
Visión financiera
Lo primero que me gustaba del Distrito Federal siendo muy niño era que podía uno jugar en la calle con los amigos. En general eran de la misma edad de uno y vivían en la misma ‘colonia’.
Esto sin el temor de la madre a que se fuera uno a perder en todos los sentidos del término. Acaso apenas la amenaza de que podría aparecer por ahí ‘el hombre del costal’ que se llevaba en calidad de bulto a los mal portados ¿A dónde? No lo sé. Nunca lo supe.
Eran los primeros años de 1960 y nosotros habíamos llegado exiliados desde Oaxaca a la ciudad a la que López Velarde definió como ‘Ojerosa y pintada’. Arrancados de nuestra fuente de vida y de nuestros aires y soles, aunque el ombligo seguía aquí y si se cumpliera para bien el presagio del regreso, como fue. Pero esa es otra historia…
Por entonces el DF ‘era otro’. Una ciudad plácida. Tranquila. Con 4.8 millones de habitantes en sus 1,499 kilómetros cuadrados, con gente de trabajo que corría muy temprano para subirse al ‘camión’ o al tren y, si no había cupo, de todos modos se iban colgados en los estribos: colgados como uvas. Los obreros llevaban puesto su ‘overol gris’, en la mano su ‘portaviandas’ de tres casos metálicos unidos por una asa en la que llevaban su comida, su periódico doblado en la bolsa de atrás y el saludo o la seña cordial a lo inmediato. Era mi pequeño mundo iluminado.
En los camellones de muchas avenidas había flores vivitas y coleando. Los días del agente de tránsito los encargados de silbar y moverse desde su plataforma de madera o su canastilla cubierta recibían muchos regalos. Los gendarmes de barrio eran conocidos por todos y eran respetados y temidos… y también queridos.
Era una ciudad con los contrastes más que evidentes y en la que la lucha cotidiana era por conseguir el sustento básico, si uno era parte del proletariado capitalino; o entre aspiraciones de clase media que quería llegar a más; o con ricos que salían en los periódicos casi siempre muy bien vestidos, con sus mujeres elegantemente dispuestas, muy bien decoradas y en fiestas de tal o cual cosa… Y comían en el restaurante Danubio, que todavía existe.
Digamos que aquello era un mundo diferente. Hoy es otro. A partir de los cincuenta comenzó a llegar una gran cantidad de campesinos sin trabajo y sin tierra, para buscar la vida. Se ubicaban en las zonas marginales. Los primeros oaxaqueños que se iban para el DF llegaban a la casa de algún conocido en colonias como la Obrera, la Doctores o se asentaban en la Gabriel Hernández, atrás de La Villa… Luego se fueron para Nezahualcóyotl, ya en el Estado de México.
Así, poco a poco el DF se fue convirtiendo en un mundo raro. Un mundo en donde estaba el resumen de los pesares nacionales y de sus aspiraciones. En donde, lo dicho, se notaban a simple vista los contrastes sociales y en donde todos juntos comeríamos chicharrón…
Hoy es diferente. Está bien. Es así. En el DF conviven 9 millones de seres humanos que duermen, comen, trabajan –si tienen trabajo- aspiran a mejor vivir, sueñan, sexan, se reproducen y muchos se regresan al lugar de origen cuando llega la hora cero. Es al DF, también, a donde llegan cada día otros 9 millones de seres humanos de los estados vecinos para trabajar y perderse en este mundo ahora múltiple en donde aun se perciben las diferencias sociales entre la opulencia, la clase media y el proletariado todavía sin solución.
Es a esta ciudad, a la que el señor Marcelo Ebrard maquilló de gris, a la que habrá de gobernar por seis años Miguel Ángel Mancera, quien ganó su puesto desde una impredecible posición, como es el de haber sido Procurador de Justicia del DF.
Lo hizo bien ahí. Dicen. Y ganó las elecciones del primero de julio con la más alta votación en su favor en la historia de la ciudad sin límites: 3.31 millones de votos.
Dice que no es militante ni miembro ni aspira a ser del PRD, aunque sí se define como un hombre de izquierda y apenas el miércoles pasado rindió protesta ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal como Jefe de Gobierno por seis años. De inmediato dio a conocer a su gabinete…
La inclusión es parte del diálogo y en política es válido siempre y cuando se consigan resultados que beneficien a todos… Pero también es cierto que la inclusión debe ser en sentido democrático y no para el pago de facturas políticas pendientes, como parece ser el caso…
O por lo menos eso se percibe en algún caso porque no puede ser que de un día para otro quienes juraron y perjuraron ser afines al panismo conservador y se ostentaban de ello, de pronto aparezcan como integrantes de un gobierno que mira a la izquierda. Pagar facturas con nuestro futuro puede ser dañino, para todos: para todos.
De todos modos comienza una nueva etapa en el DF. Hay muchos pendientes: la inseguridad es real; el desempleo altísimo; el terrible-infernal-ilimitado ambulantaje que no es otra cosa que el desempleo disfrazado tiene que solucionarse pronto; el transporte público deficiente; los servicios públicos inexistentes para muchos; la corrupción burocrática; la mala educación básica –que es zona federal, pero también local-; la creación de empleos seguros y bien pagados es urgente; está ahí una Universidad de la Ciudad de México impredecible… Y muchos-muchos más pendientes en una capital que no se reconoce en sí misma, ni nosotros en ella.
El trabajo para la nueva administración del DF es mucho como muchos son sus pendientes y muchos sus problemas. El señor Mancera tiene una ventaja: la de caerle bien a casi todos, como la monedita de oro…
Pero la vida de una ciudad tan grande como ésta obliga a más, obliga al gobernante a ser cumplidor, como a los delegados de las diferentes demarcaciones y a todo ese gabinete junto: A ver si se cumplen las promesas y las expectativas… o viene el hombre del costal y carga con todos ellos. Ya veremos.
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QMX/jhs