Juego de ojos
Ha cambiado la forma de expresión, se dejaron de utilizar muchas palabras para definir lugares, personas y situaciones, los juegos infantiles, las acciones, lo cual indica que por ese camino tal vez el próximo Siglo ya habremos cambiado de forma de pensar y seguramente le encontraremos la cuadratura al círculo para definir que es democracia a la mexicana y hasta dejemos de vender sufragios o de comprarlos, el chiste es que por ahí la llevamos.
En una abierta y franca faena dirigimos la mirada durante varias horas entre el congestionamiento de tránsito que se vive en la capital de la República a la que ya pocos llaman, por cierto, capirucha, y nos percatamos de la inexistencia de los célebres sacamocos, es decir, de los conductores que, desesperados por no avanzar, comenzaban a hurgarse la nariz casi, casi hasta tocarse un ojo y de repente ponían cara de espanto al percatarse de lo que habían extraído. Por las mañanas son muchas menos las féminas que van hablando por teléfono, pintándose y conduciendo sus vehículos al mismo tiempo. Ni que decir de los brazos por fuera, del codo recargado en la portezuela, de eso nada y debe ser por aquello de los “cacos”, nombre que se le daba en el pasado a los ladronzuelos.
Y como ya pasó de moda hasta el grito del 15 de septiembre, abranla que lleva bala. Ya instalados en los desayunaderos buscamos afanosamente los chicles pegados debajo de la mesa y no encontramos y esa costumbre vaya que recorría desde los más elegantes hasta las fondas. Nos dicen que la práctica no se ha perdido y que todavía se encuentran debajo de los asientos en los cines y en las cabeceras y los buros de los hoteles. Incluso son famosos los árboles ubicados en San Ángel, en Tacuba, en Marina Nacional, en el DF, que los han dedicado a la pega de chicles al igual del que se encuentra en uno de los camellones de la avenida Chichen en Cancún. Y así, recorriendo barrios y mercados nos llevamos muchas sorpresas como la falta de esas charolas con chiles rellenos que rebosaban, los gritones en los mercados a quienes les escuchábamos “¡¡¡¡pásele marchanta!!!” y ya no sería este el tiempo para que Guadalupe Loaeza pudiese darle vida a su texto “Las reinas de Polanco”, porque tampoco en ese mercado han vuelto a preguntar a las encopetadas “¡¡¡ que va usté a llevar, mi reina!!!”.
Tiene esto su lado muy triste. El saludo pocos lo contestan y se supone que por la mañana todavía no se vive el viacrucis diario y aún así la respuesta, cuando mucho, es un levantamiento de ceja, un cierre de ojo, o el movimiento a medias de una mano aunque con suerte también éste se hace con la cabeza. Pero eso no son solo las pérdidas para los adultos, también existen para los niños que ni idea tienen de cual es el juego de la matatena, o de las carreteritas, o las corretizas de los encantados, los brincos en el avión, el stop, aquel que tenía como referencia “declaro la guerra en contra de…”, las escondidillas y lo divertido para los adolescentes de jugar al burro tamaleado o a las cebollitas, que de repente dejaban una que otra embarazada.
Están quienes no conocen bien a bien las corcholatas o las fichas, los que hacen cara de pregunta cuando se hace referencia a las pachangas o a las tocadas, o a las tardeadas. Nunca saborearon un dulce de los que se llamaban trompadas, ni los chupirules, ni las charamuscas, ni las cajetas con envase de madera a las que el azúcar se les asentaba de tal manera que disfrutar lo último era lo mejor, tampoco saben del pinole ni siquiera el refrán “el que tiene más saliva traga más pinole”. Esos eran los tiempos en los que al referirse a la esposa hablaban de “mi ruca”, y cuando a las autoridades, a la policía, se les denominaba gendarmes y había azules y tamarindos o también pitufos que se llevaban a la gente en las “julias” y que cuando se alertaba a los que podrían ser detenidos el grito era “¡¡¡aguas que ahí viene la chota!!!”.
Eran todavía las buenas épocas de las pulcatas, de las pulquerías pues, de esas que tenían un área exterior para mujeres en donde lo que más servían eran los famosos curados de piñón y de frutas. Esos lugares eran hasta referentes, por ejemplo para no decirle cojo al cojo le llamaban “barre aserrín” al tiempo de escuchar al organillero, música tradicional de esos sitios en donde cuando sorprendían al “dos dedos”, es decir al carterista, le gritaban “¡chantala!”. Y en ese México de tantos recuerdos y que hizo fama a los mexicanos de ingeniosos estaban los regaños de las abuelas. Para retirar a los menores de las pláticas les decían “ve a ver si ya puso la marrana” o vete con tu tía y pídele “un cinco de tenmeacá”; para evitar la pregunta ¿qué es? señalaban “tones, para los preguntones”.
De pronto las discos se transformaron en antros, palabra que años antes se utilizaba para definir los lugares “de mala muerte” y en los cuales, paradójicamente, trabajaban las mujeres de la vida alegre, de la vida galante. Eso sí, del Sancho, del célebre y siempre bien recibido Sancho, generaciones y generaciones siguen hablando, ubicándolo perfectamente y no importa si ya no usan la palabra gandalla, o canijo, o no hay purrún, o chiquistriquis, o moler o no seas cuchillito de palo, o si simplemente ya no silban el famoso tu-ru-ru, el Sancho, es el Sancho.
En las oficinas y a manera de broma, a la hora de comer era salir a papear, para dirigirse a una cantina el vamos a tomar un trago era definido como un alipuz, un refin, un chingere. Y, como ya no quiero moler para que no me digan cuchillito de palo, de ese que no corta pero como molesta, ahí le paro y si recuerda usted alguna otra de esas palabras o acciones en desuso le pido me lo haga saber a través de la página www.liliaarellano.com, en donde además puede escuchar los programas radiofónicos que se transmiten en la ciudad de México los días, lunes, martes y miércoles a las 4 de la tarde a través de la cadena nacional RASA, independientemente de los de televisión a través de Promovisión, canal 10 de Cancún, canal 29 de Mérida, Yucatán, y 5 de Campeche o como lo hemos venido haciendo en [email protected].
QMex/la