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MÉXICO, DF, 4 de octubre de 2015.- El Papa Francisco inauguró este domingo los trabajos de una cumbre episcopal que analizará los desafíos de la familia y que estuvo precedida por un encendido debate sobre la situación de los divorciados vueltos a casar, con una clara defensa al matrimonio indisoluble, entre un hombre y una mujer, informa la agencia de noticias del Estado mexicano, Notimex.
El Papa celebró la mañana de este domingo la misa de inicio del Sínodo de los Obispos, una asamblea que hasta el próximo 25 de octubre reunirá a unos 270 padres sinodales sobre el título La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo.
En un largo temario, conocido como Instrumentum Laboris (Instrumento de trabajo), el Vaticano incluyó los temas a debatir en las próximas tres semanas, entre los cuales el más controvertido es el que corresponde a los divorciados con una nueva unión.
Contrariamente a lo que algunos observadores vaticanos han sugerido respecto de la voluntad de Jorge Mario Bergoglio de menoscabar la doctrina de la Iglesia en materia matrimonial, el Papa defendió la indisolubilidad de las uniones conyugales católicas.
Lo hizo en varios pasajes de su sermón, durante la misa en la Basílica de San Pedro en la cual participaron más de cuatro mil personas, entre ellas los casi 300 obispos convocados para intervenir en el Sínodo.
Francisco recordó que a Jesús lo quisieron hacer caer en una trampa y hacerlo quedar mal ante una multitud de judíos, que practicaba el divorcio como una realidad consolidada e intangible.
Precisó que Cristo enseñó que “Dios bendice el amor humano”, es él quien une los corazones de dos personas que se aman “en la indisolubilidad” y que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también “amarse para siempre”.
“Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación recíproca”, sostuvo.
“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Es una exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios”, continuó.
Más adelante criticó que el amor “duradero, fiel, recto, estable, fértil” sea cada vez más objeto de burla, considerado como algo anticuado.
Constató que cada vez existe menos seriedad para llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte.
Lamentó que las sociedades supuestamente más avanzadas parecieran ser precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social.
“Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano”, estableció.
“Dios no ha creado el ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos”, insistió.
Para el líder católico, el drama de la soledad aflige a muchos en la actualidad: desde los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos hasta los hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido.
Denunció la “paradoja del mundo globalizado” donde sobran las casas de lujo pero cada vez hay menos calor de hogar; donde muchos son los proyectos, ambiciones pero poco tiempo para vivir lo logrado; tantos son los medios sofisticados de diversión, pero cada vez más es el vacío en el corazón.
“Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero”, describió.
Para el obispo de Roma, en este difícil contexto social y matrimonial, la Iglesia está llamada a vivir su misión defendiendo el “amor fiel”, la “sacralidad de toda vida”, la “unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios” y la “capacidad del hombre de amar en serio”.
Advirtió que estas verdades no pueden cambiar “según las modas pasajeras o las opiniones dominantes” y protegen al hombre de la tentación de transformar el “amor fecundo en egoísmo estéril” y “la unión fiel en vínculo temporal”.
Pero, al mismo tiempo, aclaró que la Iglesia “no señala con el dedo para juzgar a los demás”, sino que “se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia”.
Por eso llamó hacer de la Iglesia un “hospital de campo”, con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; para salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación.
“Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera”, ponderó.