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MÉXICO, DF, 26 de octubre del 2014.- Este no es domingo cualquiera en el mercado de la colonia Portales. Aun cuando la cantidad de gente que abarrota el lugar es similar a la de cada fin de semana, ahora hay un ambiente diferente, festivo y a la vez terrorífico porque las inmediaciones del lugar han sido ocupadas por infinidad de comerciantes que ofrecen todo lo necesario para la fiesta del dos de noviembre.
¿Este festejo es de Día de Muertos o de Halloween? Ni vendedores o compradores lo podrían definir. No importa, hay un sincretismo similar al que de muchas festividades tradicionales de la cultura mexicana. Por ello en unos puestos se ven los tradicionales elementos para la ofrenda: flores de cempasúchil, calaveras de azúcar y papel picado.
Mientras que en el contiguo hay disfraces de monstruos y superhéroes, maquillaje, narices uñas y garras postizas. También pupilentes de colores extravagantes, telarañas, brujas, cuerpos mutilados de plástico.
Entre los puestos hay que ir despacio, la vista debe ser detallada pues hay todo lo necesario para decorar una casa o bien a una persona. Abundan los disfraces que se extienden por las paredes del mercado o las estructuras metálicas.
Los más arriesgados oscurecen su puesto con grandes mantas negras, para impedir el paso de la luz solar, otros tienen música ambiental similar a una película de terror, mientras que los más tradicionales encienden copal, esencia que inmediatamente evoca un ambiente fúnebre.
Los aromas más atractivos, sin embargo, son los de la harina y el azúcar de los panes de muerto, de todos tamaños o bien los del chocolate con el que se forman los cráneos de dulce y claro, el de las tradicionales flores de pétalos amarillos que sirven como oloroso elemento, para una tradicional ofrenda a los seres queridos que se adelantaron en el camino.
Otro detalle interesante es la capacidad de improvisación que tiene el vendedor. Los tradicionales faroles de papel que pululan en las fiestas decembrinas, ahora son adaptados para el Día de Muertos. Ahora de color naranja, negros o morado, con formas de esqueleto o bruja.
También la señora que vende cempasúchil y ‘pata de elefante’, presume una flor injertada, similar a la primera, pero más chica y con sus pétalos más oscuros, en tonos amarillo y marrón. La vende con el nombre de ‘Marigol’, en honor a la futbolista mexicana que llegó hasta el Barcelona femenil y que utilizaba estos tonos en su cabello.
Justo frente a ella, sorprende una vendedora que, ágilmente, descuelga un disfraz desde lo alto de su puesto y, al describir la talla, el costo y a qué personaje corresponde, mira con pupilas blancas, una máscara con cuernos y los ojos maquillados de negro. Sin embargo, el resto de su disfraz está incompleto, usa mallón y blusa violeta. A su lado, una chica con una máscara similar, pero con rizos rojos, tímidamente se opone a salir en la foto.
Se avanza de más y la fantasía se interrumpe abruptamente. Detrás de las lonas oscuras y de la infinidad de adornos, comida y mercancías, se regresa al mercado de Portales, que en su interior tiene actividad habitual.
A los locatarios no les importa lo que pasa afuera, porque su venta se mantiene igual, con los pasillos repletos. Aprovechan la temporada para vender un poco más y muchos de ellos se han apropiado también de un espacio en la calle.
A la derecha de este puesto hay otro, cubierto y oscuro en su interior. Para acceder a él hay que cruzar una bolsa negra para basura cortada en tiras.
“Vengan, pasen”, dice uno de los encargados. “No se vayan ya viene uno de mis vendedores, lo están maquillando”. Efectivamente, en dos minutos arriba un joven vestido de negro, con semblante lúgubre, parece ‘emo’, pero su atuendo está incompleto, se coloca la peluca y luce llagas de silicón en el rostro, decolorado por el maquillaje. Se calza unos guantes y está listo, emula al ‘Joven Manos de Tijera’.
“Un poco más tarde, todos nos maquillamos”, explica Rodolfo Abolnik propietario del ‘local’ “ya tenemos varios años haciendo esto”, entonces cambia un billete a un ayudante que está cobrando. Al terminar, orgulloso presume parte de su mercancía más preciada.
Un ayudante saca una muñeca ‘poseída’, con ojos tétricos que se encienden de rojo mientras su cabeza gira como Linda Blair en la película el Exorcista. Detrás de ella está un ‘payaso’ de tamaño natural sentado. “Se mueve cuando lo tocas pero no lo tenemos conectado”, continúa el propietario, quien como parte de su disfraz, tiene el cabello teñido de blanco.
Durante el recorrido, otro asistente, también con el cabello teñido de cano prematuro, afirma que sus productos son de alta calidad. “Todo lo mandamos hacer, no son disfraces del Mercado de Sonora, las máscaras son importadas y todo se vende. Hace unos años teníamos una bruja muy ‘padre’ que se le quitaba la cabeza y costaba como 11 mil pesos y el payaso cuesta 16 (mil)».
En su emoción detienen el paso de los transeúntes, quienes para cruzar tienen que sortear el límite de la alta banqueta con unas tarimas colocadas sobre la calle para nivelar el escalón, para mostrarnos a un terrorífico arácnido situado en lo alto del recinto. Mide por lo menos un metro de longitud y está rodeado de una densa telaraña.
Entre los acordes de la música electrónica y una pequeña luz estroboscópica, extraen de su caja una máscara especial.
“Es la del ‘Guasón’, explican los comerciantes. «Está hecha de una espuma especial que se amolda a tu cara”. El objeto asemeja a Heath Legder, en su personaje en la nueva zaga de Batman. «Apréciala, póntela para que la sientas”, insiste. Entonces se abre el acceso a la tétrica caverna donde Rodolfo y sus acompañantes laboran y el encanto se rompe.
Entra la luz vespertina y la actividad habitual del exterior persiste: los pregones de los vendedores con sus puestos ambulantes en la calle, el tráfico de los compradores que buscan un lugar para estacionarse, los niños que llevan dientes de vampiro de plástico o un tridente en las manos. El vendedor de aves en altas jaulas apiladas…