HISTORIAS COMUNES: La siguiente víctima…

27 de junio de 2012
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14:18
Marypaz Monroy Villamares

La escena se repite. En primer plano escuchas la voz del hombre que, sin piedad y amenazante, te exige dinero por la vida de tu familiar,  mientras a lo lejos los gritos de tu hijo imploran por su vida, que “lo rescates”, que no dejes que “lo maten”, que no dejes que le “hagan daño”, que “les des” lo que te piden.

En la inconciencia del sueño le dices a tu mente que todo está bien. Pero tu cuerpo se agita nuevamente. Tiembla. Ahora estás llorando. Semidormida te levantas. Corres a la recámara de tu hijo. Abres. Entras. Lo buscas en la penumbra de la habitación. Registras entre las sábanas. Te cercioras que está ahí en la “seguridad de tu hogar”.

Vuelves a tu cama. Tratas de refugiarte en el sueño para olvidar, pero las lágrimas salen sin control y el insomnio irremediablemente se apodera de ti. Te  vuelve a la realidad, a una verdad que no sirve para tranquilizarte sino para recordarte que no fue una pesadilla, que sí sucedió. Una realidad que te grita que no eres tan fuerte como pensabas, que eres tan vulnerable como el más débil e indefenso de los mortales.

Son las tres de la mañana. Con los ojos abiertos como queriendo unir con la mirada la fortaleza esparcida en trozos, y con todos los sentidos bien despiertos recapacitas y nuevamente tu cuerpo se estremece al darte cuenta que el círculo de la inseguridad cada vez se cierra más y más. Te ahorca. Toca a tu puerta. Toca a los tuyos, a tus hijos, a tu padre, a tu madre, a tu esposo, al ser más querido. Se mete con los tuyos. Se mete a tu intimidad. Se mete a tu hogar. Te llama por teléfono.

— ¡Mamá ven por mi!, me subieron a una camioneta…

— ¿Qué tienes?, ¿por qué lloras?

— ¡Mamá por favor ven por mí!

— ¿En dónde estás, qué tienes…?

— No dejes que me hagan daño, ME SECUESTRARON, me subieron a una camioneta, dales lo que te piden…

Y el pánico se apodera de ti. Juras que es la voz de tu hijo. En un instante ves que su vida pende de un hilo. Te paralizas porque te das cuenta que su vida depende de tu habilidad para “negociar”, para no hacerlos enojar. Te meten en su juego perverso. El amor que le profesas te hace caer en la trampa. Tu mente se vuelve un caos. Quieres colgar. Piensas que es una broma, que eso a ti no te puede estar pasando. Vuelves a dudar. Quieres colgar el teléfono. Mientras los gritos que oyes a lo lejos te dan la certeza de que son los de tu hijo. Esto te hace dudar otra vez. Caes en su juego. De pronto recuerdas su modus operandi. Te calmas. Tratas de guardar serenidad. Y vuelves a escuchar:

— ¡Tenemos secuestrado a su hijo!, si no nos da lo que le pedimos lo vamos a matar…¿cuánto dinero tiene en su casa…?, ¿tiene tarjetas de crédito…?, ¿cuánto puede sacar…?, sí quiere que se lo regrese vivo necesito cien mil pesos…

— ¿Cómo sé que es mi hijo… quiero hablar con él?

— ¡Ya habló con él…!

A lo lejos los “gritos de tu hijo” te claman, te suplican que lo ayudes. Te ruegan que no lo abandones, que les des lo que te piden. Y en tu cabeza una a una se repite la imagen de tu hijo y la voz que te dice: lo tenemos secuestrado, secuestrado, secuestrado…

Pero es que yo no tengo esa cantidad

Pues ya sabrá lo que hace… usted no está para negociar…si no me da el dinero le voy a mandar la ropa de su hijo y a ver en dónde encuentra su cuerpo…Le doy una hora para que junte el dinero…quiero que me lleve 50 mil pesos al lugar que le voy a decir…no trate de llamar a la policía porque entonces sí va a encontrar tirado a su hijo muerto por ahí… a ver a dónde lo encuentra tirado…

Nada se escucha. Sólo silencio. Colgó. La incertidumbre te asalta. Tratas de sacudirte el terror que te da la duda. Crees en la posibilidad de que sí sea tu hijo. Recuerdas lo que escuchaste en la televisión: “primero guarde la calma”. Tratas de hacerlo. No lo logras. Respiras profundamente. Acomodas tu mente. Dudas en recolectar el dinero o llamar a la policía o buscar a tu hijo. Las lágrimas salen. Das vueltas. Recorres toda tu casa como queriendo encontrar la solución en cada rincón de tu hogar.

Finalmente algo te hace medio serenarte y decides. Temblorosa marcas el celular de tu hijo. Te equivocas. Se te engarrotan los dedos. No los puedes mover. Se te borran los números. Marcas otro teléfono. Vuelves a intentar. ¡Por fin! aciertas. Llama. Un timbrazo, dos, tres, cuatro…Tarda en contestar. Se corta la llamada. La angustia te debilita. Empiezas a creer que sí lo tienen secuestrado. Que sí es él, el que grita y te ruega por su vida.

Vuelves a marcar, ahora a su oficina. Te dicen que no se encuentra que salió a una encomienda y no ha regresado. Las piernas se te doblan. La vista se te nubla. Piensas que en el camino lo interceptaron. El corazón se agita vertiginosamente y de momento casi se detiene. Sientes que la vida huye de ti. Desfalleces. De momento te ves como en un hoyo negro donde no hay luz, no hay sonidos, no hay aire. Por inercia vuelves a marcar su número de celular. Entra la llamada. Timbra una, dos, tres… Sigue llamando… ¡Al fin contesta!

Y al otro lado escuchas la voz de tu hijo que te dice:

— Hola mamá, ¿cómo estás…?

En ese instante vuelves a nacer. La vida vuelve a ti. Quieres llorar. No puedes. Te asalta el coraje, la felicidad, la rabia…Te ríes. Lloras. Te enfadas. La poca cordura que en esos momentos te queda te dice que fuiste víctima de “un secuestro virtual”.

Esto “alivia” un poco el dolor, pero el alma se te vuelve a salir al imaginar lo contrario y piensas en el sufrimiento, en la muerte en vida de aquellas personas que sí son víctimas de un secuestro real.

Pasaron apenas 20 minutos desde que hablaste con tu hijo. El teléfono vuelve a sonar. Al otro lado la voz intimidante del secuestrador:

— ¿Qué pasó señora, ya me tiene el dinero…? Le advierto que si llamó a la policía lo va a lamentar, le vamos a sacar a… la dirección a su hijo para mandarle su ropa para que vea que no estamos “jugando”…

— ¡No moleste, ya le hablé a la policía y están rastreando la llam…!

Sólo silencio. Colgó.

Y así en la oscuridad de la habitación vuelvo a vivir el secuestro virtual de mi hijo. La recámara se comienza a iluminar con la luz de la mañana. Y el nuevo día me sorprende recordando que hace apenas una noche veía en la televisión un reportaje sobre los “secuestros virtuales”, para entonces, qué lejos estaba de imaginar que lo que observaba era un trozo de la angustia, de la muerte, del terror, de lo que iba a vivir unas horas más adelante. Que sería la siguiente víctima.

 

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