Gabinete aseguró a 5 mil 344 migrantes en un día
ALMOLOYA DE JUÁREZ, Edomex, 17 de julio de 2015.- La ruta de escape del Chapo huele a diésel y sabe a traición, a complicidad…
Basta con dar los primeros pasos hacia la simulada construcción en obra negra para que el olor que impregna el ambiente se haga parte de la ropa en un instante. El humo que sale de una chimenea a la altura de media pared alerta a cualquiera… dentro hay algo más que una bodega.
Caminar por la colonia Santa Juanita es andar entre milpas y terracería que en medio de las lluvias de julio son más bien lodazales que dificultan los pasos y embarran por igual botas militares, tenis deportivos y calzados más finos. Una vez librados estos obstáculos se encuentra el acceso a la casa del ‘chapo túnel’ acordonada y resguardada por más de 10 militares distribuidos en sus alrededores, quizás haya más pero los convoyes imposibilitan la visibilidad.
La construcción está enmarcada en pequeños montones de basura quemada, en los que destacan botellas de refresco, frascos de salsa que lo más posible sirvieron para condimentar los tacos placeros de medio día de los ‘brillantes’ ingenieros a cargo de la construcción del túnel. También se observan latas de cerveza y refrescos de toronja, un par de vasos de veladora y hasta la caja de un tinte para el cabello.
Un cuadrado perfecto sobresale en el suelo terregoso. Un tubo y dos mangueras revelan que se trata de una cisterna estratégicamente construida que desde fuera se ve profunda y a casi una semana de la fuga y quién sabe cuántas de que concluyó la ‘obra maestra’, está casi vacía. De ahí se llega a una nueva área acordonada.
El sol, que para las tres de la tarde se ve tenue a causa de los nubarrones de tormenta que se pintan en el cielo es bloqueado por dos lonas de malla: una verde y una negra, valiosas a principios de marzo y abril para los constructores en la afanosa tarea que tenían por delante. Hoy, los toldos se encuentran luidos, ennegrecidos, casi achicharrados por el astro rey.
Una vez enfrente a la puerta de acceso se mira un zaguán, con puerta corrediza completamente oxidada. Sólo el marco, pintado de negro, disimula las inclemencias del tiempo. No hay rastros de pintura, quizá nunca hizo falta color para resguardar la esperanza de libertad de uno de los reos más peligrosos del Altiplano.
Al entrar a la bodega se ven nuevamente más bolsas de basura sometidas al fuego. Una carretilla llena de tierra, cal y arena que aún aguarda impaciente que las manos que la colocaron en posición transversal vuelvan para quitarle el peso de encima y acomodarla en su lugar. El olor a diésel aún perdura y el origen de su aroma es la planta de luz instalada dos metros bajo el suelo para activar la maquinaria durante la construcción del túnel. La chimenea de afuera es solo su respiradero.
Vigas de varios tamaños descansan sobre la pared que ante la ausencia de ventanas resguardan boquetes por donde apenas entra el aire y la luz del sol, en ángulos de 90 grados, casi perfectos, lazos recorren de extremo a extremo los muros de la construcción, que en varios tramos de la parte superior tuvo que ser reforzada con alambres ante las aperturas de tabiques colocados abruptamente.
Ingresar a la bodega que resguarda el túnel por donde escapó Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, es una hazaña menor comparada con la odisea de ingresar al túnel, que se encuentra escarbado en un nuevo cuadrado perfecto, apenas lo suficientemente ancho para que una persona de mediana complexión pueda ingresar.
Bajar una escalera de madera sobrepuesta es sólo el comienzo del escenario que se devela bajo el suelo: montones de arena endurecida, revuelta con cubetas de plástico llenas de cemento, trozos de colchones rosas y bastidores son testigos de cada uno de los recorridos que buscan transparentar la huida del enemigo público número uno del mundo. Un sinfín de cables y extensiones dan vida a la planta generadora de energía, cuyo olor golpea los sentidos, revuelve el estómago. Olor a combustóleo, mudo testigo de la labor titánica que dio escape a Guzmán Loera.
Más maderas y una larga escalera de vértigo es el preámbulo para el segundo descenso que en total suma 19 metros. Apenas al bajar se encuentran las dos célebres motocicletas que sirvieron como propulsoras para el traslado del Chapo en una especie de carrito minero, desde el hoyo en la celda 20 del penal de máxima seguridad del Altiplano, hasta la salida en la construcción de Santa Juanita.
En el suelo humedecido del túnel yacen los restos de los focos ahorradores blancos que fueron reventados durante la huida para imposibilitar la visibilidad en caso de una posible persecución. El techo de tierra que carece de trabes para sostenerse se encuentra muy humedecido, casi hecho lodo, en ese sitio apenas es posible caminar con la espalda recta, los de menor estatura incluso en tramos deben encorvarse. Para quien mide más de un metro y medio esto es imposible.
Un tanque de oxígeno pequeño está arrumbado junto a una cubeta sucia y un par de tubos, por ahí, más herramienta oxidada complementa la escena que resguarda también un largo tubo de PVC que funcionó como base para los focos, ahora despedazados en el lodo.
Apenas es posible avanzar 20 metros hacia adentro por motivos de protección civil. En ese punto ya se siente la falta de aire, calor y humedad sofocan.
Es necesario volver, el olor a diésel persiste. Los sentidos se perturban, hay mareo.
El barro y la tierra no son suficientes para ocultar las grandes cantidades de combustible empleado en el subsuelo ni tampoco son capaces para ocultar las complicidades y traiciones que enmarcaron la construcción de un túnel clandestino por donde salió Joaquín El Chapo Guzmán, para convertirse, nuevamente, en uno de los criminales más buscados del mundo…