Ráfaga/Jorge Herrera Valenzuela
Esa exportación de capitales, del producto del trabajo de los mexicanos y de la explotación de sus recursos renovables y no renovables, es dinero que deja de invertirse en esta nación para crear empleos, para producir servicios y alimentos, para crear riqueza con inversiones en petroquímica, por ejemplo, y otras fuentes de energía; es dinero que deja de usarse en educación y salud, en seguridad, en salarios que sean garantía de una vida digna, permitan a los mexicanos de a pie llevar alimentos a la mesa de sus hogares y ver a los ojos a sus hijos, verlos sin rubor, sin vergüenza por no ser buenos proveedores.
Es terrible, pero es verdad. El Estado nación como modelo de desarrollo y organización está en proceso de extinción, a menos de que se reviertan las consecuencias de la globalización, de la desequilibrada integración comercial, del corrimiento que hubo en los factores de poder, para que los barones del dinero, de las corredurías y la especulación, se hiciesen con el control político y económico de lo que queda de los Estados.
Allí está el desafío de EPN, que consiste en convencer a la sociedad y a los socios que ya tienen un pie en México, de que es necesario transformar a Pemex, por ejemplo, pero sin que se pierda el control de la riqueza producida y se paguen impuestos acordes a lo que se cobra en otras naciones; que se construyan en México refinerías, y no sólo se enriquezcan con la refinación y producción de productos derivados del petróleo, las de Estados Unidos.
Además de lo anterior, la sociedad será optimista y confiará en su gobierno, cuando el combate al narcotráfico deje de ser cruento, cuando la reforma laboral proscriba el outsourcing y los sindicatos dejen de crear los monstruos millonarios que han producido.
Allí es donde deben estar las apuestas de EPN, para convertirse en el estadista que los mexicanos merecen y necesitan.
Insiste mi Demonio de Sócrates: “La idea del futuro nos atormenta y el pasado nos detiene. Y es por ello que el presente se nos va de las manos”, escribió Gustave Flaubert.
QMex/gom