, no son nunca sino la persecución de un dominio imposible de poseer, persecución de cuyos suplicios infernales la mitología griega ofrece bellas imágenes. No sería así si un hombre pudiese poseer en sí mismo una fuerza superior a la de otros muchos reunidos; pero esto no se da jamás; los instrumentos de poder, armas, oro, máquinas, secretos mágicos o técnicos, existen siempre fuera de quien dispone de ellos y pueden ser tomados por otros. Todo poder, pues, es inestable.
“Por el hecho de que no hay nunca poder, sino solamente carrera hacia el poder, y una carrera sin término, sin límites y sin medida, no hay tampoco límite ni medida a los esfuerzos que exige; los que se entregan a ella, obligados a hacer cada vez más que los rivales, que a su vez se esfuerzan en hacer cada vez más que ellos, deben sacrificar no sólo la existencia de los esclavos sino la suya propia y la de sus seres más queridos. Es así como Agamenón, que inmoló a su hija, revive en los capitalistas que, para mantener sus privilegios, aceptan a la ligera guerras que pueden arrebatarles a sus propios hijos”.
Allí están, entonces, las consecuencias. Pero esta guerra interna que vive México en dos frentes, una armada y violenta, la otra de ideas y propuestas y dinero para quedarse con el poder político, fue impuesta por los poderes fácticos en complicidad con los gobiernos que instrumentaron la desregulación, pues dieron al traste con todo, incluidas ciertas reglas del juego, normas y actitudes de corrección política, además de unos valores, hoy por hoy, inexistentes.
Mientras la desregulación de todo continúe viva, seguirán matando periodistas.
QMX/gom