
Cooperación nacional e internacional
Le conocí en mi penúltimo día de vacaciones y de inmediato me recordó a mi abuela. Llevaba unas arracadas enormes y una sonrisa roja, descarada, que sólo se puede lucir cuando el qué dirán no importa, cuando la seguridad de tus años te permite hablarlo todo y preguntar sin el mayor descaro. Comenzó explicando cómo hacer chilaquiles y luego empezó a investigarme.
Yo no sé si el auxilio se me ve en el rostro o se nota en cada movimiento o lo transpiro, pero me temo que no sólo es ella quien se ha dado cuenta.
¿Y qué estás leyendo?, dijo mirando de pies a cabeza a Laura: desde las botas, el cinto, los pantalones negros entallados, los ojos enormes y profundos, la voz, la gorra. Le mostré mi libro Estaciones de Paso de Almudena Grandes, ¿y de qué se trata?, dijo.
Son varias historias sobre la adolescencia, esta es de una chica que tiene un padre inmóvil y le toca cocinar. ¿Y el padre no se mueve?, no, un camión le cayó encima, entonces la madre y las hijas se reparten la responsabilidad de la casa, y la historia sucede en primavera, cuando uno se debe enamorar y el cuerpo grita auxilio, le respondí.
¿Y tu cuerpo grita auxilio?, insistió, ¿el mío o el de la chica?, el tuyo, no te hagas, porque el mío sí, sonrío. A veces, dije, pero el asunto es que la chica quiere enamorarse y no sabe cómo. ¿Y tú estás enamorada?… ¿Yo?, pero señora, estamos hablando del libro. ¡Bah!, la vida es un libro, ¿amas o no?… No, ni yo ni la chica. Tonterías, si tu cuerpo grita auxilio y no estás enamorada, necesitas un caldo, enseguida se sentó a mi lado y comenzó a decirme la receta del Mole de Olla. De inmediato recordé a mi abuela.
Sin duda en mi casa de infancia el amor y la cocina se vivían por separado, hasta que uno terminaba por llorar y salir huyendo por la puerta abandonando todo. Así salí yo a los 15, cuando no había nada que perder, por primera vez en mi vida, porque luego salí de otra y luego de otra casa creyendo en cada ocasión que lo iba perdiendo todo, sin saber que cada salida era un recomienzo.
En mi casa el Mole se hacía de diferentes formas y el amor era callado, sin decirlo en voz alta, sin subir el fuego, como cuando se cocina, no sea que se fueran a quemar las cosas.
Cuando la mujer de los labios rojos me explicaba el xoconostle, los chiles morita, el guajillo, el chambarete, parecía que miraba a mi abuela frente a la lumbre, con sus vestidos floreados y sus caderas generosas, ¿por qué tienes tantas pompis abuela?, ¿cómo fue que te enamoraste tres veces?, ¿cómo le haces para querer a todos tus maridos?… La cocina era un sitio para cocinar el alma y el pollo, la carne, tatemar las tortilla y preguntar, porque no había otro sitio mejor para soltar una duda que estando frente a la lumbre, así no habría tiempo para el regaño o el enojo, así mi madre, mi abuela o quien estuviera enfrente, tendría que decirme la verdad y rápido, para no echar a perder el guiso.
Hice el Mole de Olla este domingo, echando el epazote a buen ojo, pensando en la galleta china y el amor, tratando de reflexionar qué ha sucedido conmigo y terminando de creerme la maldición.
He decidido amar varias veces pero sólo tres lo he dicho en voz alta.
Hace mucho, cuando todavía no sabía manejar, un hombre que nos llevaba y nos traía, desde Ciudad Satélite hasta Naucalpan, por el Periférico hasta Viaducto, desde el aeropuerto hasta nuestra antigua casa de Ciudad Brisa, aseguraba tener una maldición por la cual abandonó su pueblo en la zona Mixteca de Oaxaca.
Nuestro chofer se llamaba Sabino pero su nombre era tan misterioso como la historia que nos fue contando entre los altos y el siga: Inocente Sabino Zárate Vázquez, decía que la Maldición de los 7 Oaxacos que le había echado un vecino, no le permitía amar, ni ser feliz, ni encontrar nunca la paz del alma y yo le creía porque tenía tan poca suerte que de milagro sobrevivimos con él al frente del volante varios años.
Sin embargo Sabino, mientras me enseñaba a manejar, me fue dando además consejos sobre el amor que, aseguraba, a él le habían funcionado, a lo mejor fue ahí cuando inició mi propia ruta maldita. Lo extraño fue que a pesar de venir de la tierra del mole, nunca me habló del Mole de Olla como la mujer inquisidora de los labios rojos.
Te lo digo, me insistía, cuando el amor no llega, no hay como este caldo para calentar el alma.
El hecho es que no le dije, pero ella lo supo que decir te amo tres veces, muy seguramente le deja a uno sin una cuarta oportunidad, porque ya todo ha sido mal dicho o maldito o mal escuchado, como aseguraba Sabino el Oaxaqueño.
¿Seguro que no amas?
No amo, dije en voz alta con los ojos de todas las secretarias de la escuela en donde mi hija llevaba ya 20 minutos haciendo un examen sobre mí. No, repetí, pero nada pasa. Y entonces ella y la mujer callaron mirándome como si vieran a una desahuciada.
¿Y amaste?
Ya no respondí, pero ella supo como una pitonisa, lo que había sucedido cada una de las veces.
Claro que amé, pero decirlo me ha costado caro. Nunca encuentro la forma ni el momento exacto, así que creo que es mejor callar.
Si lo digo de inmediato, puede creerse que estoy loca de remate. Si se me ocurre mencionar que busco una pareja se piensa que tomé algún psicotrópico o que tal vez esté borracha, aunque pueda hacer el cuatro sin caerme. Si no digo, entonces se deduce que soy insensible, ocupada, metida en mis asuntos y que vivo en un desinterés total por el otro.
Hace meses me invitaron a presentar un libro, viajé a la frontera y apenas puse un pie en el aeropuerto me recibieron con un: “Creí que jamás vendrías, me parece increíble verte, tú jamás tienes tiempo para nada, ni para el amor”.
La penúltima vez que me armé de valor y con nada en el estómago más que una sopa, miré de frente y dije, después de pensármelo varias semanas, te amo, llegó el reloj y las prisas y el uy, se me hace tarde, debo volver a la oficina.
Sí, tal vez la señora tenía razón, lo he dicho tres veces y en voz alta o tal ve entre kilómetros y charlas, se me vino uno que otro oaxaco encima. De la primera vez que lo dije resultó un matrimonio y algo de birria, de la segunda un amor hasta el Cono Sur del cual huí, por miedo después de comer un Caldillo de Congrio y de última, un sorbito de sopa y una carrera a la oficina.
Por eso hice el Mole de Olla, para saber si se me calentaba el alma, por eso, cuando me lo comía, pensé en mi último amor y su receta, el mejor amigo al que jamás debió haberse dado un sí. Sucede que la protagonista, una mujer que acostumbra leer libros de adolescencias mientras espera a su hija que hace un examen, decide aceptar el amor de su mejor amigo, sin amarlo verdaderamente, pero con un cariño de hermanos. Luego, por azares del destino o porque no se comió el caldo adecuado, termina perdiendo la amistad y el amor y recordando la sabia frase de su tía Margarita: “Los amigos son amigos, no hay que quererlos de más” quedando con un tremendo hueco en el alma y una ramita de apio atorado entre los dientes.
Sopa Quema Grasa
Una Col grande, 3 jitomates, 2 cebollas, que al final no saben, me jura mientras la prepara, un apio y 2 pimientos morrones. Absolutamente ni un granito de sal. Tienes que echarla al agua hirviendo, sin nada de polvos, la pura verdura dice. La probamos. Según me cuenta la sopa es efectiva.
“Yo bajé 6 kilos, por ella, por la maldita que me dijo que me amaba. Sólo por ella me puse a dieta”.
El único detalle es que con la sopa no se toma nada de alcohol o no funciona, y los poetas siempre necesitamos un ron, asegura con cierta nostalgia por el amor mientras tomamos una cucharada.
…O tal vez sea que no estoy pronunciando bien o que en lugar de decirlo, debo comenzar a ponerlo por escrito en un papel que se lea cuando yo ya no esté de frente, mirando como si esperara recibir una buena nueva de alguna galleta china.
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