Frente a la guerra/Felipe de J. Monroy
Cielo
Para quien fue educado en el temor a Dios, también se le enseñó que había un premio y un castigo, la zanahoria y el garrote, el Cielo y el Infierno. Así como el Cielo es un sitio incognoscible, Dios es más dios cuanto más inaccesible es. Ambos arcanos están reservados para quienes se interiorizan en las viejas enseñanzas de los magos que acompañaban a los aztecas, que eran los encargados de guiar al sol en su recorrido por el cielo; a los mayas que vivían entre el cielo y el inframundo; a los egipcios, a los chinos.
El Cielo representa la felicidad, aunque Leonardo Sciascia asegurara que “la felicidad es un instante”, pero que yo, escéptico, le agregaría: inalcanzable.
El Cielo es un premio que algunas religiones nos prometen; es un lugar idílico donde todos seremos más felices de lo que fuimos en la Tierra, o en Marte o en alguno de los exoplanetas de reciente descubrimiento. Todo profeta llama a la conversión, la cual lleva como plus el premio de un mejor más allá, después de haber padecido el más acá.
Muchos perseguimos ese Cielo a través del amor, aunque conozcamos sus consecuencias. Los enamorados “no saben cómo huir del cielo que éste representa y que atrae este infierno” decía Shakespeare. Dante y Beatrice, tomados de la mano, ven hacia lo alto, hacia el Cielo, asumiendo el papel que les correspondió en La Divina Comedia. La búsqueda del cielo del amor imposible.
Huir al Cielo es lo que anhelan muchos; ese Cielo que los judíos se piratearon del zoroastrismo y que sustituyó al Sheol, el lugar de Abraham, y que luego adoptaron los cristianos y mahometanos; el lugar donde los hombres alcanzan la perfección; “el orden es la primera ley de los cielos: y admitido esto, algunos son, y deben ser, más grandes que los demás”, según el ensayo sobre el hombre (epístola IV, 11.49-50)
Es el Cielo al que se fueron cientos de miles de judíos en el Holocausto, millones de rusos enviados por Stalin a Siberia; miles de españoles masacrados por Franco o los chinos que Mao desapareció del mapa. Cielo al que enviaron a los hombres las iglesias o religiones de todo tono; imperios de todo tipo. Hasta allá llegaremos algún día, como nos lo prometieron los astrólogos, lugar donde no hay ayer ni mañana. Aunque para siempre, no para siempre es siempre demasiado tiempo.
¿Quién se robó mi cielo? Pregunto, consciente de que participé, directa o indirectamente en la desaparición de ese azul tan claro, tan bello. Un día, una nube ocre cubrió el Valle de México y cuando volaba a Los Ángeles o Nueva York me encontraba con otras nubes similares en esas ciudades. Hasta que un día, ese ocre cubrió toda la tierra. El azul cielo, el limpio, el que vi cuando niño, las nuevas generaciones jamás podrán verlo. Como en la película “Cuando el destino nos alcance” ¿Quién se robó mi cielo? Repregunto.
El cielo lo vemos azul, porque no podemos disgregar el violeta, que es su verdadero color; como el azul del mar que realmente es un verde azuloso, que tampoco nuestros ojos pueden diferenciar. Ese color azul que es una de las seis sensaciones cromáticas básicas de la visión humana normal. Su significado puede ser de tristeza, de pureza, inteligencia o conocimiento; y todo en sus 111 tonos conocidos
Para llegar al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita, dicen los jarochos, a lo que Saramago replica que se requiere también la “proclamación del fin del mundo, la salvación penitencial, la visión del 7° día, el advenimiento del ángel, la colisión cósmica, la extinción del sol, el espíritu de la tribu, la savia de la mandrágora, el ungüento del tigre, la virtud de maría, la disciplina del viento, el perfume de la luna, la reivindicación de las tinieblas, el poder del conjuro…”
Al atardecer, en mi pueblo, las abuelas miraban a cielo y pronosticaban el tiempo mejor que el Servicio Meteorológico. Mañana hará calor, el cielo está amarillo; va a helar, el cielo está rojo; lloverá por la tarde, el cielo está pardo, etcétera.
“No me mueve, mi dios, para quererte, el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el Infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte”, en tanto que los astrólogos de todos los tiempos escudriñan otros cielos para conocer los designios que nos deparan las constelaciones que tachonan el cielo con luces y avisos que sólo ellos pueden interpretar.
En el estado de Tamaulipas existe una de las reservas de las biósfera más bellas del mundo conocida como El Cielo.
Y del Señor de los Cielos, ya ni hablar, pues peló.