Escenario político
La ternura de unas manos
Sí, la ternura de unas manos. Historia real, de tal cariño, que no merece el archivo. Ponerla mejor en conocimiento de nuestros amigos. La disfrutarán con toda seguridad. Sobre todo después de leer, gracias a la sugerencia de don Octavio García, el trabajo de la escritora Claudia Celis en su novela corta o cuento largo “Donde habitan los ángeles”.
En el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nüremberg, Alemania, vivía una familia con varios hijos. Para poner pan en la mesa, el padre trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de carbón, y en cualquier otra cosa que se presentara.
Dos de sus hijos tenían un sueño: querían dedicarse a la pintura. Pero sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia.
Después de muchas noches de conversaciones calladas, los dos hermanos llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda, y el perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador los pagaría entonces al que quedara en casa, con las ventas de sus obras.
Así, los dos hermanos podrían ser artistas. Uno de ellos, Albrecht Durero (o Albretch Dürer en alemán), ganó y se fue a estudiar a Nüremberg. El otro Albert comenzó el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció cuatro años para sufragar los estudios de su hermano.
Este desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia. Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de sus profesores. Para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. (Durero, Nacionalidad Alemana. Nacido en Nüremberg 1471 – 1528. Estilo: Pintura Flamenca)
Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durero se reunió, en una cena festiva en su honor.
Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se haba sacrificado trabajando en las minas para hacer sus estudios una realidad. Y dijo:
«Ahora, hermano mío, es tu turno. Ya puedes ir a Nüremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de todos tus gastos».
Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba su hermano. Pero este, con el rostro empapado en lágrimas, se puso de pie y dijo suavemente:
«No, hermano, no puedo ir a Nüremberg. Es muy tarde para mí. Estos cuatro años de trabajo en las minas han destruido mis manos. Cada hueso de mis dedos se ha roto al menos una vez, y la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis.
“No podría trabajar con delicadas líneas, el compás o el pergamino. Ni manejar la pluma o el pincel. No, hermano, para mí ya es tarde.
“Pero soy feliz de que mis manos deformes hayan servido para que las tuyas ahora hayan cumplido su sueño».
Más de 450 años han pasado desde ese día.
Hoy los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durero pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo.
Pero seguramente ustedes, como la mayoría de las personas, solo recuerden uno.
Es el que un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano, Albretch Durero dibujó: las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo.
Llamó a esta poderosa obra simplemente «Manos», pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre por el de «Manos que oran».
La próxima vez que veas una copia de esta obra, te aconsejamos mirarla bien. Para que recuerdes que en la vida ¡nadie nunca triunfa solo!