La calma

28 de noviembre de 2012
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10:41

Miles de periodistas se acreditaron para la cobertura del XVIII Congreso del Partido Comunista Chino; la numeralia puede no tener fin en este país y la reunión del poder central no sería la excepción a fin de que todo fuese fastuoso, colorido y exacto.

Para los medios en general, acostumbrados a recibir solo porciones de información y luego juntar observación, rumores y filtraciones para con esa argamasa ofrecer una visión de conjunto al público, el ejercicio en Pekín resulta sin duda una vuelta de tuerca al juego de la dosificación informativa. Pues en el escenario de la Ciudad Prohibida no hay espacio para los errores ni los accesos irruptivos de los medios hacia los líderes; la coreografía de cabello y traje negro, camisa blanca y paso redoblado con una tiesa mano en alto marcan el inicio y final de la reunión que define el proceso de selección del nuevo liderazgo chino, un mandato de cualquier manera telegrafiado cinco años antes en la edición XVII del Congreso. De modo tal que si hay algo que esperar como noticia es acaso un final inesperado del cual, como se pudo ver este año, pocas posibilidades reales tenía de llevarse a cabo.

Así, el tono zanahoria de la rala cabellera del expresidente Jian Zeming fue con mucho el mayor centro de atención para ubicar cámaras; para los chinos para evaluar la cercanía o la larga distancia del resto de los actores políticos, para observar los gestos y tratos entre él y el saliente presidente Hu. Para la prensa internacional sirvió para elucubrar acerca del efecto de años de pintarse de negro el cabello y un buen día dejar esa práctica por la paz.

Siendo que la apariencia es capital en la sociedad china, existen varias muestras evidentes del poder. Su observación a rajatabla identifica el lenguaje icónico de la autoridad: el cabello negro mientras se está en el ejercicio público es muestra de energía y fortaleza; los gestos estudiados, poco o nada espontáneos en el saludo, la sonrisa, las manos entrelazadas y el gesto adusto son muestra de armonía, de equilibrio. Un líder chino nunca se regresa, siempre camina hacia el frente; un líder chino se ubica a la altura de su rango, ni arriba ni abajo, en el justo medio. El paso que da hacia delante es el que le corresponde dar en público. Si acaso lo olvidase antes que los medios, antes incluso que sus rivales políticos estará cercano un asistente que con la mano extendida y la palma de la mano, derecha de preferencia y en perpendicular al eje del cuerpo, indica el camino, el escalón, el punto para la foto. La coreografía es el fondo.

Más antes de que eso nos llame la atención y emitamos juicios, baste ver la coreografía de, por ejemplo, las elecciones en Estados Unidos; los innumerables programas de televisión en los que se analiza la corbata, los gestos, los acompañantes, las lagrimas o la ausencia de estas, en todos los recovecos de la intimidad de los candidatos, para que, una vez designado el ganador, olvido y silencio recaigan sobre el perdedor para llenar de loas o acaso de críticas al ganador. Los estructuralistas franceses sonríen desde sus tumbas, a política espectáculo es el pleno regocijo de la acción social contemporánea de una sociedad mediatizada.

Es posible que la diferencia radique precisamente en la mera existencia de la crítica. En China no hay la carga de elogios y reconocimiento de gracias que tiene el ganador en Occidente de un proceso electoral, digamos que no se discute lo que se da por un hecho; después de todo el proceso es tan amplio y extendido que nominalmente abarca al menos a un siete por ciento de la población. Todos ellos miembros del Partido Comunista, sus ochenta millones de integrantes desarrollan a lo largo de varios meses un proceso para integrar el Congreso, cada sector está representando, al igual que cada provincia. Cada paso supone la designación y elección de representantes a la siguiente etapa, pero cada paso hacia el extremo del embudo que concentra las aspiraciones y expresiones del cono inicial se presenta a su vez, crecientemente dirigido, orientado y al final, si bien todos vimos en la televisión como en fila docenas de personas, mayoritariamente masculinas, descendían hacia la urna, con sus trajes negros, sus camisa blancas, sus corbatas rojas, sus cabellos brillantemente negros, no había sorpresas que esperar. Si acaso que de nueve miembros el Comité Consultivo, órgano máximo de la estructura, descendería a siete el número de sus integrantes y con ello dos casi seguros no llegarían. Pero, ahhh, la armonía; de los siete designados, cinco habrán cumplido sesenta y cinco años para el siguiente congreso en cinco años por lo que ya no serán elegibles. Así los desplazados de esta etapa ya están dirigidos para el relevo generacional no en diez años, si no en cinco. Equilibrio político sin duda. ¡No cabe duda que Vargas Llosa es un hombre poco viajado!

No extraña que el discurso inicial de Xi Ping, el nuevo Presidente aun no en funciones si no hasta marzo en que formalmente el actual en el cargo  Hu Jintao le entregue el cargo, estuviese dirigido sustancialmente a los temas nacionales y no a las grandes visiones hegemónicas internacionales. Eso le complicó la vida a los medios extranjeros pues por una parte no pudieron impactar en los titulares con grandes anuncios acerca de las “intenciones imperialistas” de los chinos y, por otra parte, al final reportar en otro país que un gobernante se dirigió a sus ciudadanos para afirmar comprenderlos y comprometerse a trabajar por ellos y por proveerles de mejores condiciones de vida no es, reconozcámoslo, motivo de  noticia más allá de los directamente afectados.

Si acaso entre las contadas sorpresas, además del color zanahoria del cabello del eminente y aun muy poderoso Jian Zeming, estuvo el hecho de que Hu se retire también del cargo de presidente de la Comisión Militar del PC, el poder fáctico operativo que incluso Jian se reservó ara si los primeros tres años del primer período de Hu. Sí de piedritas en el zapato se tratase no cabe duda que Jian lo ha sido para Hu incluso más allá del período formal de este último.

Y es que la composición final del Comité Consultivo es una muestra del poder de Jian. Su grupo de correligionarios de Shangai (la Banda de Shangai como se le conoce en los enclaves de la política soterrada local) predomina en la nueva estructura, aunque muchos de ellos viejos se acercan al relevo en pocos años. Tal vez Hu apuesta a que en esos años Jian de ochenta y nueve muy posiblemente pase a  visitar a sus ancestros en directo. Si se tratase de un opositor cubano mejor no haría planes, pero en la especulación que es una de las variantes más socorridas de la política, esa posibilidad podría explicar la aparente rendición de Hu.

SI poco faltase cabe recordar que entre los prolegómenos más animados de este 18 Congreso estuvo el caso Bo Xilai y sus conjeturas dignas de una tragedia de Shakespeare, digamos, para dotar de un contexto magnífico a las intrigas palaciegas o de un melodrama de telenovela latinoamericana, en el que a cada paso se suman los detalles más inverosímiles poco dignos de barones tan poderosos e influyentes. Y si la suma de errores, desaguisados e infidencias del caso no bastasen, con recordar casos de políticos poderosos en nuestro país puede ser suficiente para entender que cuando la impunidad es abrumadora se cometen errores elementales pues se supone contar con todo el respaldo para hacer lo que le plazca a uno. Eso revela también que tan peligroso para el estatus quo puede ser que uno de los nuestros sea el que nos descobije y, por tanto, más vale aislar al bicho que nos pone en riesgo, declararlo loco, paria, descastado y de paso colgarle cuanta maldad nos haya acontecido, para el escarmiento, el ejemplo, la penitencia.

La vuelta a la calma, luego de esos mares picados de meses recientes es algo que se agradece como un atardecer tranquilo en la playa, como el ronroneo de un gato luego de comer, como una flor que se abre a la espera de una abeja que complemente el trayecto de la reproducción del mundo conocido, del mundo en equilibrio.

QMX/dn

 

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