HISTORIAS COMUNES: “Operación burro”

12 de noviembre de 2012
 , 
1:15
Marypaz Monroy Villamares

No era un delincuente, pero de momento así se sintió.

Todo él sudaba. Los nervios comenzaban a producirle temblor en las manos y en la voz. Tenía miedo de quedarse ahí solo con su poco inglés para comunicarse y que ninguno de sus familiares pudieran trasladarse a Estados Unidos para ayudarlo, para sacarlo de la cárcel.

Se sentaba, se paraba. De momento entraba en pánico y de momento de tranquilizaba. Se decía asimismo: “por qué te pones así, si eres una persona que nada debe, nada has hecho, nada traes”. Pero es que había escuchado tantas historias respecto a la revisión de los autos en las garitas para pasar al otro lado, que otra vez entró en pánico al imaginarse que lo hubieran agarrado de burro ahí en el motel donde se hospedó y él ni por enterado.

Y de nuevo se decía: “¡que estúpido eres!, cómo se te ocurrió pararte en aquel motel a descansar, hubieras seguido adelante y de una vez hubieras entrado…”

Era tarde y el viaje por carretera en su thunderbird rojo, desde la Ciudad de México hasta el Paso Texas, había dejado exhausto a Felipe. La fatiga pudo más, por eso sin pensar decidió detener su marcha para comer, refrescarse, dormir y descansar; ya mañana sería otro día y revitalizado reanudaría su viaje hacia el Paso Texas, Estados Unidos.

Bañado, con ropas limpias y fresco se fue a desayunar para después dirigirse por fin a su destino.

Una vez listo se encaminó rumbo al Paso.

Luego de varios kilómetros, llegó a la garita en donde vio la enorme fila de automóviles que eran revisados uno por uno.

No se sorprendió ni se impacientó, sabía que era el pan nuestro de cada día, por lo que Felipe se acomodó en su asiento a esperar su turno.

Después de más o menos dos horas por fin le tocó pasar a revisión.

Dos agentes aduanales con aires de mexicanos, pero con más acento gringo, se le acercaron y en español le lanzaron el primer buscapié: “qué, viene muy cargado, no…?”

Felipe pensando que era una broma aquel comentario, de igual forma les contestó: “si, traigo un cargamento de mota…jajajaja”.

En ese momento las expresiones de los agentes se hicieron duras y en un tono muy autoritario, que casi sonó hasta inquisitivo, de una sola palabra le ordenaron: “¡bájese…!”

No tardó mucho en descender de su carro, cuando llegó otro agente acompañado de un perro y de inmediato comenzaron a revisar su auto rojo nuevo y de línea deportiva.

Los tres agentes se miraron entre ellos, murmuraron y hablaron por el radio. A poco rato llegó otro policía con otro perro y mientras el canino olfateaba asientos, puertas, llantas y cajuela, uno de ellos introdujo una micro cámara en el tanque de gasolina.

Felipe incrédulo observaba las maniobras de inspección.

Luego de un buen rato, los agentes en consenso volvieron a murmurar, hablaron por radio y se llevaron a los perros.

Felipe sólo miraba.

Minutos más tarde apareció un agente más con otro perro y comenzó de nuevo la operación.

Entonces Felipe se comenzó a angustiar: qué pasa, se decía.

El miedo se apoderó de él cuando uno de ellos se le acercó y le dijo: “por favor pase por aquí, tome asiento y espere, vamos a desmantelar su auto para revisarlo a fondo…”

Iba a negarse, pero algo le dijo que si lo hacía levantaría sospechas. Con las palabras en la punta de la lengua, se aguantó y solo asintió con la cabeza.

Unos momentos parado y otros, sentado, observaba como desarmaban su auto rojo, a través del cristal del cubículo en donde lo habían confinado.

Conforme pasaban las horas su angustia, temor, pánico, crecía; recordó que en alguna ocasión alguien le había platicado que los traficantes de drogas están al acecho de los viajeros para cargarles droga en sus autos sin que ellos se den cuenta.

Los traficantes saben bien como actuar, cómo reconocer a una persona, limpia, inocente.

Cuando las personas exhaustas por el viaje se ven obligadas a descansar, inevitablemente paran en un motel; ahí mientras comen, se asean o duermen, las bandas de traficantes aprovechan que los autos están guardados en el estacionamiento para “cargarlos” con paquetes de cocaína o mariguana en los asientos, llantas, tanque de gasolina o en la cajuela.

De esa manera convierten al viajero en burro sin que la persona se dé cuenta y como ella desconoce el cargamento que lleva, tranquila pasa la revisión en la garita sin el riesgo de ponerse nerviosa y despertar sospechas.

La “operación burro”  sucede en ocasiones con la complicidad de los que administran el hotel o de los cuidadores en turno.

Dando vueltas, nervioso y sudando al punto de casi mojar la ropa, Felipe recordaba aquella plática de cantina; se estremecía al pensar que en aquel hotel donde durmió la noche anterior, lo hubieran agarrado de burro.

Por eso maldecía una y otra vez el momento en que decidió parar a descansar.

“Como no recordé aquella plática, ahorita no estaría aquí sufriendo, sin deberla ni temerla…soy un estúpido…qué va a pasar, me habrán metido algo en el tanque, Dios qué voy hacer si me agarraron de burro, cómo voy a demostrar que soy inocente…”

Absorto en sus pensamientos, Felipe se asustó cuando después de tres o cuatro horas, no sabía cuántas, pues había perdido la noción del tiempo, los agentes aparecieron ante sus ojos. Esperando lo peor apretó puños, mandíbula, dientes, todo el cuerpo…

“Señor, aquí están sus llaves, que bonito carro tiene, todo es nuevo y original…se puede marchar, gracias por su tiempo y colaboración, bienvenido…”.

QMX/mmv

 

 

Te podria interesar