A DOS PUNTAS: “La Rifa del Tigre”…

20 de julio de 2012
 , 
8:09
José Carreño

El candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, el seguro vencedor de los comicios, está montado sin embargo en un caballo bronco y tiene mucho menos recursos que presidentes anteriores de su mismo partido.

De entrada, el PRI tiene en el congreso la mayoría relativa. En otras palabras, es la minoría mas grande,  pero minoría al fin y al cabo. Para desarrollar un programa de trabajo y tener mínimas esperanzas de éxito deberá negociar con rivales que unidos tienen mas votos legislativos que él.

Cierto, en las actuales condiciones cualesquiera que hubiera ganado tendría problemas similares. Ni López Obrador -digan lo que digan él y sus seguidores-, ni Josefina Vázquez Mota -suspiren lo que suspiren los panistas- parecieron tener posibilidades de romper la barrera del 50 por ciento.

El país, si se quiere ver de esa forma, parece dividido en tres grandes tercios, y cada uno de ellos necesita la cooperación de otro mas para ejercer un poder acotado, a su vez, por una realidad política.

La implicación es simple. Peña Nieto, que seguramente será declarado ganador, deberá buscar colaboración y negociaciones para estar en posibilidad de gobernar y eso implica la necesidad de hacer concesiones a la oposición a cambio de su apoyo.

Nada nuevo en el mundo pero en México, donde la rigidez y la intolerancia son vistas como virtudes políticas, la negociación es considerada como equivalente a traición.

Es en ese marco que la izquierda tiene una nueva oportunidad de organizarse y crear un auténtico partido moderno, democrático, consolidado que pueda llegar democráticamente al poder y ejercerlo de forma democrática, no en base a definiciones personales o de grupos interesados.

Ahí sin embargo parece estar el mayor problema. La actual coalición se sostiene debido al carisma y la fuerza de López Obrador, no por la existencia de un movimiento sólido, y la ecuación para el político tabasqueño va en sentido de maniobrar para quedarse al frente -lo que implica un control férreo y personal- o ser rebasado por la izquierda-.

Cuando en 2006 López Obrador se embarcó -y embarcó a sus seguidores- en una literal ocupación de parte de la Ciudad de México en defensa del voto, según decían él y sus partidarios, acabó por crear una “leyenda negra” alrededor de su nombre y el movimiento de izquierda que todavía dura y confirma cada destemplada reacción suya a comentarios o críticas.

Esa reputación es tanto una ventaja como una desventaja. Ventaja porque la dureza le da ventaja en eventuales negociaciones. Desventaja porque si bien no hay quien pueda disputarle el liderazgo de su grupo, esa actitud no lo hace simpático a la mayoría de los electores.

La ventaja y la desventaja quedaron plasmados en la Ciudad de México,  bastión por excelencia de la izquierda, donde AMLO obtuvo menos votos que Miguel Mancera, su correligionario candidato a Jefe de Gobierno.

 

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