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MÉXICO, DF, 22 de junio de 2014.- Mientras el Congreso estadounidense decide si aprueba o no un fondo adicional por mil 600 millones de dólares para atender la crisis de la migración infantil, decenas de miles de niños y jóvenes esperan, solos y hacinados en instalaciones militares precariamente acondicionadas, que el Tío Sam decida su destino.
Hasta mayo de este año eran poco más de 47 mil pequeños que fueron atrapados al cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, y recluidos en instalaciones de Oklahoma (Fort Sill) y California (base aérea de Ventura), pero se espera que al final del año fiscal que concluye en octubre la población de pequeños reos ascienda a 90 mil.
Todos los detenidos son menores de 17 años y proceden de Centroamérica en su mayor parte, especialmente de El Salvador, Honduras y Guatemala. Son hijos de los pobres más pobres del continente.
No hay muchachos mexicanos entre los detenidos en los campos de Oklahoma y California, porque la política de las autoridades migratorias estadounidenses con los connacionales está perfectamente definida: a los paisanos simple y llanamente se les expulsa; sin mayores trámites ni consideraciones, se les deporta a la tierra que los expulsó.
Apenas el pasado 14 de junio las autoridades migratorias estadounidenses informaron haber deportado a 6 mil 244 muchachos mexicanos menores de 17 años que cruzaron solos la frontera, mil 437 de ellos por primera vez en su corta vida.
Pero más allá de las diferencias que imponen en su trato las autoridades migratorias estadounidenses a esos niños, todos ellos provienen de una misma raíz socioeconómica: son parte de ese 11 por ciento del total de la población mundial de niños que están condenados al trabajo.
Ninguno de esos niños va a la escuela ni tienen tiempo para jugar; ninguno recibe alimentación ni cuidados apropiados y todos están expuestos a las peores formas del trabajo del principio al final de su vida. El último recuento de la población revela que en 2012 existían 168 millones de esos niños en el mundo, y la cifra parece quedarse corta ante una realidad apabullante.
Por otra parte, la crisis humanitaria de los niños migrantes no es exclusiva del territorio estadounidense. “La crisis se extiende a lo largo de toda la ruta migratoria hacia Estados Unidos, desde las barriadas azotadas por la violencia en Centroamérica, hasta las traicioneras líneas ferroviarias, los hacinados centros de detención en México, y los amenazantes desiertos del lado estadounidense de la frontera donde cada año mueren cientos de personas”, asevera la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.