Libros de ayer y hoy
Cierto, en las últimas elecciones estadounidenses el promedio de victoria ha sido relativamente cerrado en términos del voto popular. Pero los comicios presidenciales en este país se realizan en base a un colegio electoral -un arcaísmo si se quiere, vestigio de la época en que no habían telégrafos, teléfonos ni ferrocarriles- que es la ley y que permite la posibilidad de que un triunfador en votos pierda la elección, como le ocurrió a Al Gore en 2000.
Ahora hay especulaciones de que Romney pudiera ganar el voto público y Obama el electoral.
Las encuestas y los números reflejan un país profundamente dividido, con sectores tan polarizados que parecen hacer imposible un diálogo que permita tomar las acciones de gobierno que se necesitan para sacar a este país del atolladero en el que, quieran o no aceptarlo, fueron colocados por las políticas económicas republicanas, en especial las seguidas por Ronald Reagan y por George W. Bush.
Reagan llegó a la presidencia en 1980 y uno de sus argumentos de campaña fueron las enormes déficits que a la sazón arrastraba el gobierno del demócrata Jimmy Carter. Para resolverlo puso en marcha un programa económico, literalmente economía “por goteo” que se basaba en reducción de impuestos para permitir supuestamente el crecimiento de la inversión privada. Y al mismo tiempo incrementó el gasto público, específicamente en defensa.
El resultado fueron déficits que cuadruplicaron los de Carter: en el período de Carter la deuda pública aumentó 482 mil millones de dólares; en los ocho años de Reagan, 1.890 millones de millones…
George W. Bush no es la excepción. Puede alegarse que su gobierno enfrentó un momento de crisis sin precedentes, pero también que puso al país en dos guerras para las cuales no tenía mas financiamiento que el crédito: se estima que las intervenciones paralelas en Afganistán en Iraq costaron al país un millón de millones de dólares cada una, sin que hubiera ingresos que siquiera paliaran ese impacto, pero eso sí, reducción de impuestos…
La economía es la vara tradicional de medir el éxito o el fracaso de un presidente, sin importar las circunstancias que lo rodean. Si solo se consideran los resultados económicos, es milagroso que Obama esté en la contienda, pero si se acepta la premisa de que logró detener el desplome y comenzar una modesta recuperación que apenas asoma, es viable que gane.
El problema es que no solo es la economía. Para un sector, quien sabe que tan numeroso sea, es importante anunciar que vota contra Obama no porque sea negro, sino porque dudan de su capacidad, y los números lo respaldan… aunque su rival proponga una receta venenosa.
QMX/jcf