
Ráfaga
Y en esa cena de despedida, servida en los jardines de Los Pinos, se recordó el affaire
Hacía frío en los jardines de Los Pinos; el otoño anunciaba el inicio del último tercio del año y el final del sexenio. Por la puerta 4 salían los últimos invitados a esa cena de despedida en la que el Presidente se despachó un discurso salpicado de anécdotas y lleno de melancolía. El poder se le desprendía, se le deshojaba cuando apenas –decía—comenzaba a escribirse lo mejor del sexenio.
El Presidente se retiró mucho antes de que uno de sus cercanos colaboradores pidiera a los mariachis esa canción que en su momento tuvo un claro destinatario: el Presidente saliente; pero éste no se dio por aludido en esos días. Luego se cobró la afrenta con creces y le valió un pito que lo amenazaran con echarlo del partidazo del que al inicio del milenio se apoderó y derrotó al hasta entonces imbatible tricolor.
Roto el procedimiento en el que el gran Tlatoani, así fuera azul y de raigambre opositora y con dizque nuevos métodos, determinaba quiénes se batirían en un duelo florido para escoger a su seguro sucesor, en 2005 el entonces Presidente evitó echar a andar todo el poder del Estado para reducir al hijo desobediente que se había atrevido a desafiarlo renunciándole al equipo para buscar la candidatura albiazul sin su opinión ni visto bueno.
Y en esa cena de despedida, servida en los jardines de Los Pinos, se recordó el affaire. El jalisciense que fue coautor de aquella determinación y fue heraldo del destape del michoacano, no estaba en México, cumplía sus tareas como embajador en España, designación que el Presidente ordenó para desarticular al equipo de Josefina.
¡Ah!, cómo disfrutó el michoacano aquella decisión, cómo se sintió pleno de haber respondido en toda la extensión al guanajuatense que lo corrió de su gabinete por haber manifestado su aspiración presidencial. Pero la vida es una rueda de la fortuna.
La cena se sirvió entre risas y bromas de los asistentes. Puros amigos, los que estuvieron en el primer círculo durante seis años y los que llegaron después y se ganaron la confianza del Presidente. Los nuevos ricos ahí codo a codo, con sus galas de sedas oscuras y afeites franceses. Puras marcas.
Hubo wiskis y aguardientes y tequilas y coñacs. Se bebió sin prisas, sin excesos. Uno nunca sabe quién o quiénes pueden abrir la boca y deslizar la indiscreción. Por aquello de las dudas nadie se excedió. ¡Total! Había tiempo para un next en alguna de esas residencias recién adquiridas y amuebladas con gustos poco o nada exquisitos, a modo del nuevo rico.
Y como en la última cena, alguien aludió a los Judas, sí, porque son varios a estas alturas, en los últimos días del sexenio. Se habló de los cobardes y del cobarde, se defendió al Presidente. Los amigos del michoacano, ungidos senadores y diputados, despotricaron contra los malagradecidos y los traidores.
Josefina se disculpó y no asistió a la cena; supo de antemano que ella iba a ser parte de ésta; aunque uno de los que en su momento presumió ser su amigo de ley, casi compadre, aseguró que ella y no el Presidente fue la culpable de su derrota en las urnas.
Cada cual, empero, presumió de sus logros, de lo bien que la había hecho en la encomienda, como miembro del gabinete. Y deslizaron las culpas del Presidente; en público lo defendían, en privado lo acusaban de todo, como el senador Javier Corral que de pronto se sintió demócrata y exhibió sus miserias y diferencias con el Presidente.
Y el Presidente, solitario en su oficina de Los Pinos repasaba lo ocurrido esa noche, en la cena de despedida: sonrisas, abrazos, parabienes, frases melosas de sus amigos, sus colaboradores y colaboradoras. De ellas sentía en la mejilla el beso fingido y, de ellos, el saludo le quemaba la siniestra y también la diestra; se acostumbró a saludar con ambas manos pese a ser zurdo.
¿Valió la pena ser el hijo desobediente? Y se le vino a la mente la letra tantas veces entonada por mariachis y tríos en campaña, hace seis años y el día de la victoria. Seis años de poder y un breve otoño para ir dejándolo en el camino, solitario y desobediente. Digo.
QMex/msl