Escenario político
Ay, México. Ay, Michoacán. Ay, Guerrero. Ay, Ayotzinapa.
Y mero hoy, cuando el presidente de la República iba a dar su mensaje de paz para el país y anuncia una serie de medidas para recuperar “la seguridad, la justicia y el estado de derecho.” El escenario estaba rebosante de entusiasmo: el hermosísimo patio central de Palacio Nacional.
Curiosamente hoy, cuando Peña Nieto hablaría a la nación de paz, “con justicia, Unidad y Desarrollo” (un tanto neozapatista el axioma), aparecieron 11 cadáveres decapitados en un camino del municipio guerrerense de Chilapa. Decapitados y quemados, como para que nadie reconozca su identidad.
Es el cuento de nunca acabar, desde que Felipillo, cuando era el comandante supremo, se puso la casaca guanga.
Pero con decapitados, ejecutados, desaparecidos y todos los idos o ados, esta sociedad no volverá a ser la misma del 25 de septiembre.
Ahora no cree, perdió la confianza, se informa, sabe, rechaza lo que le dice la tele porque es mentira. Y lo más grave de todo es que no le tiene confianza, no le cree al presidente de la república. Y esto es lo más grave. No le cree al presidente Peña Nieto. Y ayer tampoco creyó en su anunció de las medidas que tomará para afrontar la inseguridad pública, la delincuencia, la maldad, la corrupción, la pobreza, el hambre sistémica, los derechos humanos.
Todo cambió, como por magia negra, el 26, hace dos meses, cuando fueron raptados y desaparecidos los 43 niños normalistas.
Ahora, el presidente quiere rehacer el tejido de la relación del poder gubernamental con el poder popular. Pero se decidió muy tarde. El daño está hecho. La credibilidad está por los suelos. La confianza está perdida. Y le va a costar sangre, sudor y lágrimas al presidente intentar recuperarla y chance y no lo logra. Lo más grave es que, si llegara a leerme, no estaría de acuerdo conmigo porque él está convencido de que lo está haciendo muy bien. Y es que la confianza y la credibilidad las perdió cuando, a las idioteces de Chucho Murillo, que exacerbaron los ánimos de los estudiantes y de los sectores populares en todo el país, se agregó el afer de la bautizada Casa Blanca, la de los 86 millones, que hizo aullar de coraje a los indignados. A esos que ayer conjuró Peña Nieto con la exclamación #TodosSomosAyotzinapa.
Se tardó el presidente. Y de veras. Yo quiero creerle. Yo quiero tenerle confianza. Pero me temo que millones de mexicanos nunca volverán a creerle porque se sienten defraudados. Y el presidente lo sabe, aunque sus jovencitos asesores intenten persuadirle de lo contrario. Y no saben qué sugerirle, porque no quieren aceptar que millones de mexicanos ya no le creen.
Y quiero creerle porque ya estoy hasta la madre de tanta violencia, de tanta muerte, de tanta desolación. Y más porque soy de los periodistas que tratan de advertir, que tratan de poner los datos en su lugar, que buscan la reflexión común para encontrar soluciones a las gravedades en las que se debaten, nos debatimos, los mexicanos. Y duele que a las palabras se las lleve el viento. O que entren por los ojos pero se queden sólo en la retina. Pero bueno. Pareciera que el presidente intentó dar, este jueves, un manotazo sobre el escritorio. Dar un golpe de timón. Pero me temo que no lo logró. Su discurso no fue diferente del que pronunció el día en que rindió la protesta como presidente de la república. No fue diferente del cotidiano discurso que le escriben sus jóvenes asesores.
Cómo quedé, este jueves en palacio, mirando a los ojos de los gobernadores, especialmente el de Puebla, cuando el presidente se puso del lado de los defensores de los derechos humanos… Un punto para la reflexión. En México, todos los días el gobierno federal y los de los estados y municipios violan los derechos humanos, en una u otra medida.
Pero bueno. Con todo, quiero creer que el presidente está decidido a que este diabólico estado de cosas cambie, para lo cual va a iniciar reformas constitucionales que le permitirán intervenir la libertad y la soberanía de los estados federados, y el municipio libre. La estrategia es controlar el crimen organizado y castigar a todas las autoridades cómplices, socias o al servicio de los grupos criminales.
No estoy nada seguro de que vaya a tener éxito el presidente con su nuevo plan de seguridad y justicia, porque se enfrenta a un enemigo poderosísimo, que se da el lujo de penetrar las filas gubernamentales, lo que es dormir con el enemigo…
Además, y este escenario es sumamente importante. No hay que perder de vista que el país, que el Estado, que el Gobierno, se enfrentan a la peor crisis política de la historia moderna. Desde Díaz Ordaz no había estallado en México una crisis política tan grave. Ni el asesinato de Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas, y menos el levantamiento indígena en Chiapas, ambos hechos ocurridos en 1994, cuando el gobierno de Salinas de Gortari pretendía también, como ahora lo pretende Peña Nieto, y como lo pretendieron todos los presidentes anteriores, hasta López Portillo, modernizar la economía, aumentar la productividad y llevar a México a los primeros lugares de la competencia mundial. Entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, que al final demostró su fracaso.
De verdad, Don Enrique. Le deseo un gran éxito en todo, en la recomposición de los cuerpos policiacos, en las reformas que iniciará usted para enfrentar las injusticia cotidiana, en las medidas para activar a los estados más pobres de la federación, que son Chiapas, Oaxaca y Guerrero.
Pero lo que tiene que recomponerse, no es tanto la Constitución Política. Lo que hay que rehacer es la credibilidad, la confianza, de los mexicanos en la institución presidencial, en la persona del presidente de la república. Si no se recupera ésta, va a estar en chino retejer el tejido social y económico. Nada se arregla con millones y millones de pesos. Eso ayuda, pero la pobreza, la miseria, que son las madres de la delincuencia, no van a desaparecer ni con presupuestos, ni con decretos, ni menos con rezos y menos con balas o con cárcel.
Y no es que este escribidor sea negativo, criticón, por necedad. No, don Enrique. Es criticón – la negativa es la realidad a que nos estamos enfrentando – porque quiere que todo le salga bien a todos los mexicanos, comenzando por su empleado mayor, el presidente de la república.
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