Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Los violentos ganan y han logrado cambiar la agenda ciudadana que ahora clama por un cese a la violencia y se diluya el clamor por justicia a los jóvenes de Ayotzinapa.
Al término de la manifestación, en su totalidad pacífica, del pasado 1 de diciembre y que culminó, otra vez, con hechos vándalicos y totalmente reprobables por parte de los autodenominados “anarquistas” preguntaba:
Que alguien, sereno y lúcido, explique cómo es que al término de las marchas aparecen los «anarcovándalos» hacen desmán y medio, los encapsulan, luego desaparecen y los granaderos arremeten contra los manifestantes pacíficos. La opinión pública voltea los ojos a los destrozos y no a la multitudinaria marcha pacífica que exige justicia. O tienen una logística de poca madre los anarcovándalos y/o alguien muy poderoso los protege.
No son ni anarcopeñistas, ni amlo porros. Son un ente virulento, peligroso, que crece rápido. Un ente tóxico y contaminante, integrado por grupúsculos o colectivos –como se autodefinen– que apareció en el escenario nacional desde el día en que tomó posesión Enrique Peña Nieto como jefe del Ejecutivo Federal, desplegando su furia contra quienes representan la autoridad.
Han chocado en innumerables ocasiones contra federales, granaderos, e inclusive contra fotógrafos. Atacan con bombas molotov, cohetones, barras de metal y lo que esté a su alcance contra fachadas e inmuebles de bancos, hoteles, comercios y todo aquello que represente al gran capital. Sus objetivos, claros: crear, confusión, caos y miedo. Sí, un miedo que paralice la protesta social. Un miedo que clama por violencia, no por paz, y distraiga de la injusticia y atrocidad cometida en Iguala. Miedo para olvidar a los autores materiales e intelectuales y los procesos que se les siguen. Un miedo que nos distraiga.
Mucho tiene que explicar Miguel Mancera, jefe del gobierno capitalino, ¿Cómo es que a lo largo de dos años no los haya identificados? ¿Por qué no se han girado órdenes de aprehensión en su contra? ¿Por qué han actuado sus policías con tanta imprudencia? ¿Por qué se siguen mostrando incapaces de contenerlos, encapsularlos y permitir tanta destrucción? ¿Cómo es que durante la última manifestación los tuvieron encapsulados y rompieron el cerco?, como lo evidencia la crónica de Quadratín en su momento.
Hoy, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) exhorta a las autoridades a investigar y sancionar los pasados actos vandálicos para que no haya impunidad. Y advierten sobre el surgimiento “de expresiones sociales de carácter agresivo que si no se atienden con eficiencia, pueden llevarnos a situaciones de desgobierno”.
En pocas palabras les dicen que los anarcos los han rebasado y no pueden con ellos. Les señalan una falta de protocolos o de su aplicación por parte de los cuerpos de seguridad para actuar ante multitudes y no han cumplido con su responsabilidad de proporcionar paz. Han fallado gravemente.
Extraña que la CNDH en todo su comunicado no se refiera a los anarcos y sus procedimientos. Parecería que no vieron y atestiguaron los actos de provocación. Sólo que la manifestación se haya ensombrecido por algunos grupos que incitan a la violencia y generan disturbios de diversa índole y gravedad.
La Asociación de Bancos de México (ABM) exige sanciones a los responsables. Luis Robles Mieja, luego de condenar la actitud de los anarcovándalos, dijo que la violencia nunca lleva a la paz. Y exigió a las autoridades tomar medidas en el asunto.
Comerciantes afectados –desatendidos desde el gobierno capitalino– por los actos violentos, aseguraron que ninguna autoridad capitalina se les ha acercado y externaron su temor porque en la capital se vivan momentos de ingobernabilidad.
Hoy sabemos que los anarcovándalos están adiestrados para infiltrarse en las marchas, siempre por la retaguardia. Saben esconderse y escabullirse entre los manifestantes pacíficos, saben romper cercos policíacos y perderse en las calles. Saben qué hacer y decir si son aprehendidos. Saben cómo clamar por sus derechos humanos y evadir la acción de la justicia. Están, pues, bien adiestrados, bien entrenados.
¿Quién o qué los mueve? ¿Dónde se entrenan en tácticas casi paramilitares?
Juan Pablo Becerra Acosta –a quien leo, pues reportea y es muy atinado— explica causas y motivos de éste engendro virulento:
En sus comunicados delinean su autorretrato y evidencian lo que buscan —el caos—: “Y si para eso (desestabilizar) tenemos que infiltrarnos (como ocurrió) en las manifestaciones con palos, explosivos, fuego, incluso armas de fuego, que quede claro que lo haremos”.
Dicen que no son un grupo que ‘entiende’ o ‘respete’ a las masas, no participamos en sus manifestaciones para “solidarizarnos”, ni para clamar “paz” y “justicia”, los grupúsculos de RS queremos impulsar y ver a este sistema y a esta civilización ardiendo y cayendo.
Aseguran: “ha llegado el tiempo de destruir todo aquello que represente al sistema: Símbolos, personas, lugares y cosas. Al enemigo se le combate, se le destruye, sin diálogo ni mediación. El sabotaje y la acción directa sin tregua, sin cortesía, aplastemos con nuestras quimeras a los poderosos”. Así, sus tácticas son sabotear, incendiar, quemar bancos, crear el caos. Su fin: “Generar miedo para paralizar al país”.
La Procuraduría General de la República (PGR) fijó su postura: “Si las autoridades capitalinas no brindan información de sus registros de seguridad y los policías federales no aportan pruebas que sirvan para inculpar a alguna persona, no recibiremos a nuevos detenidos como presuntos responsables de actos vandálicos en las movilizaciones”.
Se necesitan respuestas claras y convincentes, señor Mancera.
Acciones claras y eficaces.
Queremos paz, pero también justicia.