Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Los millones tirados en propaganda política…
“Un político pobre es un pobre político”, reza un viejo dicho mexicano, pero ahora puede decirse que los políticos mexicanos que buscan un puesto de elección deben estar entre los más ricos del mundo, no por esfuerzo personal sino por el financiamiento público que reciben. Ese dinero alcanza a los partidos todos, chicos y grandes, lo mismo viejos que nuevos, para atormentar a la sociedad con unos 7 millones de anuncios o espots, propaganda que a la mayoría de los mexicanos no les influye para decidir su voto. Esto indicaría que la propaganda electoral es basura, pero muy cara.
Los partidos, con el PRI en la Presidencia o con la mayoría en las cámaras o con el PAN como gobernante, no han querido hacer de la democracia algo sencillo y barato, sino que la han convertido en algo muy caro e imperfecto. El argumento es batallar contra los vicios de un sistema autoritario, fraudulento y corrupto. Es cierto que mucho, en efectivo y en política y socialmente hablando, costó crear el IFE, pero con tiempo se convirtió en INE, un gigantesco órgano burocrático que cumple sus funciones pero con millones y millones de pesos que se van en salarios faraónicos de su alta burocracia y el financiamiento a los partidos.
El tamaño del botín partidista este año es superior a los 5,000 millones, de los cuales casi 4,000 millones se irán a las campañas. Es mucho dinero, demasiado, si se piensa que son muchos los mexicanos que ya no se conforman con que les den atole con el dedo, como revela una encuesta de Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE); más de 42 de cada cien ciudadanos no cree en las promesas electorales, aunque es cierto que todavía hay 40 personas que sí son influenciadas por los discursos de los políticos.
En muchos estudios de opinión los políticos, sobre todo diputados y senadores, están en el sótano, una inmensa mayoría de los mexicanos no los valora. Y sobre las promesas de campaña 42.6% de los entrevistados telefónicamente por GCE no cree nada de lo que dicen los políticos en campaña, pero son más (51.2 por ciento) quienes dan algo de crédito a la propaganda política en los medios y pocos (4.6 por ciento) los que se fían mucho de la palabra de quienes buscan su voto.
Las batallas por el voto ya arrancaron, de una y otra forma, los político salen a conquistar a la ciudadanía, pero lo hacen con un costal de dinero que sale, al final de cuentas del bolsillo de los ciudadanos, no es dinero que los partidos reúnan de sus militantes, es dinero que se entrega a los partidos con las leyes que mantienen desde el Congreso, que el gobierno desembolsa porque es parte del sistema viciado de partidos y que el INE, obediente a los partidos, entrega año con año.
Pero, tal parece que en este país, donde más de la mitad de los mexicanos son pobres, de una y otra forma, lo que menos interesa es el dinero, que se tira a raudales cada campaña. Y no se trata de secar a los partidos y políticos, sino que sean responsables de que son incapaces de invertir un centavo de su bolsillo, tiran el de los ciudadanos y no logran hacer de la democracia mexicana un sistema, que más allá del voto, logre fincar una sociedad igualitaria. Por eso, puede decirse, que las promesas de los políticos mexicanos son las más caras del mundo.
Hojas Perdidas
El altero de Hojas Perdidas tiene una nueva. Habla de Cuauhtémoc Blanco, inteligente y brillante futbolista en sus últimos minutos en la cancha y el payaso Lagrimita. Quién sabe cuál de los dos tendrá más dinero, han pasado décadas en el mundo del espectáculo: cancha de futbol y televisión y presentaciones personales. Ahora, ambos se lanzan a la política, pero van a la disputa de puestos de elección sin ninguna historia política, sin nada que les distinga en el campo social, económico o del pensamiento. Parece una payasada o un “clavado en el área”, pero no, es realidad que pagarán los mexicanos, porque ni Cuauhtémoc ni Lagrimita pondrán un centavo de su bolsa para costear su aventura política, por eso se lanzan a ella con partidos que no tienen conciencia social.