Abanico
“Para quitarle la tentación a Miguel”, confió José López Portillo a Manuel Buendía, cuando el periodista preguntó al presidente sobre las razones por las cuales propuso e instrumentó la reforma al artículo 28 constitucional y, así, dar permanencia a la estatización bancaria.
La lectura es inequívoca: todo decreto, toda reforma legal o constitucional es reversible, sobre todo cuando su único sustento es la voluntad presidencial, o una vocación legislativa del Congreso más desviada que acertada. Lo que quieren los legisladores, muchas veces no coincide con lo que necesita la sociedad, la nación, la patria.
Lo anterior viene a cuento, porque la repetida lectura del discurso de EPN con motivo de la celebración de los primeros cien días de gobierno merece una reflexión detenida, pues su aspiración es legítima -transformar México más que administrarlo-, pero su racionalización y estrategia para lograrlo permiten suponer un diagnóstico equivocado de la verdadera situación cultural y anímica de los gobernados o, al menos, haber omitido en el análisis alguno o varios elementos.
Hoy, todo proyecto de gobierno, cualquier propuesta de políticas públicas, de reformas legales y constitucionales, todo acto de legitimidad y legitimación debe considerar un hecho cierto: los vínculos entre la sociedad y el Estado están rotos. Reconstruirlos va más allá de la restauración de las instituciones, concretamente del presidencialismo fuerte. Sólo podrá lograrse a través del resarcimiento de los agravios cometidos contra la sociedad desde que se refundó la República al triunfo de la Revolución, cuando se regrese a los mexicanos la dignidad de la que fueron despojados con violencia.
Los gobiernos administran países con decretos, leyes, reformas legales y constitucionales, pero para que transformen esas naciones que conducen, se requiere que los gobernados modifiquen comportamiento y actitudes, cambien la esencia de su alma, en este caso la esencia del ser mexicano.
¿Podrá EPN satisfacer su empeño de transformar México? ¡Vaya aspiración! ¿Cómo le hará para que los mexicanos cambien de comportamiento y actitud y, en el futuro, defiendan las reformas estructurales como propias? ¿Sabemos cuántas veces se ha reformado el artículo 3° constitucional? ¿Cuántas reformas constitucionales sexenales se han revertido con los cambios de gobierno o al paso de los años?
¿Cómo promover el cambio de comportamiento y actitud de los mexicanos? ¿Es un problema de comunicación, o sólo debe limitarse a predicar con el ejemplo? Lograrlo es harto difícil, y lejos de la comprensión del Congreso.
Anota Tony Judt en Algo va mal: “Pero tales cambios han estado en el aire durante décadas. Ya debería estar claro que la razón por la que no se han producido, o no funcionan, es porque los conciben, diseñan y ponen en práctica las mismas personas responsables del dilema. No tiene mucho sentido pedir al Senado de Estados Unidos que reforme sus relaciones con los grupos de presión, como señaló Upton Sinclair hace un siglo: Es difícil que un hombre entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda. Por razones muy parecidas, los parlamentos de la mayoría de los países europeos -que ahora despiertan sentimientos que van del aburrimiento al desprecio- no están en situación de hallar en sí mismos los medios para recuperar su significación”.
Es importante estimular el entusiasmo de EPN, pero lo es más propiciar que el Presidente de la República y sus colaboradores adquieran consciencia de la necesidad de reconstruir los vínculos sociedad-Estado para poder transformar México, y que ello pasa por el resarcimiento de los agravios recibidos, por panistas como por priistas, por perredistas como por sindicalistas, o por los líderes empresariales y sociales.
De lo contrario ocurrirá lo que Judt refiere de Upton Sinclair.
QMX/gom