
Fusión nuclear: un paso histórico hacia la energía del futuro
Con la ropa sucia y rota, el pelo lo tenía apelmazado de mugre
Cuando en mi cerebro algo se acomodó e hizo clic, yo estaba muy lejos de mi casa. Fue como haber despertado de un sueño profundo. Miré a mi alrededor, no conocía el lugar, no me explicaba cómo había llegado hasta ahí. No sabía ni el día ni la hora que eran.
Estaba sentado en la banca de un parque con la ropa sucia y rota, el pelo lo tenía apelmazado de mugre, descalzo y con una herida en el pie izquierdo; las uñas de mis manos y pies largas y negras de suciedad; de mí emanaba un olor pútrido. Todo mi cuerpo temblaba, tenía sed, hambre, frío.
Comencé a angustiarme, estaba desorientado, miraba por todos lados, no sabía en dónde estaba; la gente me rehuía cuando me acercaba a preguntarles el nombre del parque en el que de pronto había aparecido; cuando quise hablar no pude articular palabra, mi voz apenas fue audible a mis oídos.
Mi tono de voz y mi aspecto ahuyentaba a las personas, no pretendía hacerles daño, sólo quería que me dijeran en dónde me encontraba; avergonzado caminé rápidamente, momento en el que me di cuenta que apenas si podía mover las piernas, me dolían las rodillas, las plantas de los pies, me dolía todo, no podía avanzar en línea recta, el tambaleo de mi cuerpo era similar al de un borracho, todo yo parecía un indigente.
Cuando logré llegar a la primera esquina busqué la placa para saber en qué calle estaba, decía: Madero, colonia Centro; pero ese no era el Centro que yo conocía, entonces en dónde estaba, me preguntaba. Como no tenía ni la menor idea, el terror me invadió con más fuerza.
Trastabillando llegué hasta una caseta telefónica, quise hablar a mi casa, con mi familia, platicarles lo que me estaba sucediendo. Al buscarme una moneda en la bolsa del pantalón, recordé la condición en la que me encontraba, fue otro shock volver a mi inexplicable realidad.
Volví a caminar, en el camino encontré una pequeña tienda y me di cuenta de que tenía un teléfono público, por un momento dudé en entrar, pero pensé que si no intentaba pedir el favor para comunicarme con mi familia, nunca iba a poder salir del estado en el que me encontraba.
Para entonces ya se me había aclarado un poco la voz y decidí entrar a la tienda:
–Disculpe señor, no quiero hacerle daño, no quiero monedas, no sé qué me pasó, sólo quiero hablar a mi casa, con mi familia, que vengan por mí–.
El tendero receloso me analizó de arriba abajo, tajante extendió la mano y me enseñó la puerta al tiempo que me decía –-sálgase, me asusta a los clientes…
–¡Le suplico, sólo déjeme hablar a mi casa y me salgo, no quiero causarle daño, de verdad estoy asustado no recuerdo nada, no recuerdo cómo llegué aquí y por qué estoy así, se lo suplico, por favor déjeme hablar…!
–Está bien, yo le marco porque me va a ensuciar el aparato, deme el número, pero en cuanto termine de hablar, se va…
–Claro, claro, en cuanto hable me voy, ¡gracias por su ayuda!, ¡gracias, gracias, muchas gracias!.
Bendito Dios pensé!, pero el alivio que sentí de que pronto hablaría con mi esposa, se esfumó en un santiamén cuando le dicté el número de teléfono y el tendero muy serio me dijo que el número era del Distrito Federal.
Con los ojos desorbitados, el corazón latiendo a mil por hora y más confundido que al principio, casi gritando le pregunté –-¡pues en dónde estoy, en qué ciudad estoy!—
–¡De verdad, no sabe qué le pasó, entonces cómo llegó hasta Puebla, está usted en Puebla, de dónde es usted, lo secuestraron, lo asaltaron, qué le pasó…!
–¡No lo sé, no sé, no sé, déjeme hablar a mi casa!
–¡Está bien, está bien!, lo voy a ayudar, voy a marcar, deme su teléfono otra vez…está marcando, ya está llamando, tenga, ya contestaron…
–¡Mi amor soy yo!…
–¿Quién habla?… ¿eres tuuuu, quién habla?…no puede ser… ¿eres tuuu, en dónde estás…?
–¡Sí mi amor, soy yo, por favor no cuelgues!, no sé qué me paso, hasta hace un rato recobré el sentido, estaba sentado en una banca de un parque, pero no sabía en dónde estaba…un señor me está haciendo el favor de dejarme hablar en su teléfono, dice que estoy en Puebla…no entiendo cómo llegué hasta acá…ven por mí…
–Ok, ok, ok, ok, voy para allá, no te muevas de ahí, pásame al señor para que me de la dirección…por nada te muevas de ahí, yo llego…
Con alivio colgué y di las gracias al tendero. Por instinto le extendí la mano para agradecerle su apoyo, pero me di cuenta lo sucia que estaba; mi acto me apenó mucho, bajé la mirada y guardé mi mano, únicamente le externé mi agradecimiento y salí de la tienda.
A unos metros de la tienda, me senté a esperar a mi esposa. Con las piernas recogidas y abrazadas me acurruqué; el saber que pronto vería a mi esposa y estaría en casa con mi familia me llenaba de seguridad y tranquilidad; sin embargo conforme llegaba la lucidez a mi cabeza y me cuestionaba la forma en que había llegado hasta ahí, me volvía a agobiar.
Mientras esperaba la llegada de mi mujer me recargué en una pared, me quedé dormido no sé cuánto tiempo, pero cuando desperté me sentí un poco más tranquilo. Esa sensación me llevó a meditar sobre mi situación, pero un olor a alcohol que emanaba de mí y del que no me había dado cuenta por el estupor que me causó encontrarme en un lugar desconocido, me hizo recordar que yo era una persona acostumbrada a beber todos los fines de semana.
De pronto, cuando a lo lejos vi venir a mi esposa, una sensación de felicidad y vergüenza me invadió, quise correr a su encuentro y abrazarla, pero su amor mezclado con desilusión me frenó. No la juzgué, entendí lo que significaba para ella verme así. Yo mismo me sentía abochornado de mi aspecto y del estado en el que me encontraba.
El saber que pronto estaría en la seguridad de mi hogar y con mis hijos, borró esa sensación.
Mi esposa bella, amorosa e inteligente, no dijo nada, sólo me tomó del brazo, me subió al carro y me llevó a un hotel para asearme y cambiarme de ropa.
Nunca antes había disfrutado tanto el agua caliente de la regadera y la espuma del jabón por mi cuerpo. Al salir del baño, mientras me vestía mi esposa comenzó a relatar la angustia que pasó:
–Han pasado varios meses, cuatro para ser exactos, te busqué hasta por debajo de las piedras. Fueron cuatro meses de llanto y desesperación. Salí todos los días a buscarte calle por calle, en todos los parques, debajo de los puentes, en todas las cantinas de mala muerte, siempre con la fe de encontrarte…di parte a las autoridades, todos los días llamaba a Locatel para saber de ti y nada, por momentos te creí muerto…
Saliste el viernes por la mañana rumbo a tu oficina y como siempre a las siete de la noche me hablaste para decirme que irías a la cantina a “echarte” un par de copas y que regresarías temprano. Esa mañana fue la última que te vi, y esa llamada telefónica fue la última que tuve contigo, a partir de ahí no supe más de ti…
Su relato me cimbró y me hizo recordar que efectivamente le había llamado para avisarle que iría con mis amigos a beber. Recuerdo que bebíamos y bebíamos, que cantábamos y brindábamos alrededor de una enorme mesa de cantina, pero no recuerdo cómo llegué a esa taberna, pues no era la de siempre, a la que yo acostumbraba pasar los viernes, tampoco recuerdo cuánto bebí, cuánto tiempo estuve ahí, cómo llegué a Puebla…
Ya no quise indagar más, pues era indiscutible que lo que me sucedió se debió a una laguna mental ocasionada por un alcoholismo que yo no quería reconocer que padecía, pues pensaba que una persona alcohólica era aquella que bebía todos los días a todas horas y yo por supuesto no lo era, ya que únicamente tomaba los viernes y en fiestas. Entonces cómo podría ser un alcohólico.
Menudo error en el que vivía, un alcohólico es aquel que después de la primera copa ya no puede parar de beber. Yo soy un alcohólico.
Desde aquella experiencia atroz he tratado de mantenerme sobrio, primero por el terror de volver a vivir una laguna mental, del que no todos los alcohólicos regresan, después por el dolor y el daño que provoco a los que me quieren.
Estoy plenamente convencido de todo lo que implica beber, por eso lucho día a día por mantenerme sobrio.
Dios me dio una nueva oportunidad de vivir. Todos los días me levanto y le doy gracias por respirar, por mi sobriedad y por estar con mi familia. El reto no es fácil, pero sé que lo voy a superar.
QMX/mmv