Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Triste grito
El grito lo damos diario, confió un jardinero. Vea lo que pasó anoche, en el zócalo, añadió: Arriba, la opulencia. Abajo, sobre la plancha, el cascajo. No tuvieron para más. Gente de lo más humilde, sin banderitas, ni sombreros, ni ropaje. Con sus manitas en alto, saludaban a la Bandera que ondeaba un joven triste, tras vitorear a los héroes que “les dieron plata y libertad”. Se olvidó del más reciente: Virgilio Andrade, ya inscrito en el recuerdo, también histórico. Fue, lo vimos en los escasos minutos que dedicaron en tv para no revelar más, un triste grito. Así, en minúscula, sin ofender a nuestros héroes que nos dieron Patria y Libertad. En fin. Fue austero, nos dijeron en respuesta. Sí, de todo.
Mejor, leamos, con tranquilidad y conciencia a Tony de Mello y tendremos entonces razón para no quejarnos tanto. Y de tantos. Hagamos, como contribución al gobierno, un acto de contrición y olvido de tantos errores.
Comprende que los muros que nos aprisionan son mentales, no reales: Un oso recorría constantemente, arriba y abajo, los seis metros de largo de la jaula. Cuando, al cabo de cinco años, quitaron la jaula, el oso recorría arriba y abajo los mismos seis metros, como si aún estuviera en las rejas. Porque seguían ahí. Y lo estaban… para él…
Nuestros enemigos no son los que nos odian, sino aquellos a quienes nosotros odiamos.
Un ex-convicto de un campo de concentración nazi fue a visitar a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia.
“Has olvidado ya a los nazis” le preguntó a su amigo.“Sí”, dijo éste. “Pues yo no. Aún sigo odiándolos con toda mi alma”.
Su amigo respondió apaciblemente: “Entonces, aún siguen prisionero”.
La mayoría de las veces, los defectos que vemos en los demás son los nuestros.
-“Perdone, maestro”, dijo el tímido estudiante, “pero no he podido descifrar lo que me escribió usted al margen en mi último examen….”
-“Le decía que escriba usted de un modo más legible”, replicó el profesor.
El poder del miedo causa estragos.
La Peste se dirigía a Damasco y pasó veloz junto a la tienda del jefe de una caravana en el desierto.
-“¿Adónde vas con tanta prisa?” Le pregunto el jefe.
-“A Damasco. Pienso cobrarme un millar de vidas.”
De regreso de Damasco, la Peste pasó de nuevo junto a la caravana. Entonces le dijo el jefe: -“¡Ya sé que te has cobrado 50.000 vidas no el millar que habías dicho!”.
-“No,” le respondió. “Yo sólo me he cobrado mil vidas. El resto se las ha llevado el Miedo.”
Para entender la felicidad nada mejor que este ejemplo:
Decía un anciano que sólo se había quejado una vez en toda su vida: Cuando iba con los pies descalzos y no tenía dinero para comprar zapatos.
Entonces vio a un hombre feliz que no tenía pies.
Y nunca más volvió a quejarse.
Ni más ni menos pasa a muchos en la política:
El filósofo Diógenes cenaba lentejas cuando lo vio Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey. Le dijo éste: «Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas». A lo que replicó Diógenes:
«Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que ser sumiso al rey».
Por eso no hubo cena. Ni para el pueblo. Sigue el hambre.