Teléfono rojo
Hay una frontera que preocupa a muchos mexicanos: la poselectoral. La dividiría en dos tramos: en primer lugar la reacción inmediata a los resultados de los comicios y, en segundo, ese largo interregno de cinco meses para llegar, sin descalabro y sin sangre, a la toma de posesión.
Si la diferencia entre el primero y el segundo lugar en la elección presidencial supera, al menos, los cuatro puntos porcentuales, la mitad del camino a la reacción primaria, visceral, puede considerarse resuelta.
La otra mitad corresponderá a los porcentajes del voto diferenciado, porque habrá suspicacias y levantarán las cejas quienes perdieron la Presidencia de la República si, por ejemplo, en el Distrito Federal se hacen con la Jefatura de Gobierno y las delegaciones, pero los números indican que los capitalinos no confiaron en el mismo partido para entregarle la titularidad del Ejecutivo.
De igual manera el hecho puede repetirse en las entidades federativas, donde los electores votaron a sus representantes en el Congreso por un partido distinto al que decidieron confiarle la conducción del gobierno federal.
Un hecho es verificable: el voto diferenciado será el distintivo de esta elección federal, muy competida y con un componente adicional, que puede incidir en la confusión del elector y en la anulación de los sufragios.
La reforma electoral determinó ir contra la razón y lo sencillo. Si anteriormente las coaliciones electorales eran fácilmente identificables en las boletas, porque en un espacio compartían sus logotipos con un mismo candidato presidencial; hoy, su nombre se repite tantas veces como partidos representa y, si un votante por error, estar mal informado o con la peregrina idea de querer reforzar su elección.
Ciertamente corresponde a los candidatos y a las instituciones que ellos abanderan instruir a sus electores, de lo contrario no podrán llamarse a sorprendidos si muchos de los votos a ellos entregados se anulan por haber sido mal emitidos.
La otra frontera, la larga, la que habrá de recorrerse durante cinco meses, estará dedicada a los reacomodos políticos para formar gobierno, a los ajustes internos en el partido triunfador, porque no siempre el ganador arma su gabinete con el equipo de leales que lo ayudó a transitar por el difícil camino de hacerse con el poder, sino que por encima de la voluntad de quien se terciará la banda presidencial sobre el pecho, se impondrán los nombres de aquellos que representan intereses y compromisos ineludibles, porque así está estructurado el modelo político que, en apariencia, no desean modificar: no se elije a los mejores hombres, se trabaja con aquellos que son celosos guardianes de los intereses de los grupos de poder.
Este poder se compartía por cuotas, lo que no ha variado, lo que ocurrió fue un corrimiento en los grupos que lo administran; si antes el corporativismo, los colegios de profesionales, las fuerzas armadas, las organizaciones campesinas y populares lo disfrutaban, hoy lo hacen los poderes fácticos. ¿Saben ya cuántos representantes tendrán las televisoras?
Esta es la última de las fronteras.