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MÉXICO, DF, 27 de octubre de 2014.- “Los minerales son tan importantes que cada individuo necesita 22.6 toneladas anuales para cubrir sus necesidades en construcción, energía, alimentación, joyería y máquinas eléctricas. Si partimos de un promedio de vida de 80 años, cada persona consumirá mil 810 toneladas a lo largo de su existencia, según datos de la ONU”, aseguró José María Iraizoz Fernández, investigadora de la Universidad de Castilla-La Mancha, invitada por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM.
Los derivados de la minería, actividad multifacética que permite ser abordada desde diversas perspectivas, son comunes en la cotidianidad, ya sea en actividades agrícolas, artículos de belleza, petroquímica, bolsas de plástico y prendas de vestir, agregó Iraizoz al impartir la conferencia Propuesta de implantación de un sistema de minería sostenible en nuevos proyectos mineros a gran escala, informó la UNAM en un comunicado.
Para obtener 25 metros cúbicos de material se deben desplazar varias toneladas de tierra. En megaproyectos es más frecuente recurrir a alternativas superficiales que subterráneas, en parte por los gastos, pero sobre todo por las ganancias que representa para los empresarios.
No todas las actividades mineras en el mundo son reportadas, de hecho, se calcula que dos millones de individuos participan en trabajos no controlados, principalmente en Ecuador, Perú, Brasil y Sudáfrica, subrayó.
Para complementar la exposición, Gian Carlo Delgado Ramos, investigador del CEIICH, cuestionó si México debe apostar a una economía extractivista como palanca de desarrollo.
“En el aspecto técnico —sin considerar si hablamos de cobre o de oro— la minería es igual, sin importar en qué nación se realice. Lo que se modifica es dónde se llevan a cabo estas actividades, porque el modelo económico difiere en cada sitio”, advirtió.
En países dedicados a la manufactura de bienes durables y desarrollo de ciencia y tecnología, esta actividad es menos trascendente y quienes invierten en el rubro prefieren hacerlo en América Latina, Asia o África. El resultado es que territorios como el nuestro asumen los costos ambientales, porque incluso aquellos procesos que echan mano de las mejores técnicas afectan gravemente el entorno, sin excepción, refirió.
Por su parte, Leticia Silva Ontiveros, del posgrado de Geografía de la UNAM, recomendó buscar información extra y ahondar en los nuevos métodos disponibles. Otro aspecto a tomar en cuenta es el social del entorno, donde se establecen las mineras, para evaluar cómo afectan.
“México tiene de las leyes más laxas del mundo. Se han acortado las distancias entre minas y centros urbanos y han aumentado las emisiones de polvo permitidas, con la finalidad de atraer inversionistas”, apuntó.
La industria en el país se enfoca al oro y bronce; sin embargo, no hay continuidad en metalurgia o siderurgia, como en otras naciones. Aunado a lo anterior, los beneficios de los metales preciosos pocas veces permanecen en el país y mucho menos en las comunidades donde se localizan los yacimientos.
A manera de resumen, Julieta Lamberti, de El Colegio de México, estableció que se debe tener cuidado con las estrategias empresariales, pues las compañías buscan legitimarse al soslayar el daño ambiental inherente a sus actividades.
“Los impactos siempre han sucedido, la diferencia es que antes se ocultaban, pero ahora han comenzado a salir a la luz pública a través de las redes sociales”, concluyó.