HISTORIAS COMUNES: “Derecho de piso”

10 de septiembre de 2012
 , 
0:15
Marypaz Monroy Villamares

Como sucede en casi todas las familias mexicanas, con sacrificios su madre trabajó de sol a sol para pagarle a él y a Gloria una profesión que les permitiera salir de la pobreza en la que vivían.

Sus dos retos eran, terminar su carrera de arquitecto, y tener un buen trabajo para recompensarle a su madre todas las mal pasadas sufridas al pagarle una carrera profesional.

Uno de los retos estaba cumplido. Luego de largas jornadas agotadoras de estudio y prácticas, por fin un día pudo poner en manos de doña Elvira el título de arquitecto.

Faltaba el segundo reto.

Fueron meses y años los que pasó tocando las puertas de las mejores constructoras del país. Algunas se le abrieron sólo para ofrecerle el puesto de asistente del encargado de la obra. Al principio lo aceptó pensando que iría escalando peldaños hasta llegar a ser el titular de la construcción.

El sueldo no fue suficiente y tuvo que buscar otra actividad alterna. La encontró. Se convirtió en contratista. Pero el gusto no le duró mucho. Las “chambas” solo eran por temporadas. Los gastos en casa eran de todos los días.

Así fue como Rogelio, Gloria y Elvira, su mamá, abordaron el autobús con destino a Guadalajara. Allá tenían familia y comenzarían una nueva vida.

Era muy temprano, querían salir lo más pronto posible del Distrito Federal y dejar atrás tantos sinsabores; entre estos, su padre, don Rogelio. El había decidido ya su destino, el alcohol. Mucho hicieron para alejarlo de este flagelo, pero él no se dejó ayudar.

Rogelio y doña Elvira no podían más, tenían que respirar otros aires y probar mejor suerte en otro estado de la República.

Los dos salieron muy decididos a triunfar, tenían que lograrlo, porque no sólo estaba en juego el futuro de ellos tres, dentro de siete meses se les uniría un cuarto destino. Rogelio sería tío y su madre, se convertiría en abuela.

Gloria con los achaques de toda embarazada, el dolor de la traición y el abandono, estaba dispuesta a dejar atrás el desamor y la irresponsabilidad del padre de su bebé. Por eso prometió que no sería una carga más para su hermano, que también apoyaría con los gastos de la casa.

Anhelantes y con mucho entusiasmo por empezar una nueva vida llegaron a su destino.

Después de una semana de su llegada a Guadalajara y de acomodarse en una pequeña vivienda donde pagarían una renta mensual, los tres comenzaron a buscar trabajo.

Gloria se encargó de los quehaceres de la casa, los menos pesados, y puso un letrero en la puerta de la casa: “se capturan textos y se hacen tareas en computadora”. Doña Elvira, además de hacer limpieza en las casas, también puso su anuncio: “se plancha ropa, 40 pesos la docena”. Rogelio buscó trabajo en el sector de la construcción. Empezó haciendo planos. La suerte le comenzó a sonreír.

Los tiempos aciagos comenzaron a quedarse en el pasado. Los de prosperidad estaban en la puerta.

Empezaron a amueblar la casa, pues tenían lo más necesario. Gloria y doña Elvira iniciaron los preparativos para esperar la llegada del nuevo integrante de la familia. Rogelio se dio algunos “gustitos”: comprar discos, la música era su pasión, y los viernes por la noche, echarse “unas chelas” y bajarse el estrés con una “partidita” de billar.

Cada viernes o sábado, el billar era su distracción. Al principio no fue cliente asiduo pues el saber que “los chilangos no son bienvenidos aquí”, lo inhibían, además no quería tener broncas.

 

Sin embargo, continuó yendo, y un sábado cuando estaba jugando escuchó a sus espaldas:

–¡A ver tú! pinche chilango qué haces aquí, salte o te saco, aquí no queremos chilangos, nos caen en la punta de…

Rogelio se hizo el “occiso”, no lo tomó en cuenta, pues notó el tono ebrio del parroquiano que le echaba pleito a sus espaldas.

El desdeño que Rogelio le hizo al no tomarlo en cuenta y el calor de las copas, encendieron los ánimos del sujeto, envalentonándolo para sacar un cuchillo e írsele encima.

–A ver si con esto me haces caso, ya te dije que no queremos a los pinches chilangos, hijos de mierda—le gritó a Rogelio al tiempo que se abalanzaba con el cuchillo.

Rogelio al mirar de reojo la mano con el cuchillo, se dio media vuelta y de inmediato con las dos manos lo aventó para quitárselo de encima y defenderse.

El sujeto con el cuchillo en la mano cayó de espaldas. Su cabeza pegó en el borde de la mesa de billar. En un abrir y cerrar de ojos, el atacante de Rogelio se encontraba en la cama de un hospital en estado de coma, y él, detenido por homicidio.

Rogelio quedó libre al comprobarse que actuó en defensa propia y luego de conciliar con los familiares de su atacante, el pago de una indemnización y de los servicios funerarios, que ascendían a 200 mil pesos, y que se redujeron en 20 mil.

A los aproximadamente ocho días, Rogelio regresó a su trabajo. Explicó lo sucedido. No podían tener laborando con ellos a una persona con antecedentes penales. Fue despedido.

Empezó de nuevo a buscar un empleo. Nadie le dio oportunidad. De algo tenía que vivir. Puso un puesto de discos. Tuvo suerte para las ventas, para el comercio ambulante.

Comenzaba a reponerse, a llevar dinero para el gasto de su casa.

En el suelo, encima de la manta, Rogelio agachado acomodaba su mercancía; tres sombras se reflejaban en los discos, de inmediato se incorporó para atender a los primeros clientes del día.

Dos lo amagaron con pistolas, uno de ellos le pateó su mercancía y le exigió una cuota para poder vender.

–¿Quieres vender aquí?, tienes que pagar “derecho de piso”, son mil pesos semanales, aquí vamos a estar puntualitos cada viernes, si no los pagas te quebramos…

Rogelio había salido con su familia de la ciudad de México para probar “mejor suerte”…

 

QMex/mmv

 

Te podria interesar