Fortaleza digital con el aguinaldo
Los resultados de la política económica del panato están a la vista, no pueden ocultarse. En cualquier sitio público y privado se comenta de las madres que todo fin de mes se truenan los dedos porque no ajustan con las cuentas; otras más, las agraciadas, las de mayor amor a sus hijos y también las de mayor ambición, acabalan las exigencias del gasto a espaldas del marido, prostituyéndose, como reiteradamente me afirma una socióloga que lo tiene bien estudiado.
Ni siquiera debieran hacerse los sorprendidos quienes mangonean la hacienda pública y determinan los impuestos, porque lo único cierto es que la pobreza de todo tipo: alimentaria y extrema, espiritual y anímica, crece mientras unos cuantos -pero sobre todo las casas matrices de las compañías financieras, bancarias y fiduciarias, o las corredurías bursátiles- dieron el salto mortal de la codicia a la voracidad, y de ésta a la iniquidad, pues alegremente y en complicidad con el gobierno, exportan los ahorros de los mexicanos para, con ellos, sortear la debacle económica de España, por ejemplo.
¿Exagero? Allí están las cifras oficiales, para ver quién se atreve a desmentirlas. Durante los primeros tres meses de 2012 los bancos BBVA, Santander, Banamex y Banorte (ésta, la única institución cien por ciento mexicana), obtuvieron 26 mil 98 millones de utilidad, lo que significa 36 por ciento más que en el mismo periodo de 2011. Dicen los expertos que esa cifra significa 6.5 veces la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto.
No podía haber mejor negocio, porque en la modalidad con la que hoy operan los bancos, el riesgo que corren es ínfimo, cuando no inexistente. Baste comparar los precios de los servicios que cobran a sus cuentahabientes y/o inversionistas, para darse cuenta que los esquilman sin que la Condusef y su gobierno hagan nada por defenderlos, pues dudo mucho que en otras naciones cobren lo que acá por los servicios bancarios.
Las tasas de interés que los bancos pagan a sus pequeños y medianos ahorradores, a duras penas llega al cuatro por ciento; los préstamos a los inversionistas están prácticamente congelados, pero cuando llegan a concederlos con la garantía de la vida del deudor, éste ha de pagar tasas superiores al 45 por ciento.
El caso de los tarjetahabientes va más allá de todo lo considerado agio, porque quien se atreve a servirse de ese dinero de plástico y no puede saldar mes a mes su crédito, deberá pagar tasas oscilantes entre el 49 y el 60 por ciento, dependiendo de la institución bancaria y del atraso en los pagos mensuales. Además, cobran el rescate bancario, que es dinero fiscal.
Pero los bancos no pierden. Su cartera vencida la venden a casas especializadas en recuperación de ese crédito, lo que hacen con bastante éxito, porque recurren a tácticas intimidatorias, en franca violación a la ley y valiéndose de la ignorancia que dichos deudores tienen de sus derechos. Son unos verdaderos hampones.
Es, entonces, un negocio redondo. Si José López Portillo viera hoy el resultado de haber desposeído a los banqueros mexicanos lloraría, otra vez, de vergüenza, porque al menos los expropiados tenían conciencia del significado de México para ellos.