
Teléfono rojo
Regresar al proyecto de la Revolución resulta imposible
Sustituir el proyecto de la Revolución está al alcance de la mano: tener la voluntad de replantear las relaciones bilaterales con Estados Unidos.
Regresar al proyecto de la Revolución resulta imposible: ¿cómo y con qué? ¿Qué puede ofrecerse a cambio? Naturalmente es viable la transición, cuyo inicio consiste en reformar el modelo político, llave para abrir la puerta a las transformaciones estructurales. La otra posibilidad es la imposición vertical y, como consecuencia, el despeñadero, porque a más pobres, mayor violencia delincuencial.
Habría que escuchar lo escrito por Tony Judt, leerlo en voz alta, para comprender, en su verdadera dimensión, que “hemos presenciado un traspaso continuado de la responsabilidad pública al sector privado sin que ello haya representado ninguna ventaja colectiva evidente. Al contrario de lo que pretenden el mito popular y la teoría económica, la privatización es ineficiente… El popular tópico de que los bancos que pusieron de rodillas a las finanzas internacionales en 2008 eran <<demasiado grandes para dejar que se hundieran>> se puede extender infinitamente. Ningún gobierno puede permitir que su sistema de ferrocarriles <<se hunda>>. No se puede dejar que las compañías eléctricas o de gas privatizadas, o las redes de control de tráfico aéreo, acaben paralizándose por la mala gestión o incompetencia financiera. Y, claro está, sus nuevos gestores y propietarios lo saben”.
Acá ha ocurrido. Las carreteras se privatizaron y después se rescataron; allí están el Fobaproa y el Ipab; los ingenios fueron puestos en manos privadas, se estatizaron, y regresaron saneados a la excelencia de la administración privada; las casas de interés social que no pueden vender los constructoras, son endosadas a Infonavit y éste, a su vez, se esfuerza porque sus derechohabientes las adquieran, ahora con segunda hipoteca.
La situación, en palabras de Arnaldo Córdova, es como sigue: “Los gobiernos norteamericanos tardaron en darse cuenta de que su papel no residía en defender las empresas de enclave de sus ciudadanos en México y de que la solución propuesta por los mexicanos resultaba la mejor de todas, sobre todo ahora que el país había pasado o estaba pasando a una nueva etapa de desarrollo nacional, y los mismos norteamericanos podían participar en él, inundando con sus capitales la industria, el comercio y las finanzas. Tardaron también en darse cuenta de que la negociación implicaba el reconocimiento de su poderío y del predominio de los intereses norteamericanos. Mientras tanto, los Estados Unidos siguieron planteando gravísimos problemas al nuevo Estado mexicano y amenazando su existencia”.
¿Puede cambiar lo anterior? Sí, a pesar o porque el Destino Manifiesto está más vigente que nunca, pero también por factores que juegan a favor del Estado mexicano y por encima de la globalización: el terrorismo y la confrontación entre la cultura y la ideología surgida del Islam, y la propuesta de Occidente.
La conceptualización del nuevo modelo político y económico que México requiere como proyecto para sustituir al de la Revolución, pasa por el replanteamiento de la relación bilateral con Estados Unidos.
¿Qué se quiere, se necesita para México y los mexicanos? Lo que tantas veces los gobiernos han ofrecido y nunca han cumplido: un Estado que dé garantías de bienestar, seguridad, trabajo y justicia. No es mucho, y es todo.
QMX/gom