Muere niña arrollada por camión público en Toluca; su madre lesionada
Casi por definición, en México los informes presidenciales son triunfalistas; hasta los de la llamada ‘docena trágica’ (2000-2012) y los de la etapa neoliberal priista de finales del siglo XX. Y lo será el de 2014, a pesar de que las codiciosas petroleras transnacionales nos vayan a “comer vivos”.
Debido a cambios legales en el llamado ‘formato’, el reporte anual del Ejecutivo será entregado por escrito y el ‘día del presidente’ -cúspide factual de ese triunfalismo- será después en Palacio Nacional o en Los Pinos, a donde será trasladado el oropel que antes estaba en las calles y el Congreso.
Antaño, cada 1 de septiembre los presidentes viajaban de Los Pinos al Congreso y luego al Palacio Nacional en un automóvil descubierto -casi siempre Lincoln- con cadetes del Colegio Militar como escolta, y desde los balcones la gente lanzaba con supuesta espontaneidad papel picado de colores, o hacia valla con aplausos presuntamente patrióticos. Y luego, a obreros, campesinos, mujeres, pueblo en fin con rebozo, chamarra u overol, los formaban para entrar al Palacio atrás de los funcionarios, empresarios, diplomáticos, líderes, dueños de medios y otros poderosos muy perfumados, para felicitar al mandatario en eso que llamaban ‘el besamanos’.
Ahora se entrega del documento y al día siguiente hay una ceremonia en los dominios del Ejecutivo, con muchos pero selectos invitados, ya sin pueblo, como nueva versión del ‘día del presidente’, para escuchar el mensaje triunfalista del gobernante y darle la ovación que ya se le regatea en la sede del Legislativo.
Todo cambió porque, en 1988, el legislador Porfirio Muñoz Ledo cometió la tremenda irreverencia de interpelar a Miguel de la Madrid, o porque en 2006 Vicente Fox debió entregar el último documento de su periodo en el recibidor, luego que los perredistas tomaron la tribuna.
Años antes, como diputado Fox se puso unas orejas de burro hechas con boletas electorales en un informe de Carlos Salinas, al que asimismo, como a Ernesto Zedillo, no le fue del todo bien con algunos de sus anfitriones en San Lázaro.
Hasta el quinto año de De la Madrid, los mensajes de los presidentes sólo eran interrumpidos por las palmadas tras cada frase o cifra rimbombante que decían (o cuando lloraban), y los periodistas tenían que escribir sobe cuántas veces aplaudían los legisladores y por cuánto tiempo. Pero desde la siguiente ocasión las expresiones ya no fueron sólo lacayunas, sino también de rechazo, al grado que Salinas dijo en su último informe que a los ruidosos de la izquierda “ni los veo, ni los oigo”, no obstante que en su sexenio fueron asesinados unos 500 a 600 perredistas.
Ahora estamos en vísperas del segundo informe de Enrique Peña Nieto, de quien esperamos que hable de su paso a la Historia (habrá que ver cómo) por las llamadas ‘reformas estructurales’, en especial la energética. Porque de seguro no hablará de combate a la corrupción (tema tabú), ni del magro crecimiento económico o cuestionado abatimiento de la inseguridad, a menos que sea con eufemismos.
En diciembre pasado escribimos que las históricamente llamadas ‘siete hermanas’ petroleras transnacionales no eran precisamente hermanas de la caridad que vendrían a salvarnos, “sino a lo suyo”. Y no hace muchos días lo avaló el gobernador de California, Edmund G. Brown, quien “con su habitual desparpajo advirtió a los legisladores mexicanos: se los van a comer vivos si no aprueban una legislación rígida que regule la participación de las corporaciones extranjeras” (Arturo Balderas, La Jornada).
Una prueba: a principios de este mes la anglo-holandesa Shell desobedeció -impunemente hasta ahora- a la justicia argentina, que le había ordenado reinstalar a dos trabajadores despedidos. Algo parecido a la rebeldía de las petroleras extranjeras que en 1938 nacionalizó el presidente Lázaro Cárdenas y ahora volverán por la puerta grande.
Pero nada impedirá el triunfalismo del discurso presidencial después de la entrega del informe por escrito, pues aunque es demasiada la gente inconforme con el despojo, lamentablemente está muy pasiva y desorganizada.
Así que, pese a que en la revista Forbes califican de mediocre el desempeño económico de este gobierno, a que la perspectiva de crecimiento sigue por un despeñadero, y a que el modelo neoliberal ya ha demostrado su fracaso, se festinará la privatización, o -como le llamó Cuauhtémoc Cárdenas- la entrega de “esa porción de la soberanía que significan los recursos naturales”. Aunque nos vayan a comer vivos las transnacionales. Ya les pusimos la mesa.