Historias Surrealistas
Cuentan las leyendas de Washington que cuando Lyndon Johnson era el líder de la mayoría demócrata en el Senado, intervino ante el embajador mexicano de la época para evitar que una funcionaria menor de la Embajada de México, con la que mantenía una relación personal, fuera trasladada de regreso al país.
El diplomático, consciente de las posibilidades que abría el tener una ruta directa hacia un político de la importancia de Johnson, no tuvo problema en intervenir a su vez y mantener en Washington a la amiga del presidente del Senado estadounidense.
Después de todo, eran los 50s, cuando el gobierno mexicano mantuvo un “embajador informal”, un nieto de Justo Sierra, dedicado a cultivar relaciones sociales y políticas y a mantener abiertos canales de comunicación alternos con el gobierno y las estructuras de poder estadounidenses. Algunos aún recuerdan las fiestas -o las borracheras- de Sierra y sus amigos políticos invitados…
Eran también las épocas en que un Manuel Tello, embajador de México en Washington y un cuidadoso jugador de la relación bilateral convivía con un Luis Quintanilla, representante de México ante la Organización de Estados Americanos (OEA), que parecía tomarse en serio la posibilidad de un conflicto armado entre Estados Unidos y México y esperaba el respaldo de América Latina en caso de que ocurriera.
Pero eran otros años. Era un Washington mucho mas leniente con los vicios de sus dirigentes. La embriaguez y los pecadillos sexuales eran conocidos y condonados como pecados veniales y simplemente ignorados si el perpetrador no exageraba o no era suficientemente discreto.
Hoy los canales de ese tipo serían vistos con enorme sospecha y aún negativamente en una ciudad donde aunque la “sociedad” tiene un enorme componente de transitoriedad obligada por los ciclos políticos, tiene también un creciente núcleo integrado por funcionarios y exfuncionarios y sus familias, políticos y expolíticos y sus familias, muchos de ellos incorporados en empresas de cabildeo o en organismos no-gubernamentales o centros de análisis (think tanks).
Y como toda sociedad, tiene ya normas de conducta y de juego. El que sus integrantes sean parte interesada o participante en la política los hace importantes porque son los mismos que en gran medida están involucrados o tienen algún impacto en la toma de decisiones. Y si estar en contacto con ese tipo de sociedades es importante en cualquier parte del mundo es tanto mas importante en una ciudad donde para bien o para mal se toman decisiones con impacto o con eco en el mundo.
En pocas semanas habrá uno de esos relevos institucionales que pueden tener un impacto importante en las relaciones entre Estados Unidos y México: el del embajador Arturo Sarukhán.
No es que ese relevo vaya a afectar vínculos determinados por la geografía, la economía, la sociedad y la historia, sino que Sarukhán entendió el juego político en la capital estadounidense, un juego que se desarrolla tanto en los pasillos del Departamento de Estado o en las oficinas de congresistas o los “comederos” políticos como en los salones de sociedad o de los “think tanks”.
El nuevo embajador, que al menos de acuerdo con los informes trascendidos será el exProcurador Eduardo Medina Mora, podrá -y creo también que deberá- construir sobre las bases que le dejan Sarukhán y su esposa y como ellos convertirse en jugadores en la sociedad en la que representará los intereses de México, no sólo los del gobierno que hoy está en el poder y al que deberá su nombramiento.
QMX/jcf