ACENTO: Dislates de Javier Sicilia

30 de octubre de 2012
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10:03
Salvador Flores

Los obispos de México invitaron el 5 de octubre a Javier Sicilia a intervenir en el “Encuentro Fe y Cultura, Diálogo por la Paz”, que aprovechó para hablar de las víctimas del embate al narcotráfico y despotricar contra Dios.

Herido por el crimen contra su hijo Juan Francisco, al inicio exigió detener a sus asesinos, pero cuando esto ocurrió lo olvidó, pues pasó a denunciar la muerte de miles de mexicanos en un combate al que sus críticos no han aportado una nueva estrategia, pero sí atacan al gobierno federal, sin ver la poca o nula colaboración de autoridades estatales y municipales y que a muchas de ellas se les han descubierto nexos con  las mafias.

Con marchas de Cuernavaca al DF y por varias rutas del país, logró liderar a los padres de víctimas de la guerra anticárteles y entre los narcos, mediante el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y que lo escucharan desde el Presidente de la República, las cámaras del Congreso,  gobiernos estatales, organismos empresariales y civiles.

El Alcázar de Chapultepec se convirtió en su ágora predilecta, y Gobernación se lo facilitó cuando la solicitó, para impulsar su movimiento que, según se vio, dejó de exigir la captura de los asesinos de las victimas, para buscar capitalizar éstas económicamente y con prebendas, y la principal fue que se le hiciera caso en todo a su voluntad omnímoda.

En recorrido por la Unión Americana, quiso aconsejar a autoridades y exigió al mismo presidente Obama lo recibiera; lo que no logró ni del alcalde de Nueva York, Michael J. Bloomberg, porque ellos no obedecen caprichos de logreros.

No le bastó con que Calderón fundara un organismo que atienda a los deudos de las víctimas de la violencia y, enfermo de odio y soberbia, se opone a que el gobierno federal erija un monumento a ellas, porque no fue iniciativa suya ni se le  pidió parecer, y acusa al secretario de Gobernación de querer concederle una audiencia de sólo 20 minutos, como si los funcionarios debieran dedicarle el tiempo que él exija.

Ahora que ve que le retiran las candilejas y cesa el apoyo de sus patrocinadores, decepcionados del Frankestain que engendraron; se vuelve contra Dios, en vez de agradecerle la vida y que pudiera la transmitírsela a sus hijos y pedirle le retorne la cordura que dilapidó con sus sinrazones.

Sicilia reprocha a Dios que permita el mal y los asesinatos, porque respeta la libertad del hombre,  como lo hace también con él aunque blasfeme en su contra; en lugar de fulminarlo.

En pleito contra Dios, pisotea el libre albedrío humano, que reclamó, en cambio, para reivindicar el derecho de los deudos de las víctimas, a quienes enganchó para impulsar su movimiento y exigir indemnizaciones por sus muertos.

Maneja la libertad humana a su antojo, cita a autores -como Dostoievski y Simone Well– en favor de su postura, les concede caprichosamente autoridad sobre Dios e interpreta heréticamente a san Pablo al decir que, por los pecados de los hombre, Cristo “se ha convertido en maldición de los hombres y de Dios”.

Vaya colmo de necedad.

Aún  más, incrimina a Dios por el holocausto de Auschwitz y demás gettos nazis; como si Él los hubiera ordenado y no la furia de Hitler, que exterminó a los judíos por su raza.

Aduce el Talmud en su favor, sin ver que éste se distingue por preservar la multiplicidad de opiniones, y él ni siquiera respeta la de Dios que preserva la libertad humana. En fin, de manera irracional pretende adecuar testimonios ajenos a su criterio torcido para deturpar a Dios porque Él no piensa ni, mucho menos, actúa  conforme a su capricho.

Dicen bien que Dios no les da alas a los alacranes, pero a éste le respetó su libertad para que se inocule él mismo el veneno de su soberbia.

En el culmen de ésta, Sicilia achaca los pecados del hombre precisamente a quien, por respetar la libertad de éste, prefirió echárselos encima y morir para redimirlo; misterio de su bondad infinita, que Sicilia ni siquiera es capaz de vislumbrarlo, porque ya condenó ex cátedra al Ser Perfecto como criminal.

O sea, Cristo, en vez de tratar de capitalizar para sí los delitos del hombre, los asumió como propios y murió por ellos, cual si fuera el máximo culpable, cosa inaccesible para la mente obnubilada de quien llegó a creer que en México y el orbe todo mundo debe postrársele.

Por ello, no le importó proferir sus necedades ante la Conferencia Episcopal Mexicana, que quiso oír sus argumentos, que más que raciocinios resultaron insultos blasfemos.

Este poeta de medio pelo (no lo he visto en ninguna antología, para considerarlo de primera) se atrevió a decir a los obispos: “Ni Dios, ni el paraíso, ni la promesa de una vida futura compensan la muerte de mi hijo y de cualquier inocente; te cambio toda esta mierda sagrada por ellos.

“Un Dios así, un Dios que elige o permite el mal, un Dios que está del lado del crimen no me interesa, le doy la espalda; lo he mandado hace mucho –esa es la verdadera palabra que brota de mi interior- a chingar a su madre”.

Y en mi pueblo le revirarían de inmediato: “La tuya”.

QMX/sfl

 

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