Nuevos símbolos carnífices: Apps, cybertrucks y Trump/Felipe de J. Monroy
1985: un testimonio
Hace tres décadas, un terremoto cambió la vida de este tecleador. Después de diez felices años en el edificio ‘Chamizal’ de la unidad habitacional Tlatelolco, fue necesaria la emigración y con ella vinieron muchos reajustes importantes. Seis lustros después, casi olvidaban aquella experiencia debido a que otra más reciente ocupó toda su atención.
Se trató de la recepción del Premio México de Periodismo “por trayectoria”, al cabo de medio siglo de trotar por diversos y gratificantes quehaceres dentro de la profesión, principalmente en cuatro agencias de noticias, dos de ellas ya desaparecidas, pero también en medios impresos y un poquito de radio y oficinas de prensa entre 1964 y 2014.
Un reconocimiento inmerecido, pero que fue aceptado en nombre de todos los colegas presentes en la Angelópolis, donde organizó la ceremonia la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos (Fapermex) el pasado 29 de agosto, con la anfitriona del gobierno estatal y los presidentes municipales de Puebla y Cholula.
Hay que agradecer esa distinción a quienes hicieron y apoyaron la propuesta -esposa (le fue dedicado el premio), colegas y amigos-, a los desconocidos miembros del jurado, a cuantos enviaron cálidas felicitaciones y a todos los directivos tanto de la Fapermex como del recién establecido Colegio Nacional de Licenciados en Periodismo (Conalipe), ya que ambas organizaciones sesionaron en la misma oportunidad.
En tal ocasión se produjeron anuncios muy aplaudidos, como que se abrirán nuevas oportunidades de titulación en la Secretaría de Educación Pública, se pugnará porque vuelva a practicarse un examen de capacidad y cultura a los aspirantes a locutores para revertir el deprimente panorama actual, y el exhorto para que los ya titulados cursen maestrías, por lo menos aquellos que aspiren a impartir cátedra en los cursos del Conalipe.
Qué diferente experiencia la de 2015, en contraste con la de aquel 19 de septiembre de 1985. En la víspera, el tecleador llegó tarde a casa, como siempre, y merendó solo mientras en la televisión proyectaban la película ‘El tunco Maclovio’. Y a las pocas horas, de manera simultánea lo despertaron una sacudida y la voz de quien le decía “está temblando”.
Los cuatro hijos y sus padres, todos abrazados en el centro de la sala, ante la creciente intensidad del sismo y su prolongada duración escuchaban cómo crujían las paredes, se abrían boquetes en ellas y esperaban lo peor, pues por estar el departamento en el piso 13 era inútil cualquier esfuerzo para salir del inmueble. Desde una ventana, el hijo mayor vio la polvareda producida cuando se derrumbó parte del edificio ‘Nuevo León’.
Ahora es posible narrarlo, pero por años fue un tema tabú en la familia debido a las fuertes impresiones vividas y que nadie quería recordar. Se cortaron los servicios de luz, agua y teléfono, y fue necesario aceptar el ofrecimiento de vivir por un tiempo con familiares hoy ya fallecidos -primero en San Jerónimo y después en San Pedro el Chico-, en tanto se tomaban decisiones.
En las semanas siguientes, por la falta de elevador hubo que subir y bajar por las escaleras varias veces al día los 13 pisos para escombrar un poco y sacar ropa, documentos y hasta algunos muebles. Y además el tecleador asistió a las diversas reuniones y gestiones de la asociación de residentes del edificio, de cuya directiva era secretario de actas. Algunas veces por lo prolongado de las juntas se recurrió a los alimentos que manos generosas preparaban y obsequiaban a los damnificados en la Plaza de las Tres Culturas, un lugar adolorido desde 1968 y para siempre. (Ante la lentitud e insuficiencia oficial, la solidaridad de los capitalinos llegó a más: desde quienes habilitaron sus vehículos como ambulancias, hasta los que ayudaron a remover restos de construcciones caídas y rescatar personas, algunas de ellas aún vivas).
El regreso de la familia al ‘Chamizal’ fue el 1 de diciembre siguiente para pasar allí varios meses entre paredes con fracturas y boquetes, mientras se hacían trámites en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue).
Porque si bien sólo un inmueble se desplomó en Tlatelolco, muchos más quedaron dañados y fue necesario dinamitar unos y reparar otros, y a sus habitantes les ofrecieron ayudas como pago de renta en otro sitio y luego regresar, o una vivienda provisional en campamentos o propiedades del gobierno, o bien la compra de su departamento acompañada de la constancia de damnificado, la cual representaba ciertos beneficios.
En ese tiempo Tlatelolco estaba en proceso de pasar del régimen de participación inmobiliaria por 99 años, al de propiedad en condominio, y si el ‘Chamizal’ se mantuvo en pie durante los sismos (el segundo se produjo al día siguiente), seguramente fue porque sus moradores aceptaron muy pronto convertirse en condóminos y beneficiarse con la oferta de una recimentación, que probó ser firme y segura. Los pilotes anteriores ya se habían movido de su sitio.
Con el producto de la venta del departamento 1302 del ‘Chamizal’ y un préstamo del Infonavit, fue posible comprar en 2006 una casa de dos niveles en la avenida Miramontes, donde aún permanece parte de la familia. Porque, con el tiempo, los hijos se casaron, el tecleador se recasó y llegaron los nietos, seis, quienes actualmente cursan estudios entre los niveles básico y medio superior, mientras el abuelo recibe premios y escribe un dilatado ensayo reticente a ver su fin, además de seguir con sus ‘textos en libertad’ aunque ya solo de manera esporádica, como en esta obligada ocasión.
PS.- Este trabajo iba a titularse ‘Golpes y galardones’, porque el tecleador se lastimó una pierna al caerse dentro del Turibús poblano, y dos semanas después aún tiene moretones, que son atendidos con árnica y esmero conyugal.