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MÉXICO, DF, 27 de octubre de 2014.- Luego de afianzar una próspera carrera en Brasil, país donde residió 14 años, el prolífico y multifacético artista Felipe Ehrenberg (nacido en Tlacopac, Distrito Federal, en 1943) regresa a México de manera definitiva para continuar con “lo que uno sabe hacer tratando de hacerlo lo mejor posible”.
En entrevista exclusiva con Quadratín México, el reconocido artista visual comparte sus proyectos inmediatos y su opinión sobre el panorama actual del arte en el país.
A poco menos de un mes de haber vuelto de tierras sudamericanas, Ehrenberg se encuentra envuelto en la creación de una magna ofrenda de Día de Muertos dedicada al actor y director brasileño José Wilker en La Casa del Cine, en el centro histórico del Distrito Federal.
El proyecto cuenta con el apoyo de la Fundación del Centro Histórico así como del Centro Cultural México Brasil porque “se la vamos a dedicar a uno de los hombres más ubicuos, versátiles, profesionales y comprometidos escénicos de Brasil que es José Wilker”, fallecido en abril pasado.
“Él era un buen amigo, un año menor que yo y en todo el mundo lo recordarán por varias películas, entre ellas, fue Vadinho, el esposo muerto de (la película) Doña Flor y sus dos maridos. Él fue Roque Santeiro, la mítica figura que santifican en un poblado pensando que fue un gran héroe y cuando vuelve al poblado nadie quiere permitirle seguir vivo porque lo habían mitificado por muerto.
“Fue dramaturgo, guionista, crítico de teatro, un gran actor de televisión, cine y teatro, y merece ser más conocido porque las industrias cinematográficas de ambos países cuentan con una gran infraestructura y tienen que aproximarse más”. La ofrenda abrirá en los días obligados: 1 y 2 de noviembre.
Interrogado sobre cómo ve a las nuevas generaciones de artistas en México, opina que México se proyecta poco hacia Latinoamérica, por no decir que casi nada.
“México dejó de preocuparse por su presencia en América Latina cuando nos vimos envueltos en la Guerra Fría y los mexicanos se preocupan muchísimo por hacerse presentes en Estados Unidos pero somos peces chicos en un estanque demasiado grande.
“Así como nos estamos haciendo pochos en la lengua, nos estamos haciendo pochos en las lenguas visuales y siento con algo de dolor que se están despreocupando de su público mexicano”, lamenta.
La historia del artista mexicano, continúa, estaba inscrita dentro del devenir cotidiano del país. “Los grandes artistas que nos dieron poder y tuvieron presencia allende nuestras fronteras eran gente preocupada por su público inmediato y al artista contemporáneo parece que ya no le interesa figurar en su propio país sino quiere destacar en Europa o Estados Unidos; ya no quiere dialogar con su público y eso le resta fuerza”, advierte.
Y compara con el arte hecho en otros países, cuya identidad es evidente: “Por ejemplo, los japoneses no andan con problemas de identidad. Uno nota inmediatamente la obra, aunque no conozca al autor, uno siente su ‘japonesidad’, o como los alemanes, que se nota lo que son pero no se nota de dónde viene la obra producida por mexicanos”.
En México, recuerda el artista, “primero hubo fuga de brazos, luego de dinero, luego de cerebros y ahora lo que hay es fuga de corazones”.
Apunta lo anterior en referencia a quienes salen del país con el argumento de que en México el arte no se paga como es debido.
“La gente se descorazona y, al margen de las ideologías, nosotros podemos constatar que esas ideologías son ficciones que maneja un sector de la clase media mexicana, totalmente descastado, educado en universidades patito, que no tiene conciencia alguna de nuestra profundísima historia y que lo único que busca es lucrar”.
Aunado a ello, existe “un gravísimo problema porque en este sistema, copiado de Estados Unidos, el Conaculta otorga dinero y en México lo han equiparado a limosna. Es un sistema clientelar, hay que solicitar el dinero como mendigos en atrio de iglesia.
No hay dádivas para chefs, ni para herreros, ¿por qué tiene que haber dádivas para artistas? Porque el público no sabe cómo comprar”, advierte.
Pero “siempre habrá un roto para un descosido y si bien no hay una persona adinerada con obra mía, yo vendía cuatro o cinco obras al mes con las que podía mantener a mis hijos y mi familia en México sin tener una dádiva”.
Y aunque reconoce que “sí fui recipiente en dos ocasiones de lo que llaman becas del Fonca y sí me permitieron desarrollar dos grandes proyectos de envergadura que difícilmente podría yo haber hecho sin eso, no lo niego; de ahí a depender exclusivamente de eso para ganarse la vida, hay un paso tremendamente grande”.