Teléfono rojo
Está empeñado en imponer su criterio y voluntad a los mexicanos y al presidente electo, como si las cifras y la realidad avalaran su gobierno.
¿Qué hicieron los mexicanos para merecerse al presidente constitucional que va de fiesta en fiesta de despedida? ¿Cómo es posible que persista en el error, a pesar de las cifras oficiales y que la realidad desmiente su discurso toda vez que decide abrir la boca? ¿Qué lo motiva a perder la oportunidad de guardar silencio?
Sólo hay una palabra adecuada para calificar su proceder. El presidente de la República es insidioso. Esa actitud es quizá parte del bagaje de los políticos incompletos, o cuando menos de aquellos que tuvieron un sueño que no pudieron satisfacer, o de los que insatisfechos están decididos a imponer su criterio, su manera de ver al mundo, a pesar de saberse equivocados.
El diccionario de María Moliner es puntual: Insidia.- “Emboscada. Atraer, engañar. Acción o palabras con que se engaña a alguien para causarle un daño. Palabras o acción que envuelven mala intención. Insinuación malévola”.
Trasladarse a Estados Unidos, acudir al foro del Consejo de Relaciones Exteriores y a la ONU, para allí curarse en salud, sostener que en materia de combate al narcotráfico se tomaron decisiones difíciles, decir que se hizo lo que se pudo y sostener que para hacerlo se requiere valor -¿mejor que inteligencia?-, pero además esforzarse por lograr una palmadita en el hombro al tratar de comprometer a EPN, porque el que se va está absolutamente seguro que no hay más camino que el trazado por él mismo: una guerra sin cuartel y a muerte contra los barones de la droga, sin importar los daños colaterales y los costos directos en la credibilidad de las fuerzas armadas y en la confrontación de los mexicanos entre ellos.
Procede de esa manera porque intenta, se esfuerza por echar sobre sus gobernados y su sucesor, la mala vibra de su frustración, pues soñó con ser el presidente de México, y apenas si llegó, con una diferencia de medio punto frente a su rival; soñó también con hacer un buen gobierno, en convertirse en el presidente del empleo, pero las cifras oficiales proporcionadas por el INEGI, además de la realidad, señalan que su sueño se convirtió en pesadilla.
Ahora, allá con sus amigos de Estados Unidos, se empeña en quedar bien para que, cuando menos, le igualen el trato -durante su próximo exilio dorado- al otorgado a Ernesto Zedillo, lo que no será posible en el mundo de la academia ni en el ámbito laboral, pues el ex presidente del PRI contaba, en el momento en que eligió santuario político, con los méritos académicos como para ser maestro en la Universidad Yale.
Insisto en mi observación: el presidente que hoy todavía gobierna, habrá de vivir los próximos años sujeto a los ansiolíticos, obsesionado porque se le reconozca en lo que él considera haber hecho bien, entercado en buscarse un lugar en la historia, cuando ésta constantemente le dará la espalda, debido a la enorme distancia entre lo por él mismo promocionado y la realidad. Las cifras se encargarán de colocarlo en su lugar.
O su actitud, porque el discurso en la ONU muestra el rostro de Jano.
QMX/gom