Libros de ayer y hoy
La fórmula fue básica, de primaria, repetida desde hace rato. Porque no son nuevas frases como éstas: “se está preparando un gigantesco fraude electoral”, “tenemos testimonios de que están comprando votos” y “vamos a tener un ejército de abogados para defender nuestros triunfos”. Así se preparó el escenario, con la generación de desconfianza, para invocar las advertencias cuando en las urnas pierden estos próceres de las izquierdas.
Hoy, la insistencia de que la elección presidencial fue inequitativa y fraudulenta por lo que debe ser anulada, está en todos lados y ha germinado nuevamente la semilla de la desconfianza hacia los consejeros electorales, vaya, hacia el árbitro de la contienda; la etapa siguiente está en pleno proceso contra los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
¿Por qué no anular la elección completa y mandar al diablo los resultados en la elección de senadores, diputados federales, diputados locales, gobernadores, alcaldes, jefes delegacionales y hasta regidores?
Y es que, de ser cierta la versión de que operaron fuerzas externas y los poderes fácticos en la elección del Presidente de la República, no debe soslayarse, incluso por sentido común, que el ciudadano que fue a las urnas llevó una convicción para sufragar.
Ofende, en consecuencia, que a éste elector se le descalifique acusándolo de contubernio con los poderes fácticos; vaya, asegurar que, por ejemplo, Televisa le lavó el cerebro a millones de ciudadanos para que votaran por Enrique Peña Nieto pero, al mismo tiempo, usaran su libertad de sufragar por quien quisieran para otros cargos.
Empero, hay una importante cantidad de ciudadanos que hoy considera que así fue, que los poderes fácticos son insuperables en eso de lavarnos el cerebro selectivamente. Y sirve una sola imagen, que se repite cientos, miles de veces en el espacio de las redes sociales –bajo sospecha de ser parte de esos poderes supraconstitucionales—para creer que esa praxis fue general, tal es el caso de Soriana donde se habría utilizado la tarjeta con la que se habrían comprado voluntades.
“Sí, sí, fueron los del PRI quienes repartieron esas tarjetas”, insisten simpatizantes y oficiosos de López Obrador y éste se cura en salud y aprovecha el margen y reta a Enrique Peña Nieto a debatir respecto del uso de recursos ilegales para comprar el voto, como si de inmediato Peña Nieto aceptaría el reto.
Esa es la parte de la estrategia en la que, con su aparato de propaganda simplista pero de alta influencia masificadora, los operadores y asesores de López Obrador y éste en sí, buscan arrinconar al PRI y su candidato, exhibiéndolos en la clásica de “el que calla otorga”, o atribuirles miedo a debatir pruebas porque están supuestamente nerviosos y temerosos de que se les demuestren sus pillerías electorales.
Porque, indudable y harto conocido, es el recurso del rollo, de la demagogia y la retórica para salirse por la tangente y prometer la presentación pública de pruebas de su honorabilidad y rectitud a cambio de que también lo haga del lado del PRI. Y si en el tricolor se responde con pruebas, ellos las descalificarán y escurrirán tiempos para agotar plazos.
Un ejemplo. Cuando López Obrador “compareció” ante opinadores de Televisa, dijo contar con pruebas de que estaba arriba en las encuestas, que encabezaba la preferencia del voto por encima de Peña Nieto. Le pidieron las mostrara, ofreció entregarlas; no cumplió, aunque a los televisos terminó implicándolos en la supuesta operación para concretar la inequitativa y fraudulenta elección del pasado 1 de julio.
En fin, lo cierto es que esa estrategia lopezobradorista ha cumplido el objetivo de sembrar desconfianza entre los ciudadanos –¿le habrán pagado a mi vecino por su voto?–,y hacia los responsables de garantizar la legalidad de los comicios. Pruebas, señores, pruebas. Digo.
QMex/msl