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MÉXICO, DF., 2 de agosto de 2015.- La creatividad y el ímpetu de escribir estaban presentes a cada momento en la labor literaria de Carballo. La aparición de su libro Morir de periodismo, en mayo de 2008 -luego de seis años de espera-, fue en cierta forma la culminación de una deuda saldada, durante su paso en el diario unomásuno de Manuel Becerra Acosta, del cual fue accionista, fundador y jefe de información y que, a pesar de todo, vio sus mejores días bajo la batuta de Manuel Becerra Acosta, autoexiliado a España durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
La historia detrás de este libro fue un tanto azarosa, como suelen serlo muchos de los buenos libros. La editorial original que le pidió el texto terminó diciéndole que no publicaba narrativa sino “sólo ensayos y puro periodismo”. Ante esta negativa, se preocupó y lo llevó a otra editorial y a otra, hasta que a la octava, según la cuenta de Carballo, se la publicaron al fin.
Los argumentos que esgrimieron los editores para rechazar su texto fueron muy variados: que no era una novela, que tampoco un reportaje, pero llegó a sospechar que se negaban a publicarlo porque había colegas involucrados -”perro no come perro”-, aunque nunca se lo dijeron claramente
Al final Axial, una nueva editorial, accedió. “Afortunadamente se acabó el embrujamiento”, dice. Y a otra cosa, mariposa.
Ante la imposibilidad de ubicar el género -”es un híbrido entre crónica novelada y novela”, según su criterio-, explicaba que lo que trató de hacer es “contar historias, en este caso de la fundación de un periódico, donde duré seis años, desde el principio, hasta que salí. Va más o menos del 77 al 80, cuando me voy a España y desde allá renuncio”, afirma.
“El texto fue una especie de catarsis, porque escribir narrativa es una terapia. En este caso fue una terapia doble. Me entretuve como dos años escribiéndolo; me divertí y luego hubo que esperar a que se publicara; tiene las herramientas, los instrumentos de la narrativa, pero también usé algunos recursos reporteriles –explicaba-. En suma, se trata de una suerte de historia sobre el diario unomásuno y, por lo tanto, todas las acciones giran en tomo al periódico. Originalmente pretendía escribir una novela sobre mi paso por Excélsior y estaba esperando el campanazo, para escribir y resulta que me llegó por el lado de cómo entro a la Casa Excélsior que no es lo mismo que estar en Excélsior“
La presentación del libro tuvo el 21 de junio de 2008, en el Club de Periodistas de la ciudad de México, que dirigen Mouris Salloum y Celeste Sáenz de Miera y contó con la presencia de David Martín del Campo, Humberto Musacchio, René Avilés Fabila y Abraham García Ibarra, además de varios colegas y amigos del novelista.
– Algunos dirían que Morir de periodismo es el evangelio según san Marco Aurelio.
– Cualquier espíritu religioso podría interpretarlo así, pero yo lo único que quise fue contar una historia. Hablo de la cantidad de personajes que concurren en la historia, pero al mismo tiempo también de personajes que concurrían en ella y que no entendían que hacían allí. Por ejemplo el caso de un reportero que tuvo amores con una teletipista. El compañero vive, está casado y no lo voy a ventanear, así que usé un seudónimo. Entonces en términos generales, los personajes que están bien tratados a juicio, tal vez, de un lector ajeno, aparecen con sus nombres verdaderos”, añadió.
Se refirió de igual modo a “otro compañero que fue a cubrir la guerra a Nicaragua y lo regresaron por inexperto, otros dirían que por malo y entonces yo le cambié el nombre para no exhibirlo”.
Sobre el título de su libro, Morir de periodismo, afirmaba que en una ocasión -mientras inquiría sobre las causas de la muerte del periodista León Roberto García-Abel Quezada le respondió lacónico:
-León Roberto se murió de periodismo.
“Y eso me retrotrajo a mis primeros tiempos en Excélsior y me llevó a recordar a compañeros como Sergio von Nowaffen y al propio León Roberto, entre otros cuatro, de la misma edad, que entramos al mismo tiempo a ese diario, pero que ya murieron. En realidad, se trata de una metáfora, porque Roberto no murió de periodismo, sino a causa del alcohol” –mencionaba-, y la consideré como una buena metáfora para nosotros, los periodistas del siglo pasado, porque dicen que los del siglo actual, a la mejor porque dicen que están bien pagados y escriben en modernas oficinas, ya no beben, no fuman y no sé qué clase de reporteros sean. Parece un sello distintivo de los nuevos tiempos que corren”.
Una semana después de nuestro encuentro en Sanborns, desde Tapachula, recibí la llamada de mi hermano Alejandro -productor y conductor del popular programa radiofónico Bazar del Aire-. Durante la emisión, me explicó, había recibido decenas de llamadas del auditorio, preguntando por el estado de salud de Marco Aurelio. Se lo consulté y accedió de muy buen agrado.
Desde su casa, vía telefónica -sin perder la sensibilidad y el buen humor que sólo le abandonó hasta pocas horas antes su muerte-, el 14 de febrero, procedió a la entrevista. Participamos los 3.
-Alberto y Alejandro, la doble A. Pues mira la verdad es que a veces soy el amigo incómodo, pero haré un pequeño esfuerzo de no molestar, pero me negaría a mí mismo; me llama mucho la atención el nombre del programa Bazar del aire, porque es una lástima que no pueda yo poner a subasta mi cerebelo y a lo mejor podría yo conseguir una beca para lograr financiamiento del libro que pienso escribir; pero esto no es queja, es nada más decir en voz alta lo que estoy pensando.
“La gente quiere saber cómo me siento; cómo estoy físicamente. Pues la verdad es que a veces pienso que yo no soy de este mundo ni de este siglo. Cada vez me siento menos contento con la realidad; mi gran enemiga es la realidad y entonces tengo que estar batallando con ella, no a cada rato, sino a cada segundo.
“Hoy por ejemplo, desperté en una especie de congeladora por el invierno chilango, mientras que durante las últimas veces he vivido en una especie de infierno, así que paso de los 55 grados centígrados a los 5 bajo cero. Esa es una realidad terrible para un costeño selvático, como yo, pero no es queja, es crítica.
“Respecto a mi convalecencia les digo que ahí voy, pero esto no es un gran mérito, yo siempre he sido un cabeza dura, entonces creo que por eso resistí los machetazos. Cada vez sigo reporteando el asunto y no me queda claro si fueron siete o 17 los cortes, que me hicieron. Entonces hoy precisamente hoy voy a que me quiten las costuras y voy a seguir reporteando el caso para saber con exactitud cuántos me hicieron.
“Otro dato que me intriga es el nombre del aparato que usan, porque desde luego no es un machete; podría ser el equivalente pero tiene un nombre especial, es decir, me lo dijeron pero no se me quedó grabado. Y si uno ya no tiene cerebelo, eso justifica la desmemoria.
“Toda esta información –porque no dejo de ser reportero– pienso utilizarla en el libro que estoy tecleando y que espero tener terminado antes de dos años”, dijo Marco Aurelio y luego habló de su más reciente trabajo: Manual del narrador. Claves para aprender a escribir, editado por Ficticia, “mi último libro publicado y espero seguir haciéndolo.
“Cada vez es más difícil pero creo que si uno pone algún esfuerzo, alguna disciplina, sobre todo algún orden, es posible cumplir algunas metas que uno se propone. Ese es el espíritu precisamente del libro nuevo, de mi paso por el hospital en un país tercermundista donde más de la mitad –me incluyo– vive en la pobreza y es capaz de resistir los hachazos que te da la vida justamente en el órgano más valioso que puede tener alguien que se dedica a escribir, que es el cerebro.
Y aprovechó el micrófono para recordar su infancia en esa ciudad costeña:
“Bueno ahora recuerdo que de alguna manera siempre estuve ligado a la radio. Tuve un tío que desafortunadamente ya murió, Filiberto López y López, locutor de la XETS. Mi tío Filiberto invitó a mi padre -que tenía como voz de caporal-, a incursionar en la radio, y me emocionaba cuando mi tío me dedicaba alguna pieza musical. Yo tendría tal vez 4 o 5 años de edad y decía: “Ahora le vamos a dedicar al niño fulano.
“Yo usaba pantalón corto y desde entonces me di cuenta que tenía las piernas bien chuecas por la desnutrición y el raquitismo. No es queja, es descripción. Y había una pieza que me encantaba, se llamaba algo así como El panadero con el pan”. Y al aire, Marco Aurelio procedió a cantar las primeras estrofas.
“Luego, mi padre me platicó que había un locutor que se llamaba Carmelino Pérez Jiménez quien tenía una voz mejor que la de Jorge Negrete y Juan Gabriel juntos, y las muchachas iban a la radio a conocerlo en persona.
“Un día, mi padre escuchó a una tapachulteca decirle a Carmelino Pérez Jiménez:
-Pero en verdad usted es Carmelino?”, y él le contestó
-“Pues sí yo soy, por qué lo dice en ese tono?
“Y ella le respondió:
-Pues porque usted tiene una magnífica voz, pero qué feo está!”.
“Yo me moría de risa con esa anécdota, pero bueno ya ves, vanidad de vanidades, yo creo que todo mundo tiene su pequeño ego y me imagino que así como a nosotros nos gusta ver nuestro nombre en las notas que escribimos, pues a un locutor seguramente podría encantarle escuchar su propia voz.
“En fin, yo me siento ligado a la radio, me encanta, pienso que en tanto periodista eso me hubiera beneficiado más que estar culiatornillado a un escritorio escribiendo cuartilla tras cuartilla”, expresó bromista.
Hablé Marco hace poco más de un mes. Teníamos algunos proyectos juntos y una cita para comer, que él mismo se encargó de borrarla de su agenda. Me dio varias excusas –válidas todas-, pero que obedecían más que nada a su inquietud permanente de que sus amigos no viesen el deterioro físico que el cáncer le había producido. Desde la cama respondía al teléfono y sobre ella escribía sus cotidianas colaboraciones periodísticas con el total apoyo de su esposa Patricia y el sostén moral de Bruno y Mario, sus hijos.
Al interior de la funeraria García López, ubicada en la Avenida Miguel Ángel de Quevedo, de la ciudad de México, han acudido muchos de sus amigos. Su féretro de madera, color nogal, se ubica en la capilla número tres. Varios colegas montan respetuosas guardias y abrazan solidarios a Patricia, su esposa, al igual que a Bruno y Mario.
Me acerco y toco su ataúd en respetuosa señal de amistad. Es innegable el cúmulo de emociones encontradas ante el féretro de este baluarte del periodismo y las letras mexicanas, particularmente de Chiapas, y vuelven hasta mí los recuerdos de ese inolvidable viaje que por varios días emprendimos, en gira trashumante por la entidad, con Armando Rojas y Marco Aurelio, para presentar su libro Morir de periodismo.
En la reflexión recuerdo nuevamente el paso de este hombre alto, maduro y de viriles rasgos, que generalmente lleva sobre el hombro una alforja de piel café, en la que acomoda su libreta de apuntes, papeles y algunos libros. Me digo que hoy no podría pasar inadvertido en el cielo.