Teléfono Rojo
Con la rapidez con la que transcurren las horas, los días, las semanas, los meses, los años y las décadas, no nos damos el tiempo para recordar y percatarnos de cuantas cosas se han quedado en el pasado, enterradas, olvidadas, de las cuales las nuevas generaciones no tienen ni idea de su existencia. Tal es el caso de los oficios, de las que llamábamos “chambas” porque no podían ni siquiera considerarse un trabajo y no sólo porque quienes las realizaban no tenían ingresos fijos sino por la felicidad vista en sus rostros al momento de ejecutar su labor.
Los organilleros ya no están, ni siquiera existen las siglas de su agrupación. Dicen que los aparatos comenzaron a descomponerse y ya no fue posible repararlos. Todavía quedan unos cinco y se les ve ocasionalmente en las calles del centro de la capital pero ya nadie se detiene a escucharlos ni siente curiosidad por conocer el mecanismo que hace que dándole cuerda a una manivela se produzca música. Se extraña el grito del ropavejero. “Roooopaaaa usada queeee vendan; colchoneeees viejosssss, cortinas quee cambieeeen”. Ahora en algunas colonias populares se anuncian con una cinta que repite incansablemente: “refrigeradores, estufas, planchas, aparatos que ya no useeen”.
Los famosos merolicos escasean y solamente en algunos mercados en el interior del país -y eso si son muy grandes- llega uno a toparse con quienes, antaño, lo mismo decían que servía un jarabe o una pócima o una pomada para arrancarle un callo que para quitarles la inflamación de la rodilla o curar las anginas o para rejuvenecer porque hasta el pelo se convertía de nuevo en negro. En años, solamente me he topado con uno en Mérida y vende productos gringos, tiene películas XXX que dice son mucho mejores que las pastillas que vendía su abuelo para recobrar la potencia sexual.
Tampoco se escucha el silbido del carro de camotes o el del afilador o el silbato del “seeerenoooo”. Los voceadores o los gritones en las calles ya ni siquiera tienen fuerza para levantar los diarios y exhibirlos, por lo tanto eso de pregonar la nota principal o la más fuerte de la sección policíaca pasó al olvido. En otras épocas había, incluso, quienes soldaban las ollas, los que componían los cortineros, se llamaba con una campana a las amas de casa para que salieran a dejar la basura al camión, y era campanazo y grito: “laaa baaasuuraaaa”. Y vaya que eran célebres ya que hasta tenían su canción: “a esconderse que ahí viene la basura….”.
Ni por equivocación aparecen los zapateros, los que ponían puntas, medias suelas, tapas y pintaban y repintaban hasta dejar relucientes zapatos de lo más viejo. Tampoco el sastre remendón, el que acortaba pantalones para otras generaciones, ponía cierres, levantaba valencianas. Ni que decir de las costureras, de las modistas de barrio a las que se les entregaba el modelo copiado de alguna revista y el “género”. Antes de las diez de la mañana o pasadas las seis de la tarde una pareja compuesta por un marimbero y en ocasiones un guitarrista, que era quien recogía las monedas, daban serenata o mañanitas a los pies de los edificios.
Ni en sueños aparece el señor lechero, los que lo mismo vendían la leche bronca y andaban con sus cilindros o cantinas y sus medidas de un cuarto de medio y de litro de leche que al momento de verterla en la olla hasta espuma hacia, que aquellos que entregaban la del “sello rojo” en canastillas y tenía uno que dejar la botella de cristal vacía de la entrega anterior en la puerta porque tenían tantos pedidos que no podían esperar a tocar y hasta que les abrieran. Se vendían en otras épocas distintos tipos de leche: había de vaca, de burra y de cabra.
Se acabaron los artesanos, los que lo mismo curtían piel y fabricaban bandas para las máquinas de coser que cinturones y otras piezas de cuero. Cada vez es más difícil encontrar un plomero, un carpintero, un pintor de brocha gorda y la pérdida en estos oficios es mundial; en Estados Unidos quienes los practican ganan tan bien que hasta se han hecho chistes a sus costillas: un marido va llegando a la casa, se percata de una camioneta cuyo letrero dice: plomero, servicio a domicilio y, de inmediato piensa y habla solo para expresar: “¡ojala que se esté tirando a mi mujer!”.
Los que siguen vigentes y “perfeccionados” son nuestros políticos y si que han cambiado porque ahora perjudican más que antes y los ciudadanos hemos olvidado tanto que nos conformamos con las baratas de las tiendas en lugar de remendar la ropa o adquirir zapatos chinos o en las cadenas dizque de superdescuento que en el primer paso al pisar un chicle se sabe de que sabor es; sustituimos al organillero y a los de las serenatas por los CD piratas cuya música se graba a los celulares; los merolicos no hacen falta ahí está el Simi y sus productos o los “genéricos”. Nada de lecheros, para eso está el tetra pak y las tiendas de autoservicio. Ya ni siquiera tiendas de la Conasupo existen.
No hacen falta los carpinteros porque esta Home Mart y cualquier puede instalar su propio servicio sanitario o una cocina integral. De los de la basura ya ni hablamos. Y eso ha sucedido no solo con las personas y sus oficios sino con los aparatos. La olla de los frijoles y la del caldo fue sustituida por la express; las escobas por los “mechudos” sofisticados o las aspiradoras, las máquinas de escribir por computadoras, las televisiones se pueden traer cargando y los teléfonos puede uno extraviarlos en la bolsa cuando antes pesaban tanto que requerían un lugar especial en la casa para el soporte.
Y bueno… los políticos de antes…. robaban, pero convidaban y hasta dicen que generaban empleos… hoy ¡¡¡¡¿¿¿!!!???
QMX/la