Poder y dinero
Cuando yo me vaya
La muerte llega sin anuncio previo.
La sentimos cerca cuando atrapa a un amigo a un hermano. A un ser querido. Como aconteció apenas ayer. Se posó en Mauricio Octavio Ravelo Galindo, el quinto de doce que dejaron de herencia Guillermo y María Teresa, nuestros padres queridos. Quedamos ya siete y no nos preocupamos.
Con llanto silente acompañamos a Tati, su querida esposa María Luisa Izquierdo. A sus hijos Mauricio, médico; Gabriel, abogado y David, literato. Con su nuera, sus dos nietos. Hermanos, parientes y amigos, muchos pero muchos amigos, recordamos la alegría que vivió a sus casi setenta años.
El ánimo que siempre transmitió a quien lo rodeaba y el entusiasmo al iniciar la jornada. Hoy, que regresó al origen, seguramente Mauricio nos pediría a Bety y a mí, sus padres postizos, compartir un poema que me escuchó leer sobre el destino final:
“Cuando yo me vaya, no quiero que llores, quédate en silencio, sin decir palabras, y vive recuerdos, reconforta el alma. Cuando yo me duerma, respeta mi sueño, por algo me duermo; por algo me he ido… Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada, y casi en el aire, con paso muy fino, búscame en mi casa, búscame en mis libros, búscame en mis cartas, y entre los papeles que he escrito apurado.
“Ponte mis camisas, mi sweater, mi saco y puedes usar todos mis zapatos. Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama, y cuando haga frío, luce mis bufandas. Te puedes comer todo el chocolate y beberte el vino que dejé guardado. Escucha ese tema que a mí me gustaba, usa mi loción o perfume y riega mis plantas.
“Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima; corre hacia el espacio, libera tu alma, palpa la poesía, la música, el canto y deja que el viento juegue con tu cara. Besa bien la tierra, toma toda el agua y aprende el idioma vivo de los pájaros. Si me extrañas mucho, disimula el acto, búscame en los niños, el café, la radio y en el sitio ése donde me ocultaba.
“No pronuncies nunca la palabra muerte. A veces es más triste vivir olvidado que morir mil veces y ser recordado. Cuando yo me duerma, no me lleves flores a una tumba amarga, grita con la fuerza de toda tu entraña que el mundo está vivo y sigue su marcha. La llama encendida no se va a apagar por el simple hecho de que ya no esté más.
“Los hombres que ‘viven’ no se mueren nunca, se duermen de a ratos, de a ratos pequeños, y el sueño infinito es sólo una excusa. Cuando yo me vaya, extiende tu mano, y estarás conmigo sellada en contacto, y aunque no me veas, y aunque no me palpes, sabrás que por siempre estaré a tu lado. Estaré contigo, como en este momento que disfruto vida y tu compañía”.