
Polos de Bienestar: el nuevo rostro del desarrollo regional en México
Hay una intensa campaña mediática para desprestigiar primero, y desarticular después, a las autodenominadas policías comunitarias.
La proliferación de las policías comunitarias, de los grupos de autodefensa, obliga a reconsiderar la percepción que el gobierno tiene del carácter y el estado de ánimo de la sociedad por él tutelada, y a la inversa, la idea que los gobernados tienen de un Estado que los tutela sin defenderlos, porque la seguridad pública, como lo muestra el proyecto de prevención del delito presentado por EPN en Aguascalientes, va más allá de las armas, mientras se espera que sea a largo plazo la solución de la terrible y perniciosa violencia propiciada por el desempleo, la pobreza, el hambre, la ausencia de educación.
Es suficiente ver las armas con las cuales salen a defender la tranquilidad y seguridad de sus comunidades. En las imágenes de la prensa, de Internet, de televisión, aparecen los machetes, en su mayoría rifles viejos y gastados -sólo unas cuantas de alto poder-, muy lejos de representar una amenaza real para el Estado, mucho menos para los grupos que con moderno y sofisticado armamento defienden las plazas para los cárteles, para los barones de la droga, para los auténticos, verdaderos señores de la guerra, capaces de fomentar entre sus “milicias” crímenes masivos, como lo muestran las fosas clandestinas de San Fernando, Tamaulipas, y de Durango, entre otros lugares.
La página de Internet de las policías comunitarias de Guerrero son la ventana de una preocupación real, de una vida sencilla y articulada de acuerdo con una ideología básica: la preservación de la vida y los medios de subsistencia de las comunidades, que su gobierno, sus autoridades estatales y municipales han sido incapaces de garantizar.
Hay una intensa campaña mediática para desprestigiar primero, y desarticular después, a las autodenominadas policías comunitarias. En un esfuerzo por encontrar explicación a la desconfianza de los barones del dinero en estos grupos, y hacerla comprensible para el ciudadano de a pie, mi gurú político me pone en las manos el siguiente texto de Jean Baudrillard:
“Ya no sabemos nombrar el Mal.
“Sólo sabemos entonar el discurso de los derechos humanos -valor piadoso, débil, inútil, hipócrita, que se sustenta en una creencia iluminista en la atracción natural del Bien, en una idealidad de las relaciones humanas (cuando evidentemente para el Mal no existe otro tratamiento que el Mal).
“Además, este Bien, este valor ideal, siempre es concebido de manera proteccionista, miserable, negativa, reactiva. Es la minimización del Mal, profilaxis de la violencia, seguridad. Fuerza condescendiente y depresiva de la buena voluntad que sólo concibe en el mundo la rectitud y se niega a considerar la curvatura del Mal, la inteligencia del Mal.
“… ¿Hay que ver en la apoteosis de los derechos humanos la ascensión irresistible de la estupidez, esta obra maestra en peligro que sin embargo promete iluminar el final del siglo con todos los resplandores del consenso?”
Creo que esas policías comunitarias y quienes las concibieron, entrenaron y controlan, proceden con una inteligencia natural que les permite identificar y reconocer el Mal, allí donde las autoridades de algunas entidades federativas, de ciertos municipios, se solapan unos a otros, inmersos en la corrupción, en el pretexto ideal de la defensa de unos derechos humanos que la realidad violenta todos los días.
QMX/gom